Chantaje y emputecimiento de una Milf
En una tranquila tarde de verano, el sol se filtraba por las cortinas de la espaciosa oficina de María. Con 55 años, llevaba su edad con gracia: elegante, de sonrisa cálida y con una mente aguda que la había llevado a lo más alto en su carrera como ejecutiva. Estaba concentrada, revisando documentos que parecían tener más peso del habitual. Su vida familiar era estable, o al menos así lo parecía, pero en ese preciso momento, todo estaba a punto de cambiar.
Unos golpes secos interrumpieron el silencio. María levantó la vista, frunciendo ligeramente el ceño. ¿Quién podría ser a esa hora sin haber avisado? Con un gesto automático, se alisó el vestido y habló en voz alta, manteniendo la compostura.
—Adelante.
La puerta se abrió y entró un joven. Alto, de cabello oscuro y ojos penetrantes, con una confianza en su andar que no pasó desapercibida. María lo reconoció al instante, aunque su mente aún trataba de asimilar lo que veía.
—Alejandro... —murmuró sorprendida, mientras una sonrisa tensa se dibujaba en su rostro—. No puedo creerlo. ¿Qué haces aquí? Hace años que no te veía.
Alejandro sonrió con una mezcla de nostalgia y algo más oscuro que María no logró identificar de inmediato.
—María —dijo, su voz suave pero con un tinte seductor—. Qué sorpresa verte también. Ha pasado tanto tiempo, ¿verdad?
María asintió, pero una sensación incómoda empezó a formarse en su pecho. Alejandro había sido un alumno brillante en sus días de universidad, uno de los que siempre destacaban. Pero también recordaba sus problemas. Su reputación como mujeriego y su habilidad para manipular situaciones a su favor no la dejaban tranquila.
—¿A qué se debe tu visita? —preguntó, intentando mantener un tono cordial, pero sintiendo que algo estaba mal.
Alejandro se acercó con pasos lentos y medidos, observando cada rincón de la oficina antes de posar sus ojos nuevamente en ella.
—He regresado a la ciudad, quería pasar a verte... y, bueno, hablar de algo importante —dijo mientras se sentaba frente a ella sin esperar invitación.
María sintió cómo la temperatura en la habitación parecía bajar un par de grados. Algo en su actitud no era del todo correcto. Pero mantuvo la compostura.
—¿De qué se trata? —preguntó, más seria ahora, entrelazando los dedos sobre su escritorio.
Alejandro la observó unos segundos en silencio, como si estuviera evaluando cada reacción. Luego, recostándose en su silla, soltó:
—Voy a ser directo, María. Necesito tu ayuda... económica.
María arqueó las cejas, sorprendida por la repentina confesión. No era raro que antiguos alumnos pidieran favores, pero algo en la forma en que lo dijo no le gustó.
—¿Económica? —repitió, con tono inquisitivo—. ¿Estás en problemas, Alejandro?
El joven rió con una amargura que la descolocó.
—Podrías decirlo. Pero no es el tipo de problema del que se habla abiertamente. Digamos que he estado investigando cosas... sobre ti, sobre tu vida. Y creo que tengo información que no querrías que saliera a la luz.
El corazón de María se aceleró. La amabilidad en su rostro se desvaneció en un instante.
—¿Qué estás insinuando? —preguntó con voz firme, aunque por dentro sentía que el suelo se abría bajo sus pies.
Alejandro sonrió de lado, disfrutando del efecto de sus palabras.
—No insinúo, María. Te lo digo directamente. Sé cosas sobre tu empresa... sobre ciertos acuerdos que podrían no ser del todo legales. No soy tonto. Y sé que estarías dispuesta a pagar una buena cantidad para mantener todo bajo control.
María sintió un frío recorrerle la espalda. No sabía hasta qué punto las acusaciones de Alejandro eran verdaderas, pero si había algo de cierto en lo que decía, las consecuencias podrían ser devastadoras.
—Esto es una extorsión —dijo, con la mandíbula apretada.
Alejandro no lo negó. Al contrario, su sonrisa se amplió.
—Llámalo como quieras. Yo prefiero pensar en ello como... un intercambio. Tú me das lo que necesito, y yo desaparezco sin causar problemas. Todos salimos ganando.
El silencio se hizo pesado entre los dos. María sabía que estaba en una encrucijada, y que cualquier movimiento en falso podría ser su ruina. Pero también sabía que no podía dejar que este joven la intimidara.
—No sabes con quién estás jugando, Alejandro —dijo en voz baja, pero con una intensidad que hizo que él se inclinara hacia adelante, interesado.
—¿Ah, no? —respondió él, con una mezcla de desafío y curiosidad—. Entonces demuéstramelo.
