En una isla desierta con dos azafatas



El rugido del viento se mezclaba con el estruendo de las olas. La tormenta azotaba la isla con furia, arrancando hojas de las palmeras y lanzando lluvia como agujas sobre la arena. Entre la espuma y los restos del avión, tres figuras luchaban por mantenerse en pie. El piloto, empapado y con la camisa pegada al cuerpo, miraba alrededor con desesperación. La azafata morena se aferraba a una roca, tratando de evaluar la situación con la respiración entrecortada. La rubia, temblando de frío, se cubría el rostro con los brazos mientras el agua la golpeaba sin piedad. No había señales de otros sobrevivientes. Solo ellos.


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El sol brillaba con un resplandor implacable sobre la arena blanca. La tormenta se había disipado, dejando tras de sí un silencio abrumador.


El piloto se pasó una mano por el cabello húmedo y observó a las dos mujeres sentadas a su lado. Sus ropas aún estaban húmedas, pero al menos el calor ayudaba a secarlas.


—Bueno… —dijo, rompiendo el silencio—. No sé ustedes, pero estoy bastante seguro de que esto no estaba en el itinerario del vuelo.


La azafata rubia soltó una risa nerviosa y se abrazó las rodillas.


—No, definitivamente no.


La morena, con los brazos cruzados, escudriñó el horizonte.


—Necesitamos organizarnos. Ver qué tenemos y buscar agua antes de que el sol nos deje secos.


El piloto la miró con una media sonrisa.


—Ya dando órdenes, ¿eh?


Ella se encogió de hombros.


—Alguien tiene que hacerlo.


El piloto no discutió. Sabía que tenía razón. Pero aún no podía sacudirse la sensación de que todo esto era una pesadilla de la que en cualquier momento despertarían.


—Está bien —dijo—. Empecemos por ver qué logramos rescatar. No podemos contar con un rescate inmediato.


Las dos azafatas asintieron. No tenían otra opción. Estaban solos en aquella isla, y si querían sobrevivir, tendrían que confiar el uno en el otro.


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Una noche, después de compartir un mango hallado cerca del arroyo, el piloto observó a sus compañeras de naufragio. La luz del fuego dibujaba sombras doradas en sus rostros, resaltando la dulzura en los ojos de la rubia y la determinación en los de la morena.


—No sé qué haría sin ustedes —dijo en voz baja.


La rubia sonrió, inclinándose apenas hacia él.


—Nos tenemos los tres. Eso es lo único que importa ahora.


La morena los miró, su expresión suavizándose. Sin decir una palabra, se acercó más. La cercanía, el calor de sus cuerpos y la tensión que había crecido entre ellos hicieron el resto. Primero fue un roce, un aliento compartido. Luego, un beso, suave y exploratorio, entre la rubia y el piloto. Pero antes de que pudieran alejarse, la morena también se acercó, sus labios rozando los de él con decisión.


El piloto sintió que su mundo giraba. No era solo el deseo, era la conexión única que habían construido juntos, lejos de todo lo que alguna vez conocieron. Cuando la morena tomó el rostro de la rubia y la besó con la misma intensidad, el aire pareció electrizarse.


Los tres se miraron, respirando entrecortadamente. En la isla, en su propia burbuja de supervivencia, las reglas del mundo parecían haberse desdibujado. Sin palabras, supieron que aquello era inevitable.


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La morena bajó su mano hasta el monte de Venus de la rubia, acariciando su clítoris hinchado. Ella soltó un gemido ahogado contra su boca. El piloto aprovechó para quitarle el top, liberando sus senos. Tomó uno de sus pezones entre sus dedos y comenzó a apretar, mientras su otra mano se colaba debajo de las bragas de la morena.


La rubia sentía que el cuerpo le ardía de deseo. Abrió los ojos para encontrarse con la mirada oscura y hambrienta de la morena. Sin dudarlo, tomó el rostro de su compañera y la besó con frenesí, metiendo su lengua en su boca y explorando cada rincón. La morena respondió del mismo modo, enredando sus dedos en el cabello de la rubia y jalando con fuerza.


