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Alex recibe unos azotes

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  Elena: (voz firme y seductora) Alex, quiero que te arrodilles frente a mí y me mires a los ojos. Alex: (ansioso por complacer) Sí, profesora. Lo haré. Elena: Ahora, lentamente, desabrocha mi blusa y acaricia mis pechos con tus manos. Alex: (tembloroso pero excitado) Sí, profesora. (desabrocha la blusa de Elena y comienza a acariciar sus pechos suavemente) Elena: No tengas miedo de apretarlos un poco más, quiero sentir tu deseo por mí. Alex: (aumentando la presión de sus manos) ¿Así está bien, profesora? Elena: (gemidos suaves) Muy bien, Alex. Ahora quiero que bajes y me adores con tu lengua. Alex: (sin dudarlo) Sí, profesora. (se inclina y comienza a besar y lamer suavemente el cuerpo de Elena) Elena: Eres un estudiante muy aplicado, Alex. Continúa explorando mi cuerpo, quiero sentir tu devoción. Alex: (con pasión) Lo haré, profesora. (continúa explorando el cuerpo de Elena con sus labios y lengua, provocando gemidos de placer) Elena: Ahora, ponte de rodillas y prepárate para recibir

Con el culo rojo de azotes

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 Marco: (con voz firme) Elena, hoy exploraremos el juego de azotes y disciplina. Quiero que te coloques en posición, inclinada sobre la mesa y con las manos apoyadas en ella. Elena: (con voz suave y sumisa) Sí, Marco. Haré lo que me pidas. Elena se posiciona obediente, arqueando su espalda y mostrando su tentadora figura. Marco observa detenidamente, su mirada se posa en la sensualidad de su ropa interior, un conjunto de encaje negro que resalta sus curvas. Marco: (con voz ronca) Qué hermosa te ves, Elena. Esa lencería resalta tu belleza y despierta mi deseo. Pero recuerda, hoy es tiempo de disciplina. Elena: (susurrando) Sí, Marco. Estoy lista para recibir tus enseñanzas. Con una tijera en mano, Marco se acerca a Elena, cortando lentamente el encaje de su sujetador. Los trozos de tela caen al suelo, revelando sus senos firmes y provocativos. Marco: (con voz intensa) Tu ropa interior también será sacrificada hoy, Elena. Quiero que sientas la liberación y la vulnerabilidad en toda su pl

Los desahogos de mi vecina

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  Preámbulos De que mi vecina Angelines sentía placer cuando azotaba a los niños con una zapatilla, ya no había duda. No estoy muy seguro de que su marido la maltratara, pero no se llevaba bien con él y después de cualquier discusión, buscaba la forma de provocar situaciones en las que los niños hicieran travesuras, para luego poder desahogarse con ellos, procurando estar ella sola para no ser observada. De esa manera podía desarrollar sus instintos y desviaciones sexuales, a costa de los más pequeños. Hubo una temporada, a comienzos del verano, en la que mi madre debía ausentarse dos veces en semana, para acudir al médico y recibir un tratamiento especial para sus dolencias. Durante su ausencia, siempre nos dejó bajo el cuidado de nuestra vecina, lo que ésta aceptaba de muy buen grado. Mi vecina, según contaba ella, dedicaba su tiempo de ocio a realizar trabajos manuales de macramé, pero necesitaba estar sola, sin que nadie la molestara, motivo por el que muchas de aquellas tardes, en

Entre el cielo y el infierno: la decisión de Marwa / 2da parte

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  La primera lección de dolor y placer Intente pararme pero me fue imposible, mis pies, que hasta cuando recuerdo, momentos antes de dormirme mamando los senos de Marwa eran normales, ahora se mostraban mas bien grotescos, casi deformes, producto de la hinchazón. El cuerpo aun me dolía horriblemente pero por lo menos podia extenderlo, contraerlo o ejercitarlo. -No, no te muevas, la flagelación que recibiste fue muy seria. No me extrañaría que tengas más de un hueso roto. Yo te cuidare niño. Inclínate un poco y toma esta sopita. Te hará bien, necesitas recobrar fuerzas. Trate de sentarme en la cama pero me fue imposible. El dolor en las nalgas y espalda era espantoso. No niño, no te he pedido que te sientes, solo inclínate un poco y abre la boca, yo te alimentare. Así… ¿ya vez?, así es mas fácil… no me dejes nada… Acabado de comer, como siempre, trague el alimento de sus senos. -Ahora cariño, déjate hacer. Veras que también se llora de placer. No muevas un solo músculo, solo déjate ir.

El teléfono! / Segunda parte

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  Como podrá sobreentenderse, no siempre que se recibe una azotaina resulta placentera. Por muchos motivos. Si bien es cierto que, después, con el recuerdo de aquella, uno pueda registrar evocaciones o sentimientos excitantes, como sería éste el caso, en el preciso instante de estar recibiéndola, maldita la gracia que te hace. Algo así me sucedió, con el teléfono como preámbulo, en una ocasión. Mi madre y mi tía, habían salido por la mañana hacia el hospital, con el objeto de realizarse, mi madre, una revisión de su dolencia hepática y dejaron aviso a nuestras vecinas, para que nos “echaran un ojo”, en su ausencia. La cuestión es que, nosotros tres (mi hermana, mi hermano y yo), estábamos en un periodo de “investigación” –por así decirlo- con cualquier cosa que cayera en nuestras manos y, aquella mañana decidimos investigar las cerillas y los papeles, para ver cómo ardían y cómo quedaban después. Estábamos muy entretenidos hasta que el sonido del teléfono nos “descuadró” el experimento

¡El teléfono! / Primera parte

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  El primer aparato de éstos que se instaló en nuestro edificio, fue el de nuestra casa. Desde luego, el revuelo que se armó entre las vecinas y las amigas de mi madre, resultó ser escandaloso. Había que verlas a todas, parloteando, cuchicheando y cotilleando entre ellas. La reunión era de lo más informal. Allí estaba la vecina de enfrente, la señora Aurelia, una mujer encantadora, inteligente, culta y bastante atractiva, aunque su vida se había limitado, como las vidas de las demás esposas y amas de casa, a las tareas típicas del hogar. Tenía su genio –todo hay que decirlo-, pero siento un gran cariño por ella, a pesar de que alguna que otra vez, me atizara también con la zapatilla, pero era una gran mujer y mejor persona. Tenía dos hijas: Tere, la mayor, unos tres años menor que yo, rubia, de pícaros ojos azules, revoltosa y rebelde, que con los años se ha convertido en una enfermera eficiente y en una más que atrayente mujer. Y Ana Mari, la más tímida en apariencia, pero la que peor

Mi Primera Novia Oficial

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  Primera Parte Terminados mis estudios de aquel año, decidí no salir de vacaciones con mis padres y quedarme solo en casa. Tenía diecisiete años y no me apetecía nada pasar todo el verano con el aburrimiento rutinario de la playa, sin mis amigos. Por esta razón, y para sacarme algún dinero, acepté trabajar durante el mes de agosto, supliendo al conserje de unas viviendas, que a su vez era el padre de uno de estos amigos míos. El trabajo en sí no implicaba la menor complicación y resultaba ser francamente atractivo. Debía encargarme de los jardines, de los contenedores de basura, y de poco más. De la limpieza de los cinco portales, se encargaban unas señoras que estaban contratadas aparte. Además, el sueldo que iba a ganar era francamente importante, pues fueron sesenta mil pesetas de las de hace veinticinco años. A las mujeres que vivían allí, la idea les encantó. No así a sus maridos. Yo era un joven francamente atractivo, a juzgar por los comentarios que escuché en muchas ocasiones