Un trio con dos jovencitas



El cuarto de Agostina era un caos, pero eso solo aumentaba la diversión. Las prendas estaban esparcidas por todos lados: sobre la cama, las sillas y hasta el suelo.


—¡Este vestido me hace ver como una abuela! —se quejó Pilar, sosteniendo una falda floreada que apenas le cubría las rodillas.


—No es el vestido, son tus medias —bromeó Agostina desde la cama, mientras estallaba de risa.


—¡Qué simpática! —Pilar le tiró un almohadón—. Dame algo negro, Agos. Necesito verme como una femme fatale.


Lucía, por su parte, miraba su reflejo en el espejo, ajustándose una blusa brillante.


—¿Seguro que esto no es demasiado? —preguntó, con las mejillas sonrojadas.


—¿Demasiado para quién? —respondió Agostina, divertida—. Vas perfecta. ¿O quieres volver a ponerte ese suéter aburrido?


—¡Oye! A mí me gusta ese suéter —protestó Lucía, aunque no podía evitar sonreír.


El reloj del escritorio marcó las 7:15, y Agostina dio un salto.


—¡Se nos hizo tardísimo! —exclamó, recogiendo ropa del suelo y metiéndola en el armario de cualquier manera—. Ustedes vayan al baile. Yo me quedo.


Pilar y Lucía se detuvieron, sorprendidas.


—¿Qué? ¿Por qué te quedas? —preguntó Pilar, frunciendo el ceño.


Agostina suspiró mientras se tiraba sobre la cama.


—Porque estoy agotada y mañana tengo que madrugar para estudiar. Además, ya saben cómo es el baile del colegio… nada interesante. Pero ustedes dos deben ir, y quiero fotos de todo.


—Estás loca. Pero bueno, nos vamos —dijo Pilar, resignada.


Lucía se inclinó hacia Agostina y le dio un abrazo rápido.


—Nos vemos mañana. Te mandaremos fotos.


—Por favor, usen algo decente. No quiero arrepentirme de prestarles mi ropa —bromeó Agostina mientras las acompañaba a la puerta.


Las chicas se despidieron y empezaron a caminar calle abajo. La brisa de la noche les alborotaba el cabello.


—¿Crees que Agos realmente quería quedarse? —preguntó Lucía, con una pizca de preocupación.


—Seguro. Ya sabes cómo es. Cuando dice que está cansada, no hay quien la saque de su casa —respondió Pilar con un encogimiento de hombros.


Antes de que pudieran continuar la conversación, escucharon unos pasos apresurados detrás de ellas. Al girarse, vieron al padre de Agostina corriendo hacia ellas, sujetándose una bufanda.


—¡Esperen un momento, chicas! —les gritó, todavía a unos metros.


Lucía y Pilar se detuvieron, confundidas.


—¿Se le habrá olvidado algo? —murmuró Lucía.


Cuando él llegó hasta ellas, respiró hondo antes de hablar, como si estuviera a punto de revelar un secreto.


—Necesito un favor. Pero tienen que jurarme que no le dirán nada a Agostina.


Las chicas intercambiaron miradas intrigadas.


—¿Qué tipo de favor? —preguntó Pilar, cruzándose de brazos.


El hombre sonrió con complicidad mientras sacaba la billetera.


—Bien, no debería estar haciéndoles esto, pero he visto cómo las miro a ustedes dos desde hace tiempo... —empezó, sacando varios billetes de 100 dólares y extendiéndolos hacia ellas—. Les doy esto a cambio de que me hagan un pequeño favor.

Lucía y Pilar se miraron las dos, sorprendidas. Lucía incluso parpadeó un par de veces. Luego miró al padre de su amiga con incredulidad. ¿En serio? Ese tipo estaba loco. La expresión de Pilar debía haber sido similar porque las dos se volvieron hacia él con la boca abierta.

—¿Qué... qué es lo que espera que hagamos a cambio de esto? —preguntó Lucía, con una voz casi temblorosa.

El hombre se encogió de hombros, como si nada, y se llevó las manos a los bolsillos del pantalón.

—Nada que ustedes dos no hayan hecho antes. Pero en lugar de hacerlo con esos idiotas del colegio, van a hacerlo conmigo.

Lucía miró a Pilar. Luego de nuevo al padre de su amiga. Miró el dinero que este le ofrecía con la mano.

Se lo quedó mirando, con la boca abierta.

Miró el dinero.

Lo miró de nuevo.

Pilar, por su parte, ya había agarrado su dinero. Mientras Lucía lo miraba, lo dobló en dos y se lo metió en el bolsillo trasero del pantalón.

—Vamos —dijo. Cogió de la mano a Lucía y la arrastró hasta el auto del padre de Agostina.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lucía, forcejeando para liberar su mano.

—Vamos a coger el dinero —contestó Pilar, abriendo la puerta del pasajero y empujándola dentro.

Lucía forcejeó.

—Pilar, ¡no podemos hacer esto!

—Sí podemos —dijo Pilar, cerrando la puerta detrás de Lucía y caminando hasta la puerta del conductor—. Él nos va a pagar por ello. Además, no va a haber nada que no hayamos hecho antes.

Pilar subió al auto y puso la llave en el contacto. Arrancó el auto y empezó a conducir. Pasados unos minutos, el padre de Agostina subió al asiento trasero.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Aceptan mi propuesta?

Lucía miró a Pilar, luego al padre de su amiga.

Pilar sonrió.

—Sí, aceptamos.

—Genial —dijo él—. Entonces vamos a mi hotel. Está cerca.

Llegaron al hotel en cuestión de minutos. El padre de Agostina salió del auto y abrió la puerta del pasajero para que salieran Lucía y Pilar. Las llevó hasta el ascensor y pulsó el botón del último piso. Cuando llegaron, las condujo hasta su habitación.

