El trabajo de Lucia



Lucía llevaba semanas buscando trabajo. Había enviado decenas de currículums sin éxito hasta que recibió un mensaje inesperado: una invitación a una entrevista en una de las empresas más prestigiosas del sector. No lo dudó, se arregló con esmero y se presentó puntualmente en el lujoso edificio de oficinas.


El aire estaba impregnado de un perfume caro cuando cruzó la puerta de la oficina. Había esperado con ansias esta oportunidad, la promesa de un nuevo comienzo. Su atuendo era formal pero sutilmente favorecedor: una blusa blanca de seda que se ceñía a su figura y una falda lápiz que realzaba sus curvas.


El asistente la guió hasta una imponente puerta de madera oscura. Tocó y, tras un instante de silencio, una voz grave dijo:


—Adelante.


Cuando la puerta se abrió, la luz tenue dibujó la silueta de su entrevistador. Alto, con una presencia que llenaba el espacio sin esfuerzo. Su mirada la recorrió despacio, como si saboreara cada detalle antes de invitarla a sentarse.


—Señorita Lucía, ¿verdad? —dijo con voz profunda, sin apartar los ojos de ella.


—Sí —respondió, sintiendo un leve escalofrío.


Él hojeó su currículum con parsimonia, pero su mirada volvía a ella con frecuencia. Se reclinó en su silla, entrelazó los dedos y le dedicó una sonrisa enigmática.


—Tiene un perfil interesante. Pero me interesa más conocer sus… habilidades prácticas. ¿Está dispuesta a hacer lo que sea necesario para obtener este puesto?


Lucía sintió su pulso acelerarse. Algo en su tono, en la forma en que la observaba, le indicaba que aquella entrevista no sería como las demás. Su mundo se redujo a sus sentidos: el aroma de su colonia, la textura del cuero del sillón bajo sus dedos, el cosquilleo eléctrico en su piel con cada palabra medida.


—Depende de lo que signifique ‘lo que sea necesario’ —respondió con voz firme, aunque su respiración se había vuelto más corta.


Él se levantó con lentitud y rodeó el escritorio hasta quedar justo detrás de ella. Inclinándose, susurró en su oído con una voz cargada de intención:


—Pareces ser una buena chica... que crees que podria ser necesario


Lucía cerró los ojos un instante. Sabía que estaba en peligro, pero también que, tal vez, huir ya no era una opcion, estaba en bancarrota y desesperada por conseguir un trabajo.



Lucía se sorprendió de la pregunta, pero rápidamente comprendió que el jefe no se refería a habilidades laborales. Él se acercó más a ella, su aliento caliente contra su nuca, y le tomó el hombro con su mano grande y firme.

—No te preocupes, buena chica —le susurró al oído—, solo quiero asegurarme de que eres tan buena como pareces.

Él llevó su mano más allá del hombro de Lucía y se deslizó por su espalda hacia abajo, deteniéndose en la curva de su nalga izquierda. La presión de su mano aumentó, aferrándose con más fuerza a su carne, y ella sintió un susurro que corría por su columna.

—Tengo una idea —continuó él en un tono más bajo—, para evaluar tus habilidades.

La seguridad que Lucía había sentido inicialmente empezó a flaquear, pero también había una parte de ella que estaba emocionada por la posibilidad de que algo más interesante y excitante sucediera. Después de todo, había algo en él que la atraía y hacía que su corazón latiera con más fuerza.

—¿Cuál es? —preguntó ella con una voz apenas audible, su aliento convertido en un leve temblor en el pecho.

El jefe la giró lentamente en su silla para enfrentarla a él, y su mano viajó por su pierna hacia arriba, deteniéndose en la parte interna de su muslo. Lucía jadeó suavemente al sentir su contacto cálido.

—Quiero que te desnudes —repitió él con voz firme—. Quiero ver si tienes lo que se necesita para este trabajo.



Aunque se sintió incómoda con la solicitud, Lucía no quería arruinar la oportunidad. Desabrochó la blusa y se deshizo de ella, revelando su sostén de encaje negro que apenas contenía sus pechos perfectamente redondos. La mirada del jefe se deslizó hacia abajo, deteniéndose en sus curvas generosas, antes de regresar a sus ojos.

Luego, él se arrodilló ante ella, su mirada ardiente fija en sus piernas. Lucía sintió su corazón latir con más fuerza al verlo en esa posición. Él le sujetó la falda y empezó a deslizarla hacia abajo lentamente, exponiendo sus piernas largas y suaves.

Con un dedo, él comenzó a dibujar círculos en la parte interna de su muslo, subiendo gradualmente hasta alcanzar su entrepierna. Ella arqueó la espalda y se estremeció cuando sintió su tactilidad sobre la seda negra de sus bragas.

—¿Te gusta? —preguntó él con voz baja.

Ella asintió sin palabras, un poco avergonzada pero incapaz de negar el placer que estaba sintiendo. Él continuó explorando, su dedo se deslizó sobre la seda de sus bragas y se acercó a la parte posterior de su cuerpo, hacia el orificio anal, que permanecía oculto entre las sombras.

Él deslizó su dedo sobre su piel suave y tensa, provocando un gemido involuntario en Lucía. La sensación era nueva y emocionante para ella. Nunca antes había experimentado un toque en ese lugar, y la idea de que alguien podría querer explorarlo la llenaba de una mezcla de curiosidad y miedo.

Él se inclinó hacia adelante y, con su otro brazo, apartó las bragas de seda a un lado. Su aliento caliente sobre su piel hizo que un estremecimiento le recorriera la columna.

—Estás tan apretada —le dijo en un susurro mientras acercaba su dedo al orificio anal.

Lucía tragó saliva y cerró los ojos, esperando la invasión. Él lo hizo lentamente, introduciendo apenas la punta de su dedo. 

continuara...

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