Le rompí su tierno culo de milagro
¿Se puede considerar que una carrera es exitosa si para llegar a lo más alto te has tenido que saltar todos los códigos éticos de tu profesión? Esa pregunta debí hacérmela cuando las ansias de triunfar me impedían ver más allá de mis narices. Pero no me la hice, porque en aquella época estaba obsesionado con ser el mejor a cualquier precio.
Lo que nadie entendía era por qué desde tan pequeño tenía clarísimo que quería ser periodista. No lo sabía ni yo, simplemente empecé con la broma siendo niño y al final me lo acabé tomando en serio. Por aquel entonces no era más que una fantasía, ya que para poder estudiar la carrera hacían falta unas notas que estaban muy lejos de las mías.
Eso significaba que tendría que ponerme las pilas, menos hacer el vago y más encerrarme en mi habitación para estudiar. Lo hice, al menos todo lo que me fue posible, teniendo en cuenta mi carácter extrovertido y las ganas que tenía de divertirme. Disfrutar de la vida y alcanzar la nota media que se exigía para estudiar periodismo parecía incompatible.
Especialmente en la adolescencia, cuando las chicas entraron en mi mente a la misma velocidad que salieron muchas de mis responsabilidades. No pintaba demasiado bien, pero ¿qué muchacho piensa en el futuro cuando tiene la posibilidad de tocar sus primeras tetas? Ninguno que yo conociera, eso seguro.
El último año de instituto me entraron las prisas. Todavía no era imposible alcanzar la nota deseada, pero tendría que producirse un auténtico milagro. Tuve que renunciar a los magreos de los viernes por la tarde con alguna fresca, a las borracheras de los sábados y a los domingos enteros metido en la cama, todo para estudiar sin parar.
El curso se convirtió en una contrarreloj. Mis notas iban en aumento, pero seguían siendo insuficientes. Recurrí al chantaje emocional a los profesores para que me subieran unas décimas y a mis compañeros para que me permitieran copiar en las asignaturas en las que iba más justo. Fue una gesta heroica por mi parte, pero iba a depender de la selectividad.
Me presenté a la selectividad más nervioso que el que intenta subir a un avión con droga metida en el culo. Difícilmente iba a conseguir copiar allí, todo dependía de mí mismo. Y la verdad es que me fui con la sensación de haberlo bordado, hasta que salieron las notas y vi que me iba a quedar a un par de décimas de poder acceder a periodismo.
- Me cago en la puta.
- Boni, hijo, ¿qué te tengo dicho del lenguaje soez?
- Ni dos puñeteras décimas.
- Has hecho el vago durante demasiados años.
- Pero al final me he esforzado mucho, mamá.
- Y la vida te ha enseñado la valiosa lección de que con eso no es suficiente.
- He nacido para ser periodista.
- A día de hoy sigo sin saber por qué estás tan convencido de eso.
- No lo sé, pero no me veo haciendo otra cosa.
- ¿Vas a esforzarte desde el primer día?
- Lo habría hecho, pero ya es imposible.
- Sigue habiendo una posibilidad.
- Las notas de corte no van a bajar.
- Seguramente no, pero en la universidad privada no hacen falta.
- ¿Qué me estás queriendo decir?
- Tu padre y yo hemos hablado, estamos dispuestos a hacer ese esfuerzo.
- No nos lo podemos permitir.
- Si prometes darlo todo, de eso nos encargamos nosotros.
- Mamá...
- Como padres estamos obligados a ayudarte a cumplir tus sueños.
Ya estaba convencido de dejarme hasta el alma para llegar a ser periodista, pero que mis padres hicieran ese esfuerzo, que se sacrificaran por mí de esa manera, fue el empujón definitivo que necesitaba. Desde el primer día que puse un pie en la facultad tuve claro que no había nada que me pudiera descentrar, ni siquiera las chavalas o la fiesta.
Debo reconocer que me lo tomé exageradamente en serio. Durante los primeros días ni siquiera me permití conocer a mis nuevos compañeros, no quería que eso me pudiera distraer. Tardé varias semanas en darme cuenta de que no iba a suspender por hacer amigos con los que poder hablar de la pasión que todos compartíamos.
