En un hotel en Puerto Madero





Eva está trabajando en una sesión de fotos en un evento corporativo en uno de los hoteles más exclusivos de Puerto Madero. El evento es todo lo que detesta: lleno de formalidades, trajes caros y charlas vacías. Pero el trabajo es el trabajo, y mientras ajusta el lente de su cámara, su mirada capta a Tomás Ferrer, un tipo que desentona, no por su vestimenta —está impecable en un traje negro a medida— sino por la manera en que su presencia domina el lugar. Su postura es segura, su voz grave resuena cuando da órdenes a algunos asociados, y por alguna razón, Eva no puede evitar seguir enfocándolo.


El evento sigue su curso, pesado y protocolar. En un momento, Eva, harta del ambiente tenso, decide escaparse a la terraza del hotel para tomar aire. Entre las luces del skyline porteño y el río, se siente más a gusto. Con su cámara colgada al hombro, enciende un cigarrillo, disfrutando de un momento de soledad.


Pero no pasa mucho tiempo antes de que se abran las puertas de la terraza y salga Tomás, el mismo tipo que había estado fotografiando de reojo. Sus miradas se cruzan, pero no hay saludo. Tomás se acerca a la baranda, aparentemente buscando también un momento de respiro lejos de los abogados y empresarios que lo rodean. Después de unos segundos de silencio, él rompe el hielo con su tono profundo y porteño.


—Linda vista, ¿no? —comenta, sin mirarla directamente, mientras el viento agita su pelo corto y rizado.


Eva lo mira de costado, un poco sorprendida de que sea él quien le hable.


—Sí, es lo único que vale la pena del evento —responde con una sonrisa irónica, tirando la colilla del cigarrillo.


Tomás se gira hacia ella, mirando la cámara que cuelga de su hombro.


—Sos la fotógrafa, ¿no? Te vi trabajando por ahí —comenta, con una media sonrisa que no llega a ser prepotente, pero tiene algo de confianza que llama la atención de Eva.


—Sí, me toca hacerle fotos a todos los trajes —responde con tono burlón—. No es lo mío, pero alguien tiene que hacerlo. ¿Vos qué? ¿El dueño del circo o un espectador más?


Tomás suelta una risa breve, de esas que sorprenden por su sinceridad.


—Algo así... Abogado —contesta, sin entrar en detalles—. ¿Y qué es lo tuyo entonces, si esto no te va?


Eva lo observa con más detenimiento. Hay algo en su manera de hablar, una mezcla de autoridad y cansancio que le resulta intrigante.


—Foto documental, surf, cosas más reales que este teatro —dice con franqueza, disfrutando de la reacción de Tomás al oír algo tan fuera de su mundo corporativo.


Eva le da una última pitada a su cigarrillo antes de apagarlo con el pie y se gira para mirarlo, con esa mezcla de curiosidad y desafío que él ya había notado antes.


—¿Y cómo es ser abogado en este mundillo? —pregunta Eva, soltando la pregunta casi sin interés, pero con un brillo en los ojos que dice lo contrario.


Tomás la mira, todavía sorprendido por lo poco impresionada que parece estar con todo el entorno, como si nada de lo que le rodea le importara realmente. Eso, para alguien que vive en un mundo donde las apariencias lo son todo, resulta fascinante.


—Es como... un teatro con guiones preestablecidos —responde, mientras se apoya más relajado en la baranda—. Todos saben qué papel jugar, y nadie se sale del libreto.


—Debe ser aburrido... —replica Eva, cruzando los brazos mientras lo mira de reojo.


—A veces lo es —admite Tomás, bajando la guardia un poco más—. Pero vos no parecés del tipo que juega con guiones.


—Para nada —sonríe ella, algo traviesa—. Prefiero improvisar. De eso se trata mi vida.


El aire entre ellos cambia, como si ambos entendieran que estaban entrando en otro terreno. El bullicio del evento queda lejano, y solo quedan ellos dos, frente a las luces de la ciudad.


Tomás la observa con más atención, intrigado no solo por lo que dice, sino por lo que su cuerpo expresa sin palabras. La postura relajada, la mirada segura, pero también esa leve tensión, como si ella estuviera probando los límites, viendo hasta dónde podía llegar con él.


—¿Y qué te trajo hasta acá? —pregunta él, desviando la conversación para mantener el control por un segundo más.


Eva lo mira directo a los ojos, ya sin el cigarrillo para distraerse, y se acerca apenas un paso. Siente la tensión, la chispa que flota entre ambos, y decide dejar de esquivarla.


—Trabajo... pero siempre estoy abierta a que la noche me sorprenda —responde, con un tono casi juguetón, desafiándolo a seguir el juego.