Mientras tanto, el piloto se había deshecho de su ropa y se masturbaba lentamente, viendo cómo las dos mujeres se comían mutuamente la boca. La erección era casi dolorosa, pero se contuvo para no Intervention. Quería disfrutar del espectáculo.


La rubia deslizó su mano dentro de las bragas de la morena, acariciando sus labios húmedos yendo hacia arriba y abajo. Ella se retorció de placer, apretando las piernas contra los dedos invasores. La rubia insertó un dedo en la cavidad apretada de la morena, sintiendo cómo los músculos internos lo succionaban con avidez. Añadió un segundo dedo, empujándolos más profundo y buscando ese punto especial que sabía que la haría gritar.


La morena no pudo contener más los gemidos y se dejó caer sobre la arena, separando las piernas lo más que pudo. La rubia se colocó entre ellas, bajando la boca hasta su centro caliente. Lamió la humedad, saboreando el néctar dulce que brotaba de la fuente de la morena. Cerró los labios sobre su clítoris y chupó con fuerza, frotándolo con la punta de la lengua.


La morena se arqueó y gritó el nombre de la rubia, clavando las uñas en su espalda. Estaba tan cerca del orgasmo que podía saborearlo. La rubia continuó lamiendo sin piedad, metiendo la lengua lo más profundo posible en el canal empapado. La morena se corrió con un grito ahogado, su cuerpo convulsionando de placer.


Pero no hubo tiempo para descansar. La rubia se dio vuelta y abrió la boca, invitando al piloto a meter su miembro duro y palpitante. Él se colocó de rodillas, sujetándose del cabello de la mujer mientras empujaba hacia adentro. La rubia sintió la polla grande y gruesa invadir su garganta, tocando el fondo. Pero no se atragantó. En cambio, tragó saliva y deslizó la lengua por toda la longitud, saboreando cada vena y pliegue.


Mientras tanto, la morena se había puesto detrás del piloto, separando sus nalgas y exponiendo su ano tenso. Lo lamió desde abajo hacia arriba, deleitándose con el sabor salado y almizclado. El piloto gruñó de placer, moviendo las caderas hacia adelante para meterse más profundo en la boca ansiosa de la rubia y hacia atrás para sentir la lengua talentosa de la morena en su agujero prohibido.


La rubia sentía que se ahogaba, pero no le importaba. Quería tragarse esa verga entera y sentir cómo se derramaba su semen caliente en su garganta. La folló duro con la boca, el piloto embistiendo hacia adelante y ella tragando alrededor de su miembro, succionando con fuerza.


Pero de pronto, el piloto salió de su boca y se tumbó boca arriba en la arena. La rubia sintió una punzada de decepción, pero no por mucho tiempo. La morena se subió a horcajadas sobre el rostro del hombre, frotando su coño empapado contra su boca. El piloto comenzó a lamer, introduciendo la lengua lo más profundo posible en la cavidad ardiente.


La rubia se posicionó sobre la polla dura del piloto, frotándola contra sus labios vaginales resbaladizos antes de bajar lentamente. Gimió cuando el miembro grueso estiró su estrechez, llenándola por completo. Comenzó a moverse arriba y abajo, montando al hombre con suavidad.


La morena se retorcía encima del rostro del piloto, gimiendo sin control mientras él lamía su clítoris. La rubia inclinó su cuerpo hacia adelante, tomando los pezones erectos de la otra mujer en su boca y chupándolos con fuerza. La morena arqueó la espalda y gritó el nombre del piloto cuando se corrió con violencia, su cuerpo entero sacudiéndose con la fuerza del orgasmo.


La rubia se corrió un segundo después, el gemido estallo resonando en la playa desierta. El piloto no aguantó más. Salió de debajo de las mujeres y se masturbó frenéticamente hasta que su polla estalló, disparando chorros de semen por toda la cara y el pecho de las dos mujeres. Ellas se besaron con hambre, compartiendo el líquido espeso y caliente mientras los sonidos de sus gemidos se mezclaban con el rugido del mar.


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