Atada a una silla y engañada terriblemente
Laura tenía veinticinco años, un cuerpo que volvía loco a cualquiera: piel blanca suave, tetas firmes de copa C con pezones oscuros grandes y gruesos que se marcaban siempre bajo la ropa, cintura estrecha y culo redondo que tensaba los jeans. Su novio, Diego, de veintiocho, era un tipo normal, pero con una fantasía oscura que nunca le había confesado del todo: quería verla follada por otro, sin que ella lo supiera, para después disfrutar del secreto. Una noche, después de cenar en casa, Diego le propuso algo diferente. Estaba desnuda en el sofá, solo con una tanga negra, bebiendo vino. —Amor… ¿te animarías a probar algo más intenso? —dijo él, voz baja—. Quiero atarte a la silla, vendarte los ojos y amordazarte. Solo yo, solo nosotros. Para que te entregues completamente. Laura se mordió el labio. Siempre había sido curiosa, pero tímida con lo extremo. —¿Y si me da miedo? ¿O quiero parar? —Justo por eso —respondió Diego—. Si estás atada y amordazada, no podrás echarte atrás. Será ...