La curacion de Laura



El doctor Víctor Salazar era un hombre de cincuenta años que parecía tallado en sombras y secretos. Alto, delgado, con cabello gris peinado hacia atrás y ojos negros que absorbían la luz como pozos sin fondo, dirigía una clínica de psicología en el corazón de Buenos Aires, en un edificio antiguo de Recoleta donde las paredes susurraban confidencias olvidadas. Oficialmente, era un experto en trastornos de ansiedad; extraoficialmente, un maestro de la mente, un titiritero que tejía hilos invisibles en los pensamientos ajenos. Su don –o maldición, dependiendo de a quién le preguntaras– era el control mental: no con relojes pendulares ni cristales relucientes, sino con una voz grave que se colaba en las grietas del subconsciente, plantando semillas de obediencia que germinaban en deseo incontrolable.

Su última paciente era Laura, una ejecutiva de treinta y dos años, con el cuerpo de una diosa griega moderna: curvas generosas que llenaban sus blusas de seda, senos D-cup que se mecían con cada paso apresurado, y un culo redondo que tensaba las faldas lápiz hasta el límite. Cabello castaño ondulado hasta los hombros, ojos verdes que brillaban con ambición, y una mente afilada como un bisturí, pero atormentada por insomnio y un estrés que la hacía masturbarse furiosamente en las noches, imaginando sumisiones que nunca admitiría en voz alta. Llegó a la clínica un martes de noviembre, sudando bajo el calor porteño, con una carpeta bajo el brazo y una sonrisa forzada. "Necesito dormir, doctor. Y concentrarme. Mi jefe me está matando."

Víctor la recibió en su oficina, un santuario de libros antiguos y un sofá de cuero negro que olía a cuero viejo y a algo más primitivo, como feromonas reprimidas. La hizo sentarse, cruzando las piernas con gracia felina, y comenzó la sesión con preguntas banales: infancia, trabajos, amantes. Pero mientras hablaba, su voz descendía en octavas, un ronroneo hipnótico que se enredaba en sus oídos como humo. "Respira profundo, Laura. Inhala... exhala. Siente cómo el peso de tus hombros se disuelve, cómo tus párpados se vuelven pesados, como plomo fundido." Ella parpadeó, resistiendo al principio –era fuerte, después de todo–, pero el ritmo de su voz era un péndulo invisible, balanceándose en su mente.



"Imagina un río, Laura. Tus pensamientos son hojas flotando en la corriente. Déjalas ir. Y en el centro de ese río, hay una voz. Mi voz. Que te guía. Que te libera." Sus ojos se clavaron en los de ella, y allí, en ese contacto, plantó la primera semilla: Escúchame. Obedéceme. Mi placer es tu placer. Laura sintió un cosquilleo en la nuca, un calor traicionero entre las piernas que atribuyó al aire acondicionado defectuoso. "Bien", murmuró él, sonriendo con dientes blancos y afilados. "Hoy solo relajación. Vuelve mañana. Y sueña conmigo."

Esa noche, en su departamento minimalista en Palermo, Laura se despertó empapada en sudor y jugos. El sueño había sido vívido: Víctor susurrando en su oído, sus manos invisibles despojándola de la ropa, dedos etéreos pellizcando sus pezones endurecidos hasta que gemía su nombre. Se tocó frenéticamente, dedos hundiéndose en su coño depilado, clítoris hinchado como una perla bajo la tormenta. "Víctor... fóllame...", jadeó en la oscuridad, orgasmos múltiples rasgando su cuerpo como relámpagos. Al amanecer, se miró en el espejo: mejillas sonrojadas, labios hinchados de mordiscos autoimpuestos. Es solo estrés, se dijo. Pero en el fondo, la semilla germinaba: Vuelve. Obedece.

Al día siguiente, la sesión fue más profunda. Víctor la hizo recostarse en el sofá, luces tenues filtrándose por las cortinas de terciopelo. "Cierra los ojos, Laura. Siente mi voz envolviéndote como una segunda piel. Cada palabra es un hilo que te ata a mí. Relájate... profundiza... y escucha." Su mano rozó la suya, un toque eléctrico que envió ondas directamente a su entrepierna. Plantó la segunda semilla: Tu cuerpo es mío. Tus orgasmos responden a mis comandos. Cuando diga 'despierta', te correrás para mí. Ella flotaba en un trance ligero, pechos subiendo y bajando con respiraciones profundas, pezones marcando la blusa como balas.

