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La mas puta de la empresa 4

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  Al día siguiente, Maria se levantó temprano, algo adolorida después del castigo de su jefe. Se dio una ducha larga y relajante, pensando en lo ocurrido el día anterior. Su culo aún le escocia un poco, pero el recuerdo de las sensasiones que había vivido la excitaban sobremanera. Llegó a la oficina dispuesta a enfrentarse a un nuevo día de trabajo. Ricardo la recibió con una sonrisa de oreja a oreja, como si nada hubiera ocurrido. Maria se sintió algo raro mientras se sentaba en su escritorio. Las horas pasaron tranquilas, con un Ricardo jovial y amable, casi como si nada hubiera pasado. Maria estaba al tanto de su cambio de humor, pero decidió no dar importancia al asunto. Mientras trabajaba, no podía evitar pensar en cómo su jefe había sido capaz de cambiar su estado de ánimo tan drásticamente. Hacia el final de la jornada laboral, Ricardo llamó a Maria a su oficina. La joven se sintió nerviosa, pero hizo acto de presencia ante su jefe. - Buenos días, Maria. He pensado que, después

Secretarias putas

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Enrique era un hombre de negocios exitoso, y tenía una debilidad por las mujeres maduras. Le encantaba tenerlas a su merced, sobretodo si se trataba de sus dos secretarias, Carla y Sara. Ambos habían establecido un extraño juego de dominación y sumisión con el paso del tiempo. A Enrique le gustaba someterlas y tratarlas como sus juguetes personales, y ellas se dejaban y hasta les encantaba. Un día, después de un importante meeting, Enrique decidió que era hora de divertirse un poco. Llamó a sus dos secretarias a su oficina y les ordenó que se quitara el uniforme, quedándose en lencería sexy, tal como le gustaba. Las mujeres obedecieron con la cabeza gacha, sabiendo lo que les esperaba. Enrique se relamía con la imagen de aquellas dos culonas y tetonas ante él. Les ordenó arrodillarse y comenzó a acariciar sus cuello y sus cabellos con sutileza. Sara y Carla gozaban con cada caricia, mientras él las iba manoseando. Ambas en ropa interior, Enrique les indicó que se tumbaran boca arriba s

Sara y Lara, secretarias bien putas

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  La oficina estaba sumida en la rutina diaria, con los empleados trabajando diligentemente en sus tareas. El jefe, un hombre apuesto y carismático llamado Daniel, era conocido por su enfoque exigente y su habilidad para sacar lo mejor de su equipo. Dos de las secretarias, Laura y Sara, compartían una estrecha amistad y una complicidad que iba más allá del trabajo. Un día, Daniel convocó a Laura y Sara a su oficina para discutir un proyecto importante. Al entrar, las dos mujeres sintieron una tensión en el aire, una excitación anticipada por lo que estaba por venir. Daniel los recibió con una sonrisa y los invitó a tomar asiento. Daniel: (con voz autoritaria) Laura, Sara, estoy muy contento con el trabajo que han estado haciendo. Pero hoy, quiero que vayamos más allá de lo profesional. Quiero explorar una fantasía que tengo desde hace mucho tiempo. Laura y Sara se miraron el uno al otro, intrigadas y curiosas por descubrir qué tenía en mente su jefe. Sara: (con voz suave) ¿Qué tienes e

Secretaria sumisa

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German llegó a la oficina temprano por la mañana, con una mirada decidida en sus ojos. Caminó con confianza hacia su despacho, donde Flor, su sumisa secretaria, lo esperaba con anticipación. Al entrar, sus ojos se encontraron y Flor supo inmediatamente que comenzaba un intenso dia laboral. "Florencia, quítate la ropa y permanece desnuda mientras trabajas en tu escritorio", ordenó German con voz autoritaria. Flor, sin dudarlo, comenzó a despojarse de su ropa lentamente, dejándola caer al suelo con gracia. Con movimientos gráciles, desabrochó el botón de su blusa lentamente, dejando al descubierto suaves curvas y una delicada piel que anhelaba ser tocada. El tejido de la blusa cayó suavemente por sus brazos, revelando su figura curvilínea y sensual, decorada con un delicado sujetador de encaje negro que realzaba aún más su busto. Deslizó las manos por sus caderas, desabrochando lentamente el cierre de su falda, permitiendo que se deslizara por sus piernas hasta caer al suelo. Q