La mas puta de la empresa 3




Maria había estado trabajando duro durante toda la mañana en sus tareas pendientes. Pero, a media tarde, recibió una llamada en su escritorio. Era su jefe, que le pedía que acudiera a su oficina inmediatamente. La joven se puso nerviosa, pero hizo lo que se le pedía sin chistar.


Al entrar en la habitación, notó un ambiente raro. Ricardo la miraba con una expresión seria que Maria no había visto nunca.


- Maria, tenemos que hablar -dijo el empresario, señalando una silla frente a su mesa -. Siéntate, por favor.


Maria se sentó, algo intranquila ante la situación. Ricardo comenzó a hablar, con un tono que no admitía réplica.


- He recibido quejas sobre tu rendimiento, Maria. Sé que eres capaz de más y quiero que lo demuestres. Tu falta de atención está siendo un problema.


La joven bajó la cabeza, avergonzada. Sabía que había estado algo distraída, pero no pensaba que fuera para tanto. Ricardo se levantó de su silla y se acercó a ella.


- Vamos a hacer algo al respecto. Pero primero, quiero que te quites la falda. Quiero que sientas la humillación de ser castigada como una escolar.


Maria se ruborizó aún más, pero cumplió las órdenes de su jefe. Se quitó la falda quedándose en tanguita frente a él. Ricardo sonreía con satisfacción ante la vulnerabilidad de su secretaria.


- Muy bien. Ahora, ábrete de piernas y pon las manos en la mesa - ordenó el empresario.


Maria obedeció, sintiendo una extraña mixtura de humillación y excitación. Ricardo comenzó a propinarle nalgadas con fuerza, mientras ella agitaba las piernas y gemía de dolor y placer a partes iguales. El sonido de las palmadas resonaba en la habitación.


- ¡Toma, putita! ¡Así aprenderás a concentrarte! - exclamaba Ricardo mientras la azotaba -. ¡Quiero oírte gemir, Maria!


La joven gritaba de vez en cuando, mientras su culo comenzaba a enrojecerse y calentarse. Ricardo se aseguraba de dejarle el culo bien sonrojado antes de dar el siguiente paso. Se agachó detrás de ella y began a bajarle las braguitas con delicadeza. Maria sintio una corriente de aire fresco en su trasero desnudo, lo que la excito todavía más.


El empresario se detuvo un momento para admirar el culito que tenía ante sí. Era perfecto, proporcionado y muy apetitoso. Se acercó de nuevo a Maria y comenzó a penetrarla con un dedo en el ano. Ella sintio un pinchazo extraño, pero también una sensación que nunca había experimentado. Ricardo comenzó a mover su dedo suavemente, dilatado su esfinter con paciencia y expertise.


- Oh, señor... - gemía Maria mientras sintia cómo su ano era expandido -. Es... es una sensación extraña...


- Callate y disfruta, perra - ordenó Ricardo mientras añadía un segundo y un tercero dedo -. Vamos a preparar ese culito para lo que viene después.


Maria sintio un dolor placentero mientras los dedos de su jefe la penetraban con cuidado. Éste masajeaba su entraña con habilidad, asegurandose de que estaba relajada y lista. Después de unos minutos, retiró sus dedos y se colocó detrás de Maria.


Sin previo aviso, la empujó ligeramente, haciendo que la joven se inclinara hacia adelante. Ricardo sacó su miembro y lo colocó en el acceso trasero de su secretaria. Lentamente, comenzó a penetrarla por el ano. Maria sintio un dolor agudó al principio, pero su jefe iba con tanta calma que rápidamente encontró el placer en aquella nueva experiencia.


Ricardo la penetraba con cuidado, pero profundamente. Maria sintio cómo su culo era llenado por la verga de su jefe, y cada vez le encantaba más. El empresario la tomaba por sorpresa con sus movimientos, y ella gemía y gemía sin parar, disfrutando el castigo que le estaba siendo infligido.


El empresario no pudo más y comenzó a correrse en el culo de su secretaria. Maria sintio cómo el calor del semen le inundaba el interior, y un cosquilleo extraño la recorrió por completo. Ricardo se quedó dentro de ella unos segundos, disfrutando de la sensación, antes de retirar su falo.


Maria se giro, apoyada en la mesa, algo adolorida y con el culo encendido. Ricardo le sonreía satisfecho mientras se limpiaba con un pañuelo.


- Ese es tu castigo, Maria. Ve a tu casa y descansa el resto del día. Mañana quiero verte fresca y dispuesta a trabajar.


La joven se vestía rápidamente, sin decir palabra. Antes de salir, Ricardo la parada de nuevo.


- Maria, han sido unas primeras horas productivas. No vuelvas a distraerte en el trabajo. Y recuerda, lo que paso aquí, queda entre nosotros.


Maria asintió y salió de la oficina con el culo dolido y una extraña sensación de placer y humillación a partes iguales. En cuanto llegó a casa, se dirigió directamente a la bañera para relajarse y pensar en lo ocurrido. Sabía que su jefe podía ser imprevisible, pero le encantaba cada momento que pasaban juntos.



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