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Vibraciones Prohibidas: La Noche del Control Remoto

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Lucía y Diego llevaban dos años juntos, una pareja de veintidós y veinticuatro años que parecía sacada de una revista de parejas perfectas: él, un desarrollador de apps con un cuerpo atlético de gym obsesivo –pecho definido velludo que olía a sudor fresco después de follar, brazos fuertes que la levantaban como una muñeca para embestirla contra la pared, y una polla gruesa de veinte centímetros venosa como raíces enfurecidas, glande bulboso morado que goteaba precum espeso y salado como lágrimas de lujuria constante, bolas pesadas peludas llenas de semen acumulado que colgaban bajas listas para vaciarse en chorros potentes dentro de su coño o boca. Lucía era su contraparte inocente pero cachonda: una estudiante de diseño con curvas juveniles que volvían loco a Diego –tetas firmes de copa C que rebotaban libres bajo tops ajustados, pezones rosados puntiagudos que se endurecían al menor soplido caliente, abdomen plano marcado por yoga, caderas estrechas terminando en un culo alto y redon...

Compartida por Amor

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Valeria y Martín llevaban ocho años casados, una pareja de treinta y cinco años que parecía perfecta desde afuera: él, ingeniero con cuerpo atlético y una polla gruesa de veinte centímetros que la follaba como un animal cada noche, ella, una profesora de yoga con curvas maduras que volvían locos a los alumnos –tetas D-cup pesadas y firmes con pezones oscuros gruesos que se endurecían al roce de la lycra, culo redondo y carnoso que tensaba los leggings hasta el límite, y un coño depilado con labios carnosos hinchados que chorreaba jugos almizclados como miel caliente cuando la excitaban bien, clítoris grande rojo palpitante que la hacía squirt como una fuente descontrolada. Su matrimonio era fuego: folladas diarias en la cocina, él embistiéndola contra la mesada hasta creampie rebosante en su coño, semen goteando por sus muslos mientras ella gemía "¡Lléname el útero, amor, hazme chorrea tu leche espesa!". Pero Martín tenía un fetiche que crecía como un cáncer: quería ver a Val...

La Novia Curiosa: Anal en el Cumpleaños

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Lucía tenía veinte años, pero su cuerpo era un regalo envuelto en inocencia y fuego puro: curvas suaves que el tiempo apenas había empezado a tallar, tetas de copa C firmes y redondas que rebotaban libres bajo camisetas holgadas, pezones rosados y puntiagudos que se endurecían al menor roce del viento o de una mirada lasciva, abdomen plano marcado por clases de danza que la hacían moverse como una gata en celo, caderas estrechas pero prometedoras que terminaban en un culo alto y redondo perfecto para ser azotado, y un coño depilado con labios carnosos e hinchados que se abrían como pétalos húmedos al excitarse, clítoris protuberante y rojo que la hacía squirt como una fuente descontrolada si la follaban bien, ano rosado y fruncido completamente virgen que palpitaba inocente cada vez que Diego le rozaba el perineo con la lengua. Su melena castaña caía en ondas desordenadas hasta la mitad de la espalda, ojos cafés grandes y almendrados que brillaban con una curiosidad insaciable, y labio...

La Vecina Prohibida

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  Valeria tenía cuarenta y cinco años, pero su cuerpo era un templo de lujuria madura que el tiempo había pulido en lugar de desgastar: tetas enormes de copa E que colgaban pesadas y jugosas bajo cualquier blusa, rebotando con cada paso como melones maduros listos para ser devorados, pezones oscuros y gruesos como monedas de chocolate que se endurecían al menor roce del aire acondicionado, aureolas anchas y arrugadas por años de chupadas y pellizcos, caderas anchas que se mecían con una cadencia hipnótica, terminando en un culo carnoso y redondo que tensaba los leggings de yoga hasta el punto de ruptura, nalgas separadas por un surco profundo donde su ano fruncido rosado asomaba tentador cuando se inclinaba, y un coño depilado con labios mayores hinchados y carnosos que se abrían como pétalos húmedos al excitarse, clítoris grande y rojo protuberante que palpitaba visiblemente bajo tangas minúsculos, chorreando jugos espesos y almizclados como miel caliente cuando se calentaba. Su m...

Las Vecinas Insaciables

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  Ana y Carla vivían puerta con puerta en un edificio antiguo de Villa Crespo, Buenos Aires, uno de esos con balcones que se miraban como ojos curiosos y paredes tan finas que los gemidos de una se colaban en los sueños de la otra. Ana, veintiocho años, era una diseñadora gráfica freelance con un cuerpo que parecía tallado para el pecado: rubia platino teñida con raíces oscuras que le daban un aire salvaje, melena corta y desordenada que enmarcaba un rostro pecoso con ojos azules que brillaban con malicia, tetas firmes de copa C que rebotaban libres bajo tops cropped, pezones rosados y puntiagudos que se endurecían con solo una brisa fresca, abdomen plano marcado por horas de pilates, y un coño depilado con labios mayores hinchados y rosados que se abrían como pétalos húmedos al excitarse, clítoris protuberante y sensible que la hacía squirt como una fuente si la lamían bien, ano rosado y fruncido que palpitaba rogando atención. Su culo era atlético y redondo, perfecto para ser azo...

La Rendición Final: el culo

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Habían pasado diez años desde que Elena y Javier se dijeron "sí, quiero" en esa capilla de San Telmo, con el sol de Buenos Aires filtrándose por las vidrieras como un presagio de pasión eterna. Elena, ahora de treinta y cinco años, era una mujer que el tiempo había moldeado en curvas pecaminosas: tetas pesadas de copa DD que rebotaban libres bajo camisones de seda, pezones oscuros y gruesos que se endurecían con solo un soplido caliente, caderas anchas que terminaban en un culo redondo y alto que tensaba las faldas de oficina hasta el límite, y un coño depilado con labios carnosos que se hinchaban al primer roce, chorreando jugos espesos como miel cuando la follaban bien. Su melena castaña caía en ondas desordenadas hasta los hombros, ojos verdes que brillaban con una mezcla de ternura maternal y lujuria reprimida, y una risa ronca que hacía que Javier se corriera solo de oírla. Pero en la cama, Elena era un enigma: una diosa vaginal que cabalgaba su polla como una amazona, s...

Chantaje a la madura amiga de la familia

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  Tomás tenía veinte años, pero su cuerpo era el de un semental en potencia: alto y atlético por las tardes en el gym del barrio, con hombros anchos que tensaban las camisetas hasta romperlas en el calor del verano porteño, cabello negro revuelto que le caía sobre la frente sudada, y una polla que medía diecinueve centímetros cuando se ponía dura como una barra de hierro, venosa y gruesa con un glande morado que goteaba precum espeso como si rogara por un coño apretado. Vivía con su madre en un departamento modesto de Belgrano, Buenos Aires, un lugar donde el aire siempre olía a café quemado y a secretos familiares. Su madre, Laura, era una divorciada de cuarenta y cinco que trabajaba de secretaria en un estudio jurídico, y sus amigas eran un desfile de MILFs que lo dejaban pajeándose en el baño: tetas pesadas, culos maduros y coños que imaginaba chorreando experiencia. Entre ellas, Carla era la reina: cuarenta y dos años, amiga de Laura desde la secundaria, una contadora casada co...