Camila, la facil
Camila González llevaba apenas un año en la empresa, pero había dejado su huella con su creatividad y su capacidad de resolución de problemas. Con solo 28 años, su ascenso como diseñadora gráfica había sido meteórico. Alta, de piel morena, con rizos oscuros que caían sobre sus hombros, siempre vestía de manera moderna pero adecuada para el ambiente corporativo. Tenía una personalidad vibrante y decidida, pero nunca esperó que la vida le presentara una prueba tan complicada.
Su jefe, Javier Sandoval, era el CEO de la compañía. Un hombre en sus cincuenta y tantos, de cabello canoso, siempre perfectamente peinado hacia atrás, con un porte serio y elegante. Sus trajes a medida resaltaban su figura robusta, y su voz profunda marcaba su autoridad con cada palabra. Era respetado y temido a partes iguales. Pero lo que pocos sabían era que detrás de esa fachada impenetrable, Javier escondía una soledad que lo había acompañado por años.
El día en que la relación entre ellos comenzó a cambiar fue en una reunión clave. Camila había presentado un proyecto innovador que había encantado a los directivos. Después de la reunión, Javier la llamó a su oficina.
—Camila, necesito hablar contigo —dijo Javier, sentándose en su gran escritorio de vidrio mientras la invitaba a entrar. El sol del atardecer se filtraba por los ventanales, creando una atmósfera cálida.
Ella entró, un poco nerviosa, pero manteniendo su compostura.
—Claro, señor Sandoval —respondió, cerrando la puerta detrás de ella.
Javier la miró por un momento, sus ojos grises brillando con una mezcla de admiración y algo más que Camila no pudo identificar de inmediato.
—Quería felicitarte por tu presentación. Fue brillante. Y no es fácil impresionar a ese grupo de directivos.
Camila sonrió, sorprendida por el cumplido. No estaba acostumbrada a que Javier se mostrara tan... personal.
—Gracias. Es un proyecto en el que he trabajado mucho.
Hubo un silencio que pareció alargarse. Javier parecía estar debatiendo algo internamente. Finalmente, habló, su voz más suave de lo habitual.
—¿Alguna vez has pensado en lo que significa tomar riesgos en la vida, Camila? —preguntó, sus ojos fijos en los de ella.
Camila frunció el ceño, confundida por el giro de la conversación.
—Supongo que todos tomamos riesgos de alguna manera, en nuestras carreras, en nuestras decisiones...
—Me refiero a los riesgos personales —interrumpió Javier, inclinándose ligeramente hacia adelante—. A veces, el miedo a lo que la gente piense nos frena de hacer cosas que deseamos, cosas que nos harían felices.
Camila sintió un nudo formarse en su estómago. No era tonta; sabía que había algo más en sus palabras. Podía sentir la tensión entre ellos, una que se había ido acumulando con el tiempo. A menudo había sentido su mirada fija en ella durante las reuniones, había notado los pequeños gestos de atención, pero nunca había pensado que fuera más que una relación estrictamente profesional.
—¿A qué se refiere? —preguntó ella, manteniendo la voz firme.
Javier se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, observando la ciudad a sus pies.
—Sé que soy mucho mayor que tú, Camila. Sé lo que la gente pensaría si... —hizo una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Si tomara el riesgo de expresar lo que realmente siento por ti.
El corazón de Camila dio un vuelco. No esperaba esa confesión. Javier Sandoval, el hombre que siempre había sido tan frío, tan distante, ahora le estaba abriendo una puerta que ella no sabía si debía cruzar.
—Señor Sandoval, yo... —comenzó a decir, pero él la interrumpió.
—Javier. Llámame Javier, por favor.
Camila tragó saliva, sintiendo que el aire en la oficina se volvía más denso. Nunca había pensado en él de esa manera. Al menos, no conscientemente. Pero ahora, con sus palabras, era como si una nueva posibilidad se abriera ante ella.
—Javier... —repitió, sintiendo lo extraño que sonaba en sus labios—. Esto es... complicado.
—Lo sé —respondió él, girándose para mirarla directamente—. Soy consciente de lo que significaría para ti, para mí, para la empresa. Pero no puedo seguir ignorando lo que siento. He estado solo mucho tiempo, y contigo... siento que podría tener algo más.
Camila lo miró, sintiendo cómo sus propias barreras internas comenzaban a tambalearse. Había una parte de ella que quería huir, que sabía que esto era una locura. Pero había otra parte, más profunda, que se sentía atraída por la idea de algo más, de romper con las expectativas y los prejuicios.
—Esto no va a ser fácil —dijo ella finalmente, su voz temblando un poco—. La gente va a hablar. Van a decir que estoy aquí por ti, que...
—No me importa lo que digan —respondió Javier con firmeza, dando un paso hacia ella—. Me importas tú.
La intensidad en su mirada era innegable. Camila sintió que su respiración se aceleraba. En ese momento, supo que estaba en el borde de un precipicio. Podía retroceder, mantener las cosas como estaban, o podía dar el salto.
Javier, viendo la duda en sus ojos, levantó una mano y acarició suavemente su mejilla.
—No tienes que decidir ahora. Pero quiero que sepas que estoy aquí. Estoy dispuesto a arriesgarme si tú también lo estás.
Camila cerró los ojos, dejando que su tacto calmara sus pensamientos. Y entonces, tomó una decisión.