María se levantó lentamente, rodeando su escritorio hasta quedar frente a él. A pesar del miedo y la tensión, su postura era la de una mujer que había enfrentado desafíos mucho mayores que este.
—Te sugiero que pienses bien lo que vas a hacer —le dijo, mirándolo directamente a los ojos—. Porque si crees que me voy a doblegar a tus amenazas, te equivocas. No tienes idea de lo lejos que estoy dispuesta a llegar para proteger lo que es mío.
Alejandro no se movió, pero la chispa en sus ojos se apagó un poco. No esperaba esa reacción. Por un instante, la confianza que lo había acompañado al entrar vaciló.
Alejandro sacó de su bolsillo un teléfono celular y comenzó a reproducir un video. En él, se veía a María en una situación comprometida, teniendo relaciones sexuales con un hombre desconocido. La calidad del video era baja, pero era innegable que era ella.
¿Cómo has obtenido esto? - Preguntó María, su voz era un susurro.
Alejandro se rió con una sonrisa malvada.
No importa cómo lo obtuve. Lo que importa es que ahora tienes una elección. Puedes seguir adelante con tu vida, mantener tu reputación y tu familia, o puedes dejar que este video salga a la luz y destruirlo todo. - Dijo Alejandro con una voz fría y calculadora.
María se sintió atrapada, su mente daba vueltas, tratando de encontrar una solución.
¿Qué quieres de mí? - Preguntó María, su voz sonaba desesperada.
Alejandro se acercó aún más, hasta que sus labios casi tocaban los de María.
Quiero que seas mi juguete, mi puta personal. Quiero que hagas todo lo que te ordene, que te conviertas en una verdadera milf emputecida. - Dijo Alejandro con una voz susurrante y seductora.
María se sintió humillada y enojada, pero también excitada por la situación. Su cuerpo respondía a la provocación de Alejandro.
¿Y si no cumplo con tus órdenes? - Preguntó María con una voz desafiante.
Alejandro se rió de nuevo, con una sonrisa maliciosa.
Entonces, el video saldrá a la luz y tu vida se destruirá. Pero, si aceptas mi oferta, te prometo una vida de placer y satisfacción. Te haré sentir cosas que nunca has imaginado. - Dijo Alejandro, su voz era una mezcla de amenaza y promesa.
María se quedó en silencio, su mente luchaba entre la razón y el deseo. Sabía que estaba siendo chantajeada, pero también sentía una curiosidad y una excitación que la consumían.
Finalmente, María tomó una decisión.
Está bien, acepto tu oferta. Haré lo que me pidas. - Dijo María con una voz firme, pero con un dejo de resignación.
Alejandro sonrió con satisfacción.
Perfecto, María. Ahora, vamos a comenzar con tu emputecimiento. - Dijo Alejandro, que se acerco y comenzó a desnudar a María, revelando su cuerpo curvilíneo y seductor. María se sentía avergonzada, pero también excitada por la situación. Alejandro la miraba con una mezcla de deseo y dominación.
Quiero que te arrodilles ante mí, mi puta. Quiero que me chupes la pija y que me hagas sentir como un verdadero macho. - Dijo Alejandro con una voz autoritaria.
María obedeció, se arrodilló ante Alejandro y comenzo a lamer su pene con pasión. Lo saboreaba con su lengua, sintiendo la dureza y la calidez de su intimidad. Alejandro gemía de placer, sintiendo el poder de su control sobre María.
María lamía con avidez, saboreando cada centímetro de su pene. Alejandro la tomaba por la cabeza, guiando su movimiento con fuerza. La joven ejecutiva gozaba de la sensación de ser dominada, sintiendo la excitación en su propio cuerpo.
Finalmente, Alejandro no pudo más y eyaculó en la boca de María. La mujer tragaba con gusto, sintiendo el sabor salado de su semen. Alejandro se relajaba, sintiendo la satisfacción de haber emputecido a María.
A partir de ese momento, María se convirtió en la puta personal de Alejandro. Cumplía con cada una de sus órdenes, se entregaba a sus deseos más perversos. Alejandro la humillaba, la dominaba, la convertía en su juguete sexual.
María, a pesar de la humillación, sentía una excitación única. Su cuerpo respondía a cada estímulo, su mente se entregaba a la perversión. Se había convertido en una verdadera milf emputecida, dispuesta a complacer a su amo.
Y así, María vivía una doble vida. Por un lado, la exitosa ejecutiva, por el otro, la puta sumisa de Alejandro. Su vida se había convertido en un juego de placer y dominación, donde el chantaje y el emputecimiento eran las reglas.
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