Cuando entraron, cerró la puerta detrás de ellas y se quitó la chaqueta.

—Bueno, parece que nos divertiremos esta noche —dijo con una sonrisa.

Lucía sonrió un poco. Se acercó a él y se puso de puntillas para besarle. Él la abrazó y le devolvió el beso, acariciando su trasero mientras tanto.

Pilar, por su parte, se acercó a ellos y empezó a besarle el cuello. Él separó los labios de los de Lucía y los dirigió hacia los de Pilar. Lucía se desabrochó el botón de la camisa de él y empezó a besarle el pecho mientras Pilar continuaba besando su cuello.

Finalmente se separaron.

—Bueno —dijo él con una sonrisa—. Creo que hemos demostrado que todos queremos lo mismo aquí.

Lucía sonrió y se quitó la camiseta, quedándose en sujetador. Pilar se quitó la camisa y los pantalones, quedándose en ropa interior. Él se quitó la camisa también y empezó a desabrocharse los pantalones mientras miraba a las chicas con deseo.

Las dos se desnudaron por completo y empezaron a besarse entre ellas. Él se desnudó también y se acercó a ellas. Empezó a acariciarlas mientras las miraba con deseo.

Finalmente se separaron.

—Muy bien, chicas —dijo él—. Empecemos.

—Vamos a turnarnos —dijo Pilar con una sonrisa maliciosa—. Primero voy a chuparle la polla mientras tú le haces un striptease —le dijo a Lucía.

Lucía asintió con una sonrisa y se acercó al padre de Agostina. Empezó a bailar moviendo las caderas y acariciándose el cuerpo mientras Pilar se ponía de rodillas delante de él y se la chupaba.

Él cerró los ojos con un gemido mientras Pilar se la chupaba con ganas, moviendo la cabeza adelante y atrás rápidamente. Lucía continuó bailando, moviendo su cuerpo al ritmo de una música imaginaria.

Finalmente Pilar se detuvo.

—Ahora me toca a mí —dijo Lucía con una sonrisa maliciosa.

Lucía se puso de rodillas delante del padre de Agostina mientras Pilar empezaba a bailar moviendo las caderas y acariciándose el cuerpo al ritmo de una música imaginaria. Lucía le chupó la polla moviendo la cabeza adelante y atrás rápidamente, como había hecho Pilar antes. El padre de Agostina cerró los ojos con un gemido mientras Lucía se la chupaba con ganas.

Finalmente se detuvo.

—Buen trabajo —le dijo él a Lucía con una sonrisa—. Ahora vamos a empezar de verdad.

Las condujo hasta la cama y se tumbó en ella. Le hizo una señal a Pilar para que se tumbara encima de él.

Pilar se tumbó encima de él, con su coño sobre la cara del padre de Agostina. Él le lamió el coño con ganas mientras ella se lo meneaba. Lucía se tumbó encima de Pilar, con su boca sobre la polla del padre de Agostina. Empezó a chupársela mientras Pilar se la meneaba con una mano.

Finalmente Lucía se detuvo.

—Creo que ya está listo —dijo con una sonrisa maliciosa.

Pilar asintió con la cabeza.

—Genial —dijo él—. Entonces vámonos.

Se levantó de la cama y cogió un condón del cajón de la mesilla. Se lo puso y se acercó a Pilar. Se tumbó encima de ella y le metió la polla en el coño. Empezó a moverse adelante y atrás rápidamente mientras le chupaba los pechos. Lucía se tumbó al lado de ellos y empezó a masturbarse mientras miraba cómo se follaban.

Finalmente el padre de Agostina jadeó y se corrió dentro del condón. Se lo quitó y lo tiró en la papelera. Miró a las chicas con deseo.

—Buen trabajo —les dijo—. Pero todavía no hemos terminado.

Se levantó de la cama y cogió otro condón del cajón de la mesilla. Se lo puso y se acercó a Pilar. Le metió la polla en el coño y empezó a moverse adelante y atrás rápidamente mientras le chupaba los pechos. Lucía se tumbó al lado de ellos y empezó a masturbarse mientras miraba cómo se follaban.

Finalmente el padre de Agostina jadeó y se corrió dentro del condón. Se lo quitó y lo tiró en la papelera.

—Bueno, chicas —dijo—. Creo que ya hemos terminado aquí. ¿Por qué no os vais a vuestra casa? Os daré un poco más de dinero para que os compre algo bonito.

Lucía asintió con la cabeza y se vistió rápidamente. Pilar hizo lo mismo.

—Gracias —dijo Lucía mientras salían de la habitación—. Ha sido una noche muy divertida.

—De nada —contestó él—. Lo he pasado muy bien con vosotras dos. 



—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lucía mientras Pilar conducía.

Pilar miró hacia la carretera.

—Voy a bañarme y cambiarme de ropa —contestó—. Y de esto, ni una palabra a Agos.

Lucía sonrió.

—Obvio—dijo—. No tiene por que enterarse.

Pilar asintió con la cabeza.

Llegaron a casa de Lucía y Pilar apagó el motor.

—Bueno —dijo—. Creo que esto es todo por hoy.

Lucía sonrió.

—Sí, creo que sí —contestó—. Pero no te preocupes. Estoy segura de que mañana será un día mejor.

Pilar asintió con la cabeza y bajó del coche. Lucía también bajó y se despidió de su amiga.

—Hasta mañana —dijo.

Pilar sonrió y se despidió también.

—Hasta mañana —contestó.

Y así, las dos amigas se fueron cada una por su lado, listas para enfrentar lo que el día siguiente les tenía reservado.

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