—Está bien —susurró—. Demos el salto.
Javier la miró sorprendido, y antes de que pudiera decir nada, Camila se inclinó hacia él y lo besó. El beso fue suave al principio, una prueba, pero pronto se convirtió en algo más profundo, más apasionado. El calor de sus labios se mezclaba con el latido acelerado de sus corazones. Era un beso lleno de promesas, de incertidumbres, pero también de valentía.
Cuando se separaron, ambos respiraban con dificultad. Javier la miró, sonriendo con una mezcla de alivio y deseo.
—No me esperaba esto... —dijo él, su voz ronca.
Camila sonrió, sintiéndose más libre que nunca.
—A veces, el riesgo vale la pena.
Camila, sintiendo la intensidad de la situación, se dejó llevar por el momento. Su corazón latía con fuerza, sabiendo que estaba a punto de cruzar una línea que podría cambiarlo todo. Javier, con una sonrisa pícara, se acercó a ella y comenzó a desabrochar su camisa, revelando su piel bronceada y sus curvas tentadoras.
"Eres tan hermosa", susurró Javier, sus manos recorriendo su cuerpo con delicadeza. Camila cerró los ojos, disfrutando de la sensación de sus dedos sobre su piel. La excitación crecía con cada caricia, cada roce, hasta que finalmente, Javier la besó de nuevo, esta vez con una intensidad que la dejó sin aliento.
El beso se prolongó, intenso y apasionado, mientras sus lenguas se entrelazaban en una danza erótica. Camila podía sentir el calor de su aliento en su cuello, mientras sus manos exploraban su cuerpo con una habilidad experta. La humillación verbal comenzó a fluir de los labios de Javier, susurrando palabras sucias y provocativas que hacían que Camila se sintiera más caliente y húmeda.
"Eres mía, Camila. Te voy a enseñar lo que es el verdadero placer", dijo Javier, mientras bajaba su mano hacia su entrepierna. Camila gimió, sintiendo su excitación crecer a medida que él jugaba con su clítoris, acariciándolo con suaves movimientos circulares. La penetración vaginal era inminente, y Camila podía sentir la anticipación en cada fibra de su ser.
Con un movimiento decidido, Javier la empujó contra el escritorio, levantando su falda y revelando su ropa interior negra. Con una mirada intensa, él deslizó su mano dentro de sus bragas, sintiendo la humedad de su deseo. Camila gimió de nuevo, sus ojos cerrados mientras él la tocaba con una habilidad que la hacía perder el control.
"Eres tan puta, Camila. Me encanta cómo te mojas por mí", dijo Javier, mientras sus dedos se movían dentro de ella, explorando su interior con una precisión que la hacía gemir de placer. La penetración era inminente, y Camila podía sentir la presión en su entrada, sabiendo que estaba a punto de ser suya por completo.
Con un último empujón, Javier entró en ella, llenándola con su miembro duro y grueso. Camila gritó, el placer y el dolor se mezclaban en una explosión de sensaciones. Javier la miró con una sonrisa sádica, sabiendo que la había humillado y dominado.
"Así es como se siente ser mía, puta", dijo Javier, mientras comenzaba a moverse dentro de ella, su ritmo aumentando con cada palabra sucia que salía de sus labios. Camila, perdida en el éxtasis, se dejó llevar por la sensación de ser poseída, de ser dominada por el hombre que había sido su jefe, pero ahora era su amante.
La penetración era profunda y constante, mientras Javier la hacía suya con cada embestida. La humillación verbal continuaba, sus palabras sucias y degradantes hacían que Camila se sintiera más caliente y húmeda. El placer era abrumador, y Camila podía sentir que estaba a punto de alcanzar el clímax.
"Vamos, Camila, muéstrame lo que puedes hacer. Chupa mi polla, puta", ordenó Javier, mientras se sacaba de su interior y se acercaba a su boca. Camila, obediente y excitada, abrió su boca y comenzó a chupar su miembro, saboreando su sabor y su textura. La sensación de tenerlo en su boca la hacía sentir poderosa, como si fuera ella la que estaba a cargo.
El sexo oral era intenso y apasionado, mientras Camila lo chupaba y lo lamía con una habilidad que lo dejaba sin aliento. Javier gemía, su placer aumentando con cada movimiento de su lengua. La penetración vaginal se reanudó, y Camila podía sentirlo dentro de ella, llenándola y satisfaciéndola como nunca antes.
El clímax estaba cerca, y ambos lo sabían. La habitación estaba llena de sus gemidos y suspiros, mientras el placer se acumulaba en cada fibra de sus cuerpos. Con un último empujón, Javier llenó a Camila con su carga, su semen caliente y espeso se derramaba dentro de ella. Camila gritó, el orgasmo la consumió, su cuerpo temblaba mientras el placer la inundaba por completo.
Javier, satisfecho y sonriente, se recostó a su lado, su mano aún en su cabello. Camila, todavía aturdida por la intensidad de la experiencia, lo miró con una mezcla de adoración y deseo. Sabía que había cruzado una línea, pero también sabía que había encontrado algo más que un simple jefe.
"Eres mía ahora, Camila. Y te voy a recordar esto cada vez que me mires", dijo Javier, su voz llena de una mezcla de dominio y afecto. Camila sonrió, sabiendo que había tomado una decisión arriesgada, pero también sabiendo que había encontrado algo más que un simple trabajo.
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