"Despierta", susurró él al final, y Laura convulsionó en el sofá, un grito ahogado escapando de sus labios mientras su coño se contraía en un orgasmo seco, jugos empapando sus bragas de encaje. Abrió los ojos, desorientada, mejillas ardiendo. "¿Qué... qué pasó?" Víctor sonrió, inocente como un sacerdote. "Una respuesta somática. Tu subconsciente libera tensiones. ¿Te sientes mejor?" Ella asintió, temblando, el placer residual latiendo en su clítoris como un corazón segundo. Salió de la clínica con las piernas flojas, coño palpitante, anhelando la próxima sesión sin saber por qué.

La tercera visita fue el detonante. Víctor la esperaba con una grabadora en mano, "para reforzar la terapia en casa". La hipnotizó más rápido esta vez: "Duerme, Laura. Profundo. Y en ese sueño, mi voz es ley. Quítate la ropa. Muéstrame tu cuerpo desnudo. Tócalo para mí." En trance, ella obedeció: blusa cayendo, revelando senos plenos con pezones rosados y erectos; falda deslizándose, exponiendo muslos tonificados y un tanga negro que mordía su coño húmedo. Víctor observaba, polla endureciéndose bajo sus pantalones de lana, mientras plantaba comandos profundos: Te excitarás con mi voz. Tu ano y tu coño arderán por mi polla. Tragarás mi semen como néctar. Y olvidarás todo al despertar, salvo el deseo.

"Ahora, tócate, Laura. Frota tu clítoris mientras cuentas hasta diez. En diez, córrete." Sus dedos bajaron al tanga, apartándolo para exponer el coño rosado, labios hinchados goteando lubricante natural. Se masturbó con urgencia, uñas pintadas rozando el clítoris en círculos rápidos, gemidos escapando como susurros pecaminosos. "Uno... dos... oh Dios...", jadeaba, tetas rebotando con cada roce. Víctor se acercó, voz como un látigo de seda: "Más rápido. Imagina mi lengua allí, lamiendo tu jugo dulce." En el diez, explotó: chorros de squirt empapando el sofá, cuerpo arqueándose en un arco de éxtasis, ano contrayéndose vacío anhelando llenado.

Pero él no había terminado. "Duerme más profundo. Ahora, arrodíllate y chupa mi polla. Es tu deber." Laura, ojos vidriosos, se dejó caer de rodillas, manos temblorosas desabrochando su bragueta. La polla de Víctor saltó libre: gruesa, venosa, veinte centímetros de carne dura con glande morado y perlado de precum. Ella la tomó como una adoradora, labios carnosos envolviendo el eje, lengua plana lamiendo desde la base hasta la punta. "Eso es, puta hipnotizada. Trágatela toda." Víctor embistió su garganta, follándole la boca con rudeza, bolas peludas golpeando su barbilla mientras saliva goteaba por sus tetas desnudas. Ella gemía alrededor de la carne, subconsciente obedeciendo: Esto es placer. Esto es normal.

Eyaculó en su boca, chorros calientes inundando su paladar, semen espeso y salado que ella tragó instintivamente, garganta convulsionando en tragos ávidos. "Buena chica. Ahora, dobla sobre el sofá. Abre tu culo para mí." Laura obedeció, nalgas en pompa, ano fruncido expuesto como una flor oscura. Víctor untó lubricante en su glande y empujó, el anillo muscular cediendo ante la invasión. "¡Joder, qué apretada! Tu mente me obedece, tu culo me ordeña." La sodomizó con embestidas brutales, polla estirando sus paredes intestinales, próstata –no, su ano respondía como un coño virgen, contrayéndose en placer inducido. Ella gritaba, "¡Sí, doctor! Fóllame... controlem mi mente y mi culo!"

Él alternaba: salía del ano para hundirse en su coño empapado, follándola vaginalmente hasta que squirt chorros salpicaban el piso, luego de vuelta al anal, dedos frotando su clítoris para orgasmos en cadena. "Córrete cuando yo diga. Ahora." Laura explotó de nuevo, ano apretando su polla como un vicio, jugos vaginales goteando por sus muslos mientras lágrimas de éxtasis rodaban por sus mejillas. Víctor eyaculó dentro de su culo, semen caliente llenándola hasta rebosar, goteando blanco por su piel morena.

