Aprovechandome de una embarazada desesperada



Martín subió las escaleras de su edificio con la rutina pegada a los hombros. El día había sido largo y su única meta en ese momento era entrar a su departamento, quitarse los zapatos y dejarse caer en el sillón. Pero al doblar en el descanso del tercer piso, se encontró con una escena que lo detuvo en seco.


Sentada en los escalones, con los brazos rodeando su vientre abultado y el rostro oculto entre las manos, estaba su vecina del segundo piso. Sollozaba en silencio, con los hombros temblando levemente.


—¿Estás bien? —preguntó Martín, quitándose la mochila.


Ella levantó la vista y se apresuró a secarse las lágrimas con la manga del suéter. Lo conocía de vista, se habían cruzado varias veces en el pasillo, en el ascensor cuando este funcionaba, pero nunca habían pasado de los saludos cordiales.


—Perdón… No quise preocupar a nadie —dijo con la voz rasposa.


—No tienes que disculparte —respondió él, bajando un escalón hasta quedar a su altura—. ¿Te pasó algo?


Ella soltó una risa amarga y bajó la mirada hacia su vientre.


—No sé cómo voy a pagar el alquiler este mes… Ni el próximo. No tengo trabajo, no tengo a nadie… y no sé qué voy a hacer.


Martín sintió un nudo en el estómago. Nunca había sido bueno para consolar a la gente, pero verla así, con el miedo y la desesperación reflejados en sus ojos hinchados, lo conmovió.


—¿Quieres subir un rato? Te puedo preparar un té o darte un vaso de agua, lo que necesites.


Ella dudó, pero después asintió.


—Agua estaría bien…


Se puso de pie con dificultad y Martín le ofreció la mano para ayudarla. Subieron los escalones hasta su departamento, Martin trataba de animarla dandole conversacion, y supo que su nombre era Maria. Cuando ella cruzó la puerta, él notó lo pequeña que se veía en su sala llena de libros, con su ropa suelta y el cabello revuelto.


Le sirvió un vaso de agua fría y lo dejó sobre la mesa frente a ella.


—No quiero molestar —murmuró ella, sosteniendo el vaso entre las manos.


—No es molestia. ¿Quieres hablar de eso?


Maria suspiró.


—No sé si haya mucho que decir. Pensé que podía sola… Pero todo se está volviendo demasiado difícil.


Martín la miró por un momento, debatiéndose entre lo que debía hacer y lo que realmente quería hacer. No era su problema, ni su responsabilidad. Pero tampoco podía dejarla así.


Se levantó sin decir nada y caminó hacia su habitación. Abrió un cajón y sacó un fajo de billetes que había estado guardando sin un propósito claro. Al menos dos meses de alquiler, calculó. Quizás más si sabía administrarlo bien.


Volvió a la sala y lo dejó sobre la mesa, junto al vaso de agua.


—Toma. Esto te servirá para unos meses.


Ella levantó la mirada, atónita.


—No… No puedo aceptar esto —susurró.


—Claro que puedes. Y lo harás.


—Pero… —sus ojos se llenaron de lágrimas otra vez, esta vez de incredulidad—. ¿Por qué harías esto por mí?


Martín se encogió de hombros.


—Tu puedes hacer algo por mi tambien. Nunca vi una mujer embarazada desnuda. Tal vez te animes a mostrarme tu cuerpo a cambio de tu ayuda.


Maria se sintió avergonzada. No quería ser vista desnuda, especialmente no en su estado actual. Pero al mismo tiempo, algo en las palabras de Martin la intrigaba. Tal vez no tendría que ser tan difícil. Tal vez debería permitir que un hombre la mirara de esa manera. Tal vez debería permitir que un hombre la hiciera sentir algo.

—Está bien —susurró Maria, sintiendo como su corazón se aceleraba—. Lo haré.

Martin se sintió emocionado. Nunca había visto a una mujer embarazada desnuda y siempre había querido saber cómo sería eso.

—Excelente —dijo Martin, sintiendo como su polla se endurecía—. ¿Dónde quieres hacerlo? La cama, el sofá...

Maria pensó por un momento antes de responder.

—La cama —dijo, sintiendo como su respiración se aceleraba.

Martin se sintió satisfecho. No estaba seguro de por qué, pero quería hacer que Maria se sintiera bien. Quería hacer que ella se sintiera deseada. Quería hacer que ella se sintiera llena de vida.


Se llevó a Maria a su dormitorio y comenzó a desvestirse lentamente. Primero se quitó el suéter gris, luego los jeans elastizados. Después, se quitó la remera blanca y, finalmente, el corpiño negro y la bombacha. Se quedó desnuda delante de Martin, sintiendo como su cuerpo se estremecía.


Martin la miró con deseo. Ella era hermosa. Era perfecta. Quería hacer que ella se sintiera bien. Quería hacer que ella se sintiera deseada. Quería hacer que ella se sintiera llena de vida.


Se acercó a Maria y comenzó a tocar sus pechos, sintiendo como sus manos se deslizaban por la piel suave de la embarazada. Separandole las piernas, se acerco a su vulva y abrio los labios, dejando ver el clitoris, que comenzo a lamer haciendo circulos con su lengua alrrededor. Pronto la respitracion de Maria se hizo cada vez mas agitada, y Martin no se detuvo aunque sentia su pene muy muy duro a punto de reventar su pantalon. Fueron unos minutos nada mas ya que Maria alcanzo rapidamente el orgasmo entre gemidos.


Martin no perdio el tiempo y comenzo a tocarle y a besarle los pechos, mientras se quitaba los pantalones. Acerco su miembro a la boca de Maria y le metio la cabeza de su pene en la boca. Ella lo miro con los ojos vidriosos, y comenzo a chuparle la pija. 


—Voy a eyacular —dijo Martin, sintiendo como su polla se endurecía más—


Maria comenzo a llorar al sentir los chorros de semen que Martin le eyaculaba en la cara y en la boca, sin preguntarle ni si podia acabarle en la boca ni si podia acabarle en la cara. Lloraba mientras Martin le pasaba su pene por las mejillas, para limpiarse hasta la ultima gota. 


—Si quieres ir a bañarte—dijo Martin... aun puedes ganar un poco de dinero mas, para tener un ahorro. Supongo que lloras de felicidad, no?


No hubo respuesta. Maria se limpio la cara y fua a su casa a bañarse.

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