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Voyeurs

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  Al principio ni siquiera reparé en su presencia. Invariablemente, a las 16:00 horas de lunes a viernes salía de la facultad y me dirigía al parabús ubicado enfrente de la Rectoría para esperar el transporte público y dirigirme a casa. Eran dos chiquillos, como de 15 años, con uniforme de secundaria, sentados a la espera del camión o del pesero. Bueno, eso creía yo. En realidad eran dos hábiles cazadores. A veces, los seres humanos platicamos en algún sitio o caminamos muy quitados de la pena y de repente algo nos hace dirigir la mirada a un punto específico. Y es que alguien nos está viendo. Se sienten esas miradas, a veces furtivas, a veces carentes de vergüenza alguna. Así me pasó con esos muchachos. Una tarde, sentados en los bancos de los cinco lugares con los que cuentan los parabuses, ahí estaban, entre los universitarios que también a esa hora, y también de lunes a viernes, esperan el transporte. De espaldas a ellos, tuve esa sensación y volteé a verlos. De inmediato dirigiero

Voyeurs, segunda parte

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  Transcurrieron dos semanas sin que mis chiquillos dieran señales de vida. “Una verdadera lástima, se asustaron demasiado”, pensé una tarde en la que, desconsolada, tardé más de lo habitual esperando el transporte, con la esperanza de que aparecieran. Un viernes, de nuevo de camino a casa, escuché una temblorosa voz a mis espaldas: “Hola, me llamo Aquiles, si nos devuelves la cámara prometemos no volver a hacerlo. Perdónanos, por favor”. Lo miré. Tenía los ojos enrojecidos y los labios le temblaban. Era alto, quizá demasiado para tratarse de un muchacho de secundaria, delgado. Ojos cafés, labios carnosos y una frente llena de espinillas. “Ven, pequeñito mío”, le dije mientras le pasaba el brazo por la espalda para tranquilizarlo. “Acompáñame, vamos a platicar”. Atravesamos Avenida Insurgentes por el túnel y me lo llevé al pasto, entre Derecho e Ingeniería. Caminábamos cogidos de la mano. Parecía mi hermanito. - ¿Y tú amigo? - Le dio miedo venir. - Ven, acuéstate, sólo quiero platicar

Voyeur

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  Me llamo Loreto, tengo 13 años de edad, soy una estudiante normal, asisto cada día al colegio y practico voleybol, lo que me ha otorgado una hermosa figura. Mi mama fallecio hace tres meses y fue un dolor muy grande para mi y para mi papa. Su enfermedad fue larga y con su penoso fallecimiento quedamos desolados y nuestra casa se sentia muy sola. Mi papa andaba como un sonambulo, mirando al suelo, triste, silencioso. Fue una etapa dificil. Hace una semana descubri que papa era “voyeur”. Yo no sabia que era eso. Pero una tarde, cuando regrese del colegio, lo encontre ya en casa, con su mirada perdida ante el televisor que, claramente, no estaba mirando. Lo salude con un beso y me sente a su lado, venia con mi uniforme de colegio y, aunque estabamos en otoño, era un día caluroso. El es muy cariñoso conmigo y, la verdad, yo queria ayudarlo a salir de su gran depresion. Comence a contarle de mi día escolar mientras empezaba a quitarme el chaleco del uniforme, me quite los zapatos y el me