Me tomé muy en serio lo de seleccionar a las mejores amistades posibles. No se me olvidaba que estaba en una universidad privada, lo que quería decir que allí había mucho niño pijo que no le daba la misma importancia que yo a que sus padres se gastaran una fortuna en los estudios. Solo Jorge y Ana me parecieron realmente de fiar.
Primero me acerqué a Ana. Esa muchacha estaba siempre tan pendiente en clase que me parecía imposible que pudiese ser una mala influencia para mí. Era muy guapa, cosa que nunca estaba de más, aunque yo no buscaba nada en ese sentido. Enseguida descubrí que no me había equivocado al fijarme en ella como posible amiga.
Puede que Ana fuese una de esas niñas pijas que tantos prejuicios me despertaba, de hecho, resultó que su padre era el director de uno de los periódicos más importantes, pero eso no le impedía ser humilde y esforzarse como la que más. Pese a tener el futuro teóricamente resuelto, era tan ambiciosa como yo, y eso me gustaba.
- ¿Te vienes a la biblioteca a estudiar después de clase?
- Claro, me vendría bien un buen repaso.
- Eso ha sonado un poco raro.
- No te emociones, Ana.
- Todo a su debido tiempo.
- ¿Va a venir alguien más a estudiar?
- Sí, también he quedado con Jorge.
- Perfecto, pues allí nos vemos.
Jorge era igual de aplicado que nosotros, o incluso puede que más, pero sus orígenes eran aún más modestos. Ese chaval venía de un pueblo muy pequeñito, gracias a una beca que pagaba el propio ayuntamiento con el respaldo de todos los habitantes, ya que también se quedó a unas décimas de poder acceder a la universidad pública.
Él también soñaba desde pequeño con ser periodista, aunque su ambición era menor, ya que no tenía intención de salir de su pueblo, solo quería ser el que informara en el periódico local de todo lo que ocurría allí. Ana y yo nos reíamos de eso, no entendíamos tanto esfuerzo para tan poca recompensa, pero Jorge lo tenía muy claro.
Lo que comenzó como un interés común de los tres acabó derivando en una bonita amistad. Estudiábamos siempre juntos y nos animábamos para superarnos, eso hacía que los tres sacáramos muy buenas notas, aunque la mejor era siempre Ana. Ella se convirtió en el pegamento del grupo, pero podría haber sido todo lo contrario.
- ¿A qué esperas para declararte, George?
- Tío, ¿qué dices?
- Estás loquito por Ana.
- Eso no es verdad.
- Pero si tengo que ir limpiando la baba que se te cae cada vez que la ves.
- Da igual si me gusta o no, no voy a estropear nuestra amistad.
- No seas cobarde.
- Boni, tú nunca te enteras de nada, ¿no?
- ¿A qué viene eso?
- Ana está enamorada de ti.
Era cierto que alguna vez había interpretado ciertas señales por su parte, aunque siempre pensé que era para provocarme, meras bromas. Ana tenía todo lo necesario para haber tenido con ella alguna que otra noche de pasión, puede que incluso para intentar algo más serio, pero, a esas alturas, éramos tan amigos que me resultaba muy difícil pensar en intentar algo que pudiese salir mal.
No quería hacer ningún daño a Ana, pero tampoco a Jorge, así que descarté cualquier posibilidad de que ocurriera algo entre nosotros. Además, ella nunca había hablado de sentimientos ni nada parecido, así que todo eran conjeturas y suposiciones, quizás era mi amiga la primera que no estaba interesada en ir más allá.
A lo largo de los siguientes años sí que sentí en más de una ocasión que ella me dejaba caer su disposición a que fuésemos más que amigos, aunque siempre logré salir del paso disimulando. No podía negar que cada vez estaba más guapa y a veces suponía una enorme tentación, pero Jorge seguía muy pillado y él para mí era prácticamente un hermano.
El día de nuestra graduación apuntaba a ser uno de los más felices de mi vida, pero fue cuando todo se comenzó a torcer. Todo comenzó con la gloriosa sensación de haber cumplido mi sueño comas de saber que el sacrificio de mis padres no fue en vano. Tantos años después al fin podía relajarme, dejar que saliera el verdadero Bonifacio, ese que tenía tanta tendencia a meter la pata.
- ¿Dónde vamos a celebrarlo, chavales? - Preguntó Ana.
