Transformo a su marido en su putita

 


Elena siempre había sido una mujer un tanto peculiar, con gustos que muchos considerarían extraños. Por suerte, tenía un marido que la apoyaba en todas sus aficiones, aunque algunas fueran un tanto atípicas.

Una tarde, tras una dura jornada laboral, tuvo una idea que no podía sacarse de la cabeza. Se dirigió al armario de su marido, Juan, y comenzó a revivirlo todo. Sacó sus mejores galas, las que solo se ponía en ocasiones especiales.

Empezó por afeitarle las piernas y los brazos, dejándolos suaves al tacto. Luego pasó a maquillarle la cara, usando una base para igualar su tono de piel y ocultar cualquier impureza. Le delineó los ojos con cuidado, resaltando su mirada, y le puso un rojo pasión en los labios que le quedabafantástico.

No podía faltar un buen manicura, así que se dedicó a pintarle las uñas de las manos y los pies con esmalte color rosa chicle. Quería que estuviera perfecto de la cabeza a los pies.

Una vez listo, le ayudó a ponerse un vestidito negro, ajustado y corto, que resaltaba sus curvas y su trasero. Le colocó unos tacones altos, que realzaban su figura, y un elegante collar de perlas.

Por último, le puso un tanga bajo la falda, cubriendo sus partes íntimas. Juan se dejaba hacer, curioso por ver hasta dónde quería llegar su esposa.

Cuando terminó, le mostró un espejo. Juan no podía creer la imagen que reflejaba el espejo, se veía a sí mismo, pero con un toque femenino que le encantó. La verdad es que estaba muy atractivo.

Elena, cada vez más excitada, sacó una cinturonga de cuero negro que tenía guardada para ocasiones especiales. La colocón en su cintura y comenzó a besarle el cuello, mientras sus manos expertas abría la cremallera del vestido.

Juan sintía una mezcla de sensaciones, algo de vergüenza pero sobre todo un placer inesperado. Disfrutaba viendo lo excitada que su esposa estaba mientras le tocaba el culo a través de la tela.

Sin perder más tiempo, Elena bajó la tela del vestido, descubriendo su trasero. Le dio un azote ligero, que hizo que Juan saltara del susto, pero también del morbo.

Comenzón a lamer su cuello y sus hombros mientras sus manos apretaban sus muslos con fuerza. Luego bajó besándole el pecho y el abdomen, hasta llegar a la cintura del tanga.

Con una sonrisa pícara, lo tumbó sobre la cama y le bajó las braguitas con cuidado. Empezó a lamer su zona íntima, saboreando sus fluidos, mientras Juan jadeaba y se arqueaba del placer.

Tras un delicioso momento de oral, Elena se colocó la cinturonga nuevamente y se untó un poco de lubricante en el dedo. Con cuidado, comenzó a meter un dedo en el culo de su marido, que gozaba con cada penetración.

Movía su dedo con cuidado, estimulando su culito, mientras con la otra mano le tocaba el pene. Juan sintía un placer impredecible, algo nuevo y excitante que le hacían gemir de gozo.

Una vez acostumbrado a la sensación, Elena introdujo dos dedos, y luego tres, mientras besaba sus muslos y su abdomen. La miraba con una mezcla de curiosidad y deseos, gustándole el papel que habían cambiado en aquella ocasión.

Cuando Juan no pudo más, suplicó que parara. Elena sonrió, gustándole la idea de tenerle a sus pies. Se quitó la cinturonga y comenzó a masturbarle con dedicación, mientras él no paraba de gemir.

La imagen de su marido tocándose le excitaba, y es que sus gemidos y su excitación eran inmensas. Pronto llegó a un intenso orgasmo, brotando su semen sobre su mano.

Elena no se conformó y se colocó nuevamente el arnés. Guideó a Juan para que se sentara en la cama, frente a ella, y comenzó a penetrarle el culo con cuidado pero con ímpetu.

Cada embestida hacía que Juan gritara de placer, mientras su esposa le tocaba las tetas y le besaba apasionadamente. El vestirle y maquillarle había sido una idea fabulosa.

Elena gozaba con cada ruido que hacía su marido, con cada gemido y cada darse contra su cuerpo. Disfrutaba viéndole gozar y sentirse como una verdadera mujer.

Ambos alcanzaron el clímax juntos, gritando de placer mientras sus cuerpos se fundían en un abrazo apasionado. Y es que aquella tarde descubrieron un nuevo mundo de posibilidades, donde los roles tradicionales no importaban.

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