Tomás levanta una ceja, dándose cuenta de lo que ella le está ofreciendo, de lo que está implícito en esas palabras. Ya no es solo una conversación. Y aunque está acostumbrado a manejar el ritmo de cada interacción, ahora siente que Eva tiene el control.


El silencio entre ellos se vuelve pesado, cargado de electricidad. Tomás finalmente se separa de la baranda y da un paso hacia ella, acortando la distancia de manera deliberada, dejando que sus palabras hablen por él.


—¿Te gustaría continuar esa improvisación en un lugar más... privado? —pregunta, sin rodeos, pero con esa voz grave y calmada que suele hacer que los demás asientan sin pensar.


Eva no responde de inmediato. Lo mira con esa sonrisa suya, ladeada, como si estuviera evaluándolo. Finalmente, asiente, tomando la decisión con la misma espontaneidad que guía la mayoría de sus acciones.


—Dale —responde con firmeza, como si fuera lo más natural del mundo.


Tomás la mira por un segundo más, como confirmando que lo que acaba de pasar es real, y luego gira hacia la puerta de la terraza, indicándole que lo siga. Eva lo sigue sin dudar, sin importarle lo que piensen los demás invitados en la fiesta ni cómo podrían verlo salir del brazo de un abogado en pleno evento.


Llegan a su habitación, una suite elegante en uno de los pisos más altos del hotel, con una vista espectacular de la ciudad que ahora parece irrelevante. Apenas entran, el aire entre ellos se vuelve más denso, más palpable. Tomás cierra la puerta detrás de ellos, y el clic del seguro es como un punto de no retorno.


Sin decir una palabra más, él la toma por la cintura y la atrae hacia sí, su mano firme pero no impositiva. Eva lo mira un instante, ese pequeño espacio de incertidumbre que precede al primer beso. Pero no hay más dudas. Ella inclina la cabeza hacia arriba, cerrando los ojos un segundo antes de que sus labios se encuentren.


El beso es intenso desde el principio, como si ambos hubieran estado esperando ese momento desde que se cruzaron en la terraza. Tomás la sostiene con una mano en la nuca, mientras el cuerpo de Eva se ajusta contra el suyo con naturalidad. La tensión contenida se libera, y el beso se vuelve más profundo, más urgente, como si hubieran estado reprimiendo esa conexión durante toda la noche.


Eva, siempre impulsiva, le muerde suavemente el labio inferior antes de alejarse apenas unos centímetros, sonriendo contra su boca. Sus respiraciones se mezclan, pesadas y desordenadas, pero ninguno de los dos quiere detenerse. Sin embargo, antes de continuar, ella le susurra al oído, con esa chispa rebelde en su voz:


—Te quiero chupar la pija


Tomás se quedó sin aliento por un momento, sintiendo la excitación recorrer su cuerpo. La miró con una mezcla de deseo y sorpresa, sabiendo que Eva estaba dispuesta a llevar la situación a otro nivel.

Dale- respondió Tomás, con voz ronca.

Eva asintió con la cabeza, con una mirada decidida y seductora. Tomás la tomó por la mano y la llevó hasta la cama, donde se recostaron juntos.

Eva se arrodilló delante de Tomás, con su cuerpo desnudo y su cabello suelto. Tomás se sentó en la cama, con su pene erecto y su mirada fija en Eva.

La joven fotógrafa began a lamer el pene de Tomás con suavidad. Lo saboreaba con su lengua, sintiendo la dureza y la calidez de su intimidad. Tomás gemía suavemente, sintiendo la lengua de Eva en su piel.

Eva lamía con avidez, saboreando cada centímetro de su pene. Tomás se movía con suavidad, gozando de la sensación de la lengua de Eva en su intimidad. La joven fotógrafa lo miraba con una sonrisa pícara, sintiendo el poder de su habilidad.

Finalmente, Eva tomó el pene de Tomás en su boca, saboreándolo con ganas. Lo chupaba con fuerza, haciendo que Tomás gimiera de placer. La joven fotógrafa gozaba de la sensación de tener su pene en su boca, sintiendo la excitación en su propio cuerpo.

Tomás no podía más y comenzó a eyacular en la boca de Eva. La joven fotógrafa tragaba con gusto, sintiendo el sabor salado de su semen. Tomás se relajaba, sintiendo la satisfacción de haber complacido a Eva.

Eva se levantó y se recostó junto a Tomás, con una sonrisa satisfecha en su rostro. Tomás la abrazó, sintiendo la calidez de su cuerpo. Ambos se miraron con una mezcla de deseo y satisfacción, sabiendo que habían compartido una experiencia única.

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