- Yo tengo que volver esta misma noche al pueblo. - Respondió Jorge.
- No me jodas, tío.
- Se lo prometí a mis padres. - Contestó.
- Pero llevamos años hablando de esta noche. - Insistió Ana.
- Ahora ya somos libres, podemos celebrarlo en cualquier momento. - Le respondió.
- Tiene razón, lo podemos posponer y ya está.
- De eso nada, tú y yo nos vamos de juerga. - Sentenció nuestra amiga.
Quizás era un poco triste salir de fiesta los dos solos, pero era cierto que llevábamos mucho tiempo hablando de esa noche. No nos volvimos locos, simplemente fuimos a un bar musical, a disfrutar del ambiente y a tomar una copa, después otra, luego una más... hasta que cerraron y Ana propuso tomar la última en su casa.
Llevaba tanto tiempo reprimiéndome que no fui capaz de decirle que no. Había estado otras veces en casa de Ana y sabía que su padre tenía las mejores marcas de alcohol, no como el garrafón que nos habían dado en el bar. Esa última copa que me propuso en realidad fue la penúltima, y si no hubo más fue porque ella me besó.
Durante un instante vi el rostro de Jorge en mi cabeza. Después me obligué a pensar en él más todavía, pero no fue suficiente. Llevaba tanto tiempo sin besar a una chica que sentía que no me iba a poder frenar. Los efectos del alcohol tampoco ayudaron, obviamente, y acabamos follando hasta que se hizo de día.
Mentiría si dijera que al despertar no me acordaba de nada. Lo recordaba todo a la perfección, desde las risas cuando empezamos a desnudarnos hasta el momento en que no pude parar y me corrí dentro de ella a pesar de no llevar protección. Esperé hasta que Ana abriese los ojos, rezando para que ella tampoco le diese importancia a nuestro polvo.
- Buenos días, picha brava.
- Buenos días, Ana.
- Vaya noche, ¿eh?
- La graduación que llevábamos esperando tanto tiempo.
- Bueno, en realidad pasaron más cosas que yo llevaba años esperando.
- Si te refieres a...
- No te hagas el tonto, Boni, sabes lo que siento por ti.
- Puedo hacerme una idea, sí.
- Nunca te he insistido porque sabía lo centrado que estabas en la carrera.
- Tenía que aprobar, no me quedaba otra.
- Pero, tal y como dijo Jorge, ahora somos libres.
- Hablando de él...
- Ya, sé lo que siente por mí.
- Tengo la sensación de haberlo traicionado.
- No digas estupideces, entre él y yo no hay nada.
- Es mi amigo.
- También el mío, pero no estoy enamorada de él.
- Lo mismo me pasa a mí contigo.
- Nos llevamos muy bien, quizás si me das la oportunidad...
- No puedo, Ana, pero no quiero que esto afecte a nuestra amistad.
- Yo tampoco quiero, pero no sé si puedo seguir fingiendo durante más tiempo.
Realmente lo intentó, pero, de manera inevitable, nuestros caminos se fueron separando. Me quedaba Jorge, hasta que no pude seguir soportando la presión interna y le confesé que me había acostado con Ana. En su rostro vi el daño que aquello le había hecho, aunque trató de ser comprensivo, dijo que entre ellos no había nada y que, por lo tanto, no se sentía traicionado.
Puede que lo dijese en serio y que nuestro distanciamiento se debiera únicamente a que comenzó a trabajar en el diario de su pueblo, pero la verdad fue que perdimos casi por completo el contacto. Él ya había empezado a encarrilar su futuro profesional, al igual que Ana, a la que nunca le iba a faltar el trabajo en el periódico de su padre.
Yo era el único de los tres que no tenía el empleo asegurado, que debía comenzar como becario en cualquier sitio que me quisieran dar la oportunidad. Empecé con mucha ilusión, pero me resultaba muy frustrante que me trataran como a la última mierda en todas las redacciones cuando yo seguía teniendo tantísima ambición.
Los primeros años fui rebotando de un lugar a otro. Empecé en un periódico que nadie leía, de ahí pasé a la radio, donde tenía una pequeña sección para la que casi nunca había tiempo, y después me contrataron en la televisión local para dar las noticias de las cinco de la mañana. Según los medidores de audiencia, nos veían entre dos y tres personas todos los días.
