La Seducción de la amiga lesbiana de mi hija



 

Soy Claudia, tengo cuarenta y cinco años y, aunque no lo parezca por cómo me miro al espejo a veces, todavía me siento con ganas de todo. Mi hija se fue a estudiar a Córdoba hace unos meses y la casa quedó demasiado silenciosa. Demasiado vacía. Y yo, con este cuerpo que ya no es de veinte pero que sigue dando que hablar —tetas grandes, culo que no se rinde, y un coño que se moja solo con pensar en cosas prohibidas—, empecé a sentir un vacío que el vino no alcanzaba a llenar.

Bianca, la mejor amiga de mi hija, siempre me había mirado distinto. Desde que la veía venir a casa con ella, adolescente todavía, ya me clavaba esos ojos verdes de gata curiosa. Se ponía nerviosa cuando me acercaba, se le subía el color a las mejillas cada vez que me ponía un escote o me inclinaba para servirle algo. Yo lo sabía. Y me encantaba.

Un viernes por la tarde, con la casa sola y el calor pegajoso del verano porteño, decidí actuar. La llamé.

—Bianca, linda, ¿podés venir un rato? Estoy aburrida, me vendría bien compañía. Traé algo de comer si querés.

Llegó en menos de una hora, con una bolsa de papas fritas y esa sonrisa tímida que me volvía loca. Llevaba una remerita blanca ajustada que marcaba sus tetas firmes de copa C y un shortcito que dejaba ver sus piernas largas y bronceadas. Estaba preciosa. Y yo estaba cachonda desde que la vi en la puerta.

La hice pasar al living. Abrí una botella de vino blanco bien frío. Nos sentamos en el sofá, charlando pavadas, pero yo no podía dejar de mirarle las piernas, el escote sutil, la forma en que se mordía el labio cuando se ponía nerviosa.

Después de la segunda copa, me acerqué más. Le puse una mano en el muslo, despacio.

—Bianca… siempre me pareciste hermosa. Desde que venías con mi hija. No sé si te diste cuenta, pero yo te miraba… mucho.

Ella se sonrojó hasta las orejas. Bajó la mirada, pero no se movió.

—Yo… también te miraba a vos, Claudia. Siempre. Pero sos la mamá de mi amiga…

Sonreí, le acaricié la mejilla y bajé la mano hasta rozarle un pecho por encima de la remerita. Sus pezones se pusieron duros al instante.

—No importa —le susurré—. Estamos solas. Nadie tiene que saber.

La besé. Primero suave, luego con lengua. Ella gimió contra mi boca, me agarró de la nuca y me devolvió el beso con hambre. Le quité la remerita de un tirón: tetas firmes saltaron libres, pezones rosados duros como piedritas. Los chupé con ganas, mordiendo suave mientras ella jadeaba.

—Vamos a la cama —le dije, tirando de su mano.



La llevé al dormitorio. Me quité la bata de seda negra que llevaba puesta: quedé desnuda, tetas E pesadas colgando, pezones oscuros gruesos erectos, coño maduro chorreando jugos por los muslos. Ella se quedó mirando, con la boca entreabierta.

—Sacate todo, linda —le ordené.

Bianca se desnudó temblando. Cuerpo perfecto de veinte años: tetas firmes, culo redondo, coño depilado con labios delgados rosados ya húmedos.

Nos tiramos en la cama. Yo encima. Le besé el cuello, las tetas, los pezones rosados hasta hacerla gemir. Bajé besando su vientre plano hasta llegar a su coño joven.

—Abrí las piernas, mi amor… dejame probar tu conchita.

Bianca abrió las piernas, temblando. Su coño olía a deseo fresco, a juventud. Metí la lengua despacio, lamiendo labios delgados, saboreando jugos dulces y transparentes. Succione su clítoris pequeño pero hinchado, metí dos dedos en su vagina apretada y la follé con la lengua mientras ella gritaba:

—¡Claudia… oh Dios… tu lengua en mi concha… me voy a venir!

La hice venir rápido. Squirt chorreado en chorros finos y calientes empapando mi cara, jugos dulces chorreando por mi barbilla. Ella temblaba, caderas empujando contra mi boca.

—Ahora vos, Bianca… lamé mi concha madura.

Me senté sobre su cara. Ella lamió ansiosa: lengua en mis labios gorditos hinchados, succionando mi clítoris grande y rojo, dedos hundiéndose en mi vagina madura chapoteando jugos espesos y salados. Yo gemí ronca, tetas E rebotando mientras cabalgaba su cara.

—¡Sí, mi putita… lamé mi concha chorreante… meté la lengua en mi ano también!

Bianca obedeció, lengua punzando mi ano maduro fruncido, saboreando sudor y jugos. Me corrí fuerte, squirt maduro inundando su boca, chorros calientes y espesos que ella tragó gulosa.

Nos quedamos jadeando, cuerpos sudorosos y temblorosos, coños chorreando jugos mezclados.

—Esto no va a ser la última vez, linda —le susurré, besándola con lengua llena de nuestros jugos—. Tu conchita joven y mi concha madura… van a seguir chorreando juntas.

Bianca sonrió, aún temblando:

—Cuando quieras, Claudia. Quiero más… quiero que me enseñes todo.

Y así empezó nuestro secreto. Tardes en que Bianca venía “a estudiar”, pero terminábamos lamiéndonos los coños hasta chorrear, tetas gorditas y firmes rebotando, gemidos ahogados en la casa vacía. Adicción lesbiana que nos unía en placer eterno.

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