Atada a una silla y engañada terriblemente

 


Laura tenía veinticinco años, un cuerpo que volvía loco a cualquiera: piel blanca suave, tetas firmes de copa C con pezones oscuros grandes y gruesos que se marcaban siempre bajo la ropa, cintura estrecha y culo redondo que tensaba los jeans. Su novio, Diego, de veintiocho, era un tipo normal, pero con una fantasía oscura que nunca le había confesado del todo: quería verla follada por otro, sin que ella lo supiera, para después disfrutar del secreto.

Una noche, después de cenar en casa, Diego le propuso algo diferente. Estaba desnuda en el sofá, solo con una tanga negra, bebiendo vino.

—Amor… ¿te animarías a probar algo más intenso? —dijo él, voz baja—. Quiero atarte a la silla, vendarte los ojos y amordazarte. Solo yo, solo nosotros. Para que te entregues completamente.

Laura se mordió el labio. Siempre había sido curiosa, pero tímida con lo extremo.

—¿Y si me da miedo? ¿O quiero parar?

—Justo por eso —respondió Diego—. Si estás atada y amordazada, no podrás echarte atrás. Será más real, más intenso. Confiá en mí.

Ella dudó, pero la idea la excitó. Los pezones oscuros se le pusieron duros solo de imaginarlo. Asintió.

—Está bien… pero solo vos. Y si digo la palabra de seguridad, parás.



Diego sonrió. La llevó a una silla de madera en el centro del living. Le quitó la tanga y la sentó desnuda. Le ató las muñecas detrás del respaldo con cuerdas suaves pero firmes, los tobillos a las patas de la silla, dejándola con las piernas abiertas. Luego le puso un pañuelo negro sobre los ojos y una mordaza de bola roja que le llenaba la boca, saliva ya empezando a gotear por su barbilla.



Laura respiraba agitada, tetas subiendo y bajando, pezones oscuros erectos como nunca, coño ya mojado y brillante entre sus muslos abiertos.

Diego se acercó, le acarició los pezones con los dedos, luego bajó y le rozó el clítoris hinchado. Ella gimió contra la mordaza. Él se alejó en silencio, abrió la puerta del living y dejó entrar a su amigo Pablo, que había estado esperando en el pasillo. Pablo era más alto, más ancho, con una polla de veinte centímetros gruesa y venosa que ya estaba dura.

Diego le hizo una seña: ni una palabra. Pablo asintió y se acercó. Laura no podía ver ni hablar, solo sentir.

Primero sintió manos desconocidas en sus tetas, amasándolas con fuerza. Pensó que era Diego. Luego una boca chupando uno de sus pezones oscuros, mordiendo suave. Otro dedo rozándole el clítoris. Ella gimió, excitada, coño chorreando jugos por el asiento de la silla.

Pablo se bajó los pantalones en silencio, polla dura apuntando. Diego se sentó en un sillón frente a ella, polla fuera, masturbándose lento, disfrutando el espectáculo.

Pablo se colocó entre sus piernas abiertas, frotó el glande contra sus labios vaginales hinchados. Laura gimió fuerte contra la mordaza, pensando que era su novio. Pablo empujó despacio: el coño apretado de ella lo recibió con resistencia, pero estaba tan mojada que entró hasta el fondo de un solo empujón.

Laura soltó un gemido largo y ronco, cabeza echada atrás, tetas rebotando con cada embestida. Pablo la folló con ritmo constante, profundo, sin prisa. Ella se retorcía en la silla, cuerdas apretando sus muñecas, saliva cayendo por su barbilla, coño chorreando jugos por el eje venoso que la penetraba.

Diego miraba, polla goteando precum, disfrutando ver a su novia siendo follada por su amigo sin saberlo.

Pablo aceleró. Laura se corrió fuerte, cuerpo temblando, squirt salpicando el piso, gemidos ahogados por la mordaza. Pablo gruñó bajito y eyaculó dentro de ella: chorros calientes y espesos inundando su coño, semen rebosando y goteando por sus muslos y el asiento de la silla.

Luego, en silencio, Pablo se retiró, se subió los pantalones y salió sin hacer ruido. Diego esperó unos segundos, se acercó y le quitó la mordaza y la venda.

Laura jadeaba, coño goteando semen, ojos vidriosos.

—¿Te gustó, amor? —preguntó él con una sonrisa.

Ella asintió débil, todavía temblando.

—Sí… fue increíble… nunca me habías follado así.

Diego solo sonrió y la besó de nuevo, mientras el semen de Pablo seguía goteando lentamente por sus muslos.

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