La fortuna quiso que una de esas personas fuese un friki que había abierto un portal web meses atrás que se dedicaba a los sucesos. Básicamente consistía en que una serie de reporteros se recorría en el país en busca de las típicas trifulcas de los pueblos, testimonios de crímenes e incluso de sucesos paranormales.
Al principio me costó mucho tomármelo en serio, tenía claro que era la típica web que buscaba llamar la atención de la gente como fuese, pero pagaban muy bien. Aunque me pareciese un empleo de mierda, estaba dispuesto a ser el mejor, a conseguir las noticias más sorprendentes y hacerme un hueco en ese mundillo.
Ni siquiera mi famosa ambición me sirvió para desenvolverme bien en un mundo como ese. Tras varios fracasos y ser objeto de burla por parte de los lectores, la desesperación me llevó a hacer algo horrible. Empecé a inventarme las noticias creyendo que nadie se iba a dar cuenta, pero resultó que esa web, en contra de lo que incluso yo mismo pensaba, se tomaba muy en serio todo lo que publicaba.
No solo me despidieron, sino que perdí la reputación que ni siquiera había empezado a ganar. Tenía por delante el peor de los futuros imaginables, no podría volver a trabajar nunca más como periodista, después de tantísimo esfuerzo y del sacrificio que habían hecho mis padres. Fue entonces cuando recibí una llamada totalmente inesperada.
- ¿Ana?
- La que has liado, macho.
- ¿Te has enterado?
- Tu foto está en todas las redacciones junto a la advertencia de no contratarte.
- Yo solo quería ser alguien dentro del periodismo.
- Pues lo has conseguido, pero no como buscabas.
- ¿Has llamado solo para humillarme?
- No, he llamado para salvarte el pellejo.
- ¿Qué quieres decir?
- No me preguntes cómo, pero he conseguido que mi padre te dé trabajo.
- ¿En serio?
- Sí, Boni, te lo estoy diciendo en serio.
- ¿No te estarás vengando por lo que ocurrió?
- Te aseguro que eso está ya más que olvidado.
Iba en serio, Ana había logrado convencer a su padre para que le diese un pequeño empleo en el periódico. Por lo visto, a pesar de que mis historias fuesen inventadas, le gustaba la manera que tenía de contarlas. Fue bonito reencontrarme con mi amiga, aunque en ese momento pasara a ser empleado de su padre y ella me diera órdenes.
Las primeras semanas me dedicaba a hacer lo mismo que en el portal web, a cubrir noticias que ocurrían en lugares remotos, pero siempre muy vigilado y obligado a documentar que todo era cierto. Aunque seguía pareciéndome poco para mí, en ese momento me sabía a gloria y no podía estar más agradecido a los que me habían dado la oportunidad.
Aun así, poco tardé en sentirme estancado, en darme cuenta de que nadie me iba a dar la opción de seguir creciendo dentro de la profesión. Ana insistía en que no era así, que en cuestión de tiempo acabaría firmando un gran reportaje y todos se olvidarían de mi anterior cagada. Tenía razón, aunque no imaginaba que sería Jorge el que me brindaría esa oportunidad.
- Colega, ¡cuánto tiempo!
- Siento no haber dado señales de vida cuando todo se puso feo para ti.
- No te preocupes, lo entiendo perfectamente.
- Supongo que aún no había digerido lo que sucedió entre Ana y tú.
- No ha vuelto a pasar nada, te lo prometo, aunque...
- Ya, sé que trabajas para ella, seguimos en contacto.
- Me alegro de que hayáis mantenido la relación.
- Te he llamado para hacerte una propuesta.
- Pues tú dirás.
- En mi pueblo se está produciendo un fenómeno bastante desconcertante.
- ¿De qué se trata?
- Una muchacha dice que ha hablado con la Virgen.
- Y luego me quejo de los chalados de la ciudad.
- Esto parece que va en serio, Boni.
- ¿Cómo puedes creerte algo así?
- No solo yo, cada vez hay más medios de comunicación por aquí.
- Carroñeros como yo.
- Es cuestión de tiempo que esto sea noticia a nivel nacional.
- No lo entiendo, la verdad.
- La cuestión es que quiero que vengas tú a cubrir la noticia.
