La Seducción de la amiga lesbiana de mi hija
Soy Claudia, tengo cuarenta y cinco años y, aunque no lo parezca por cómo me miro al espejo a veces, todavía me siento con ganas de todo. Mi hija se fue a estudiar a Córdoba hace unos meses y la casa quedó demasiado silenciosa. Demasiado vacía. Y yo, con este cuerpo que ya no es de veinte pero que sigue dando que hablar —tetas grandes, culo que no se rinde, y un coño que se moja solo con pensar en cosas prohibidas—, empecé a sentir un vacío que el vino no alcanzaba a llenar. Bianca, la mejor amiga de mi hija, siempre me había mirado distinto. Desde que la veía venir a casa con ella, adolescente todavía, ya me clavaba esos ojos verdes de gata curiosa. Se ponía nerviosa cuando me acercaba, se le subía el color a las mejillas cada vez que me ponía un escote o me inclinaba para servirle algo. Yo lo sabía. Y me encantaba. Un viernes por la tarde, con la casa sola y el calor pegajoso del verano porteño, decidí actuar. La llamé. —Bianca, linda, ¿podés venir un rato? Estoy aburrida, me v...