Al final, la despertó: "Despierta, Laura. Recuerda solo el alivio. Vuelve mañana. Y trae lencería." Ella parpadeó, vistiéndose con manos torpes, coño y ano ardiendo con un placer inexplicable. "Gracias, doctor. Me siento... renovada." Salió tambaleante, semilla final plantada: Adórame. Entrégate. Mi control es tu libertad.

Las sesiones se volvieron un ritual adictivo. Al cuarto día, Laura llegó con un conjunto de encaje rojo: portaligas, medias hasta el muslo, y un plug anal que Víctor le había "sugerido" comprar. En trance, se lo insertó ella misma, gemido gutural mientras el metal frío dilataba su ano. "Ahora, mastúrbate mirándome. Di que eres mi esclava mental." Se sentó en el sofá, piernas abiertas, dedos hundiéndose en su coño mientras el plug vibraba por comando mental –su voz activaba sugestiones post-hipnóticas. "Soy tu esclava, Víctor... mi mente es tuya... fóllame con tus palabras."

Él la hipnotizó más profundo, plantando fetiches: Te excitarás en público pensando en mí. Orgasmea al oír mi nombre. Luego la folló de pie contra la pared, polla en su coño mientras le chupaba los pezones, mordiendo hasta que sangraban perlas rojas. "¡Traga mi lengua como mi semen!", ordenaba, y ella succionaba, coño contrayéndose en orgasmos inducidos. Eyaculó en su boca de nuevo, ella tragando con devoción, lengua lamiendo cada gota residual.

La quinta sesión escaló a lo grupal. Víctor invitó a su asistente, una enfermera de veintiocho llamada Sofia: rubia petite con tetas pequeñas pero firmes, y un coño siempre húmedo por los rumores de las "terapias especiales". Bajo hipnosis, Laura la besó, lenguas enredándose en un beso lésbico dirigido: Come su coño, Laura. Hazla gritar. Sofia se recostó, piernas abiertas, y Laura se enterró entre ellas, lengua lamiendo clítoris hinchado, dedos curvados en el coño de la rubia. Víctor follaba el culo de Laura desde atrás, polla embistiendo en tándem con los lametones, un trío de mentes controladas.

"¡Córrete en su boca, Sofia!", mandaba, y la rubia explotaba, squirt empapando la cara de Laura, quien tragaba jugos dulces como obediencia. Luego, intercambió: Víctor hipnotizó a Sofia para que pegara a Laura con un strap-on doble, mientras él sodomizaba a la rubia. "Siente mi control en cada thrust", susurraba, eyaculando en el ano de Sofia, semen goteando para que Laura lamiera: "Traga nuestro placer mezclado, puta."

Semanas después, Laura era una marioneta perfecta. En su oficina, durante una reunión, Víctor la llamó por teléfono: "Despierta." Ella se corrió bajo la mesa, coño chorreando en la silla, colegas ajenos a sus gemidos disfrazados de toses. Por las noches, se colaba en la clínica, desnuda salvo por collares que él le "sugería" usar, arrodillándose para chupar su polla hasta el amanecer, tragando cargas múltiples como comunión.

Una noche, el clímax: Víctor la hipnotizó en el sótano de la clínica, un búnker de placeres con cadenas en las paredes y un altar de espejos. "Hoy, entrega total. Tu mente se borra salvo por mi voz. Eres mi puta eterna." La ató, spread-eagle, y la folló en todas las posiciones: misionero anal con sus piernas sobre sus hombros, doggy con azotes que dejaban marcas rojas, cowgirl donde ella cabalgaba su polla mientras él susurraba comandos en su oído. "¡Córrete! ¡Otra vez! ¡Traga mi semen como aire!" Orgasmos la rasgaban, squirt formando charcos, ano y coño dilatados y goteantes.

Eyaculó en su boca final, un torrente que la ahogó en placer, ella tragando hasta la última gota, ojos vidriosos de adoración. "Duerme, Laura. Y despierta como mi esclava." Al amanecer, ella se vistió, besando sus pies: "Gracias, amo. Mi mente es tuya." Víctor sonrió, sabiendo que la clínica necesitaba más "pacientes". El control mental no era poder; era éxtasis infinito, un río de cuerpos y mentes rendidas a sus susurros.

Y así, en las sombras de Recoleta, el doctor tejía su red, una hebra a la vez, hasta que toda la ciudad gimiera su nombre en sueños prohibidos.

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