La Vecina Prohibida
Valeria tenía cuarenta y cinco años, pero su cuerpo era un templo de lujuria madura que el tiempo había pulido en lugar de desgastar: tetas enormes de copa E que colgaban pesadas y jugosas bajo cualquier blusa, rebotando con cada paso como melones maduros listos para ser devorados, pezones oscuros y gruesos como monedas de chocolate que se endurecían al menor roce del aire acondicionado, aureolas anchas y arrugadas por años de chupadas y pellizcos, caderas anchas que se mecían con una cadencia hipnótica, terminando en un culo carnoso y redondo que tensaba los leggings de yoga hasta el punto de ruptura, nalgas separadas por un surco profundo donde su ano fruncido rosado asomaba tentador cuando se inclinaba, y un coño depilado con labios mayores hinchados y carnosos que se abrían como pétalos húmedos al excitarse, clítoris grande y rojo protuberante que palpitaba visiblemente bajo tangas minúsculos, chorreando jugos espesos y almizclados como miel caliente cuando se calentaba. Su m...