La curacion de Laura
El doctor Víctor Salazar era un hombre de cincuenta años que parecía tallado en sombras y secretos. Alto, delgado, con cabello gris peinado hacia atrás y ojos negros que absorbían la luz como pozos sin fondo, dirigía una clínica de psicología en el corazón de Buenos Aires, en un edificio antiguo de Recoleta donde las paredes susurraban confidencias olvidadas. Oficialmente, era un experto en trastornos de ansiedad; extraoficialmente, un maestro de la mente, un titiritero que tejía hilos invisibles en los pensamientos ajenos. Su don –o maldición, dependiendo de a quién le preguntaras– era el control mental: no con relojes pendulares ni cristales relucientes, sino con una voz grave que se colaba en las grietas del subconsciente, plantando semillas de obediencia que germinaban en deseo incontrolable. Su última paciente era Laura, una ejecutiva de treinta y dos años, con el cuerpo de una diosa griega moderna: curvas generosas que llenaban sus blusas de seda, senos D-cup que se mecían con ca...