Relájate
Ana, de 18 años, entró nerviosa en la consulta. "Solo un chequeo rutinario", dijo el Dr. López, un hombre maduro de ojos penetrantes. A su lado, el Dr. Rivera, más joven pero igual de imponente, sonrió.
Se quitó la blusa y el sujetador por orden suya. Sus pechos firmes se expusieron al aire fresco. "Relájate", murmuró López, acercándose. Sus dedos rozaron sus pezones, supuestamente para "palpar anomalías". Ana jadeó, un cosquilleo traicionero entre sus piernas.
Rivera se unió, sus manos bajando por su vientre plano hasta el borde de la falda. "Necesitamos examinar a fondo", dijo, deslizando la prenda hacia arriba. No llevaba bragas; era un secreto que ahora los excitaba. Sus dedos encontraron su coño rasurado, húmedo contra su voluntad.
López pellizcó un pezón mientras Rivera separaba sus labios vaginales, frotando el clítoris con círculos lentos. "Mira cómo responde el cuerpo", susurró López, su aliento caliente en su cuello. Ana se mordió el labio, intentando resistir. Pero el placer crecía, eléctrico, incontrolable.
Rivera introdujo un dedo, luego dos, curvándolos contra su punto G. López chupó su pezón, mordisqueando. Sus caderas se movieron solas, traicionándola. "No... por favor...", gimió, pero su voz era un susurro roto.
El orgasmo la golpeó como una ola: su coño se contrajo alrededor de los dedos de Rivera, chorros de jugo empapando su mano. Gritó, temblando, mientras los doctores sonreían, sus erecciones evidentes bajo las batas. "Examen completado", dijo López, retirándose. Ana se derrumbó, jadeante, sabiendo que volvería.

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