- Justo lo que necesita mi credibilidad.
- Asúmelo, tío, ahora mismo no tienes, pero esto te puede salvar.
Llegué a pensar que me estaba tomando el pelo, que aquello era una especie de venganza, pero Ana me confirmó que era cierto, que pretendía mandarme a ese pueblo para que yo informara de lo que estaba ocurriendo. Obviamente, no me podía negar, solo ir con la resignación del que sabe que con eso se termina su carrera.
Llegué al pueblo un lunes por la mañana. El autobús me dejó a quince kilómetros, pero Jorge vino a recogerme. Me alegré mucho de volver a verle, no parecía haber rencor en su mirada. Fuimos directos a su casa, lugar en el que me iba a hospedar mientras estuviese allí. Ese fue el principal motivo por el que me enviaron a mí, para ahorrarse un hotel.
Mi amigo y yo pasamos un par de horas charlando de nuestras vidas, de cómo ambos no estábamos teniendo demasiada suerte en el amor. A mí no me preocupaba en absoluto, pero a él sí que parecía afectarle. Después me llevó a los puntos de interés mientras me explicaba todas las novedades de ese misterioso suceso.
- ¿Y qué se supone que le ha dicho la Virgen?
- Que tiene una misión.
- ¿Qué misión?
- Todavía no la ha querido revelar.
- ¿Has hablado con ella?
- Apenas he logrado intercambiar un par de palabras, el cura la tiene vigilada.
- ¿El cura?
- Sí, la tiene prácticamente secuestrada en la iglesia, él toma todas las decisiones.
- ¿Crees que me permitirá verla?
- Probablemente, se nota las ganas que tiene de que el caso gane notoriedad.
- Esto suena a estafa por todas partes, Jorge.
- Visto así, desde luego, pero Graciela no busca esa fama.
- ¿Así se llama la joven?
- Acaba de cumplir dieciocho años, ya la verás, parece un ángel.
- Te veo demasiado involucrado.
- Conozco a esa cría de toda la vida, me niego a creer que está mintiendo.
Tal y como Jorge anticipó, el cura esbozó una sonrisa de oreja a oreja al verme aparecer. Tras una ardua negociación en la que se notaba que solo buscaba imponer su autoridad, me dio permiso para hablar con la muchacha esa misma tarde, después de la misa. Se veía a leguas que ese hombre era un embaucador.
Esa tarde no me quedó más remedio que asistir a la misa junto a Jorge, hacía siglos que no acudía a una celebración religiosa. Esa fue la primera vez que vi a Graciela. En cuanto apareció, pensé que mi amigo no la podía haber descrito mejor, parecía un auténtico ángel. Cabello rubio, ojos azules, piel pálida y una especie de túnica blanca hasta los tobillos. Sin duda, la vestimenta había sido idea del cura.
Comprobé de primera mano en el pueblo todos estaban entregados, sentían devoción hacia ella y esperaban con ansias que explicara cuál era esa misión que la Virgen le había asignado. Escuché algunos rumores, como que iba a acabar con el hambre en el mundo o a curar todas las enfermedades. Después de la misa tuve al fin la oportunidad de hablar con ella, en la parte de atrás de la iglesia, bajo la atenta supervisión del cura.
- Por fin te conozco, Graciela.
- Un honor poder conversar con usted, Boni.
- Si no te importa, prefiero que me tutees.
- Como gustes.
- Te has convertido en todo un fenómeno de masas.
- No era lo que pretendía, pero sí.
- ¿Te abruma?
- No, mi deber es llegar al mayor número de personas posible.
- ¿Es una petición de la Virgen?
- Así es.
- ¿Cuándo vas a revelar tu misión?
- Muy pronto.
- ¿No podrías proporcionarme una fecha aproximada?
- Cuando el mundo entero esté pendiente de lo que tengo que contar.
- Pero así parece que solo buscas atención.
- En cierto modo es verdad, pero por una buena causa.
- ¿Has ganado dinero desde que empezó todo esto?
- No, nada en absoluto.
- Me consta que algunas personas hacen donaciones muy generosas.
- La Iglesia siempre ha recibido ayuda de sus feligreses. - Intervino alterado el cura.
- Solo quiero que quede claro que esto no es una estafa.
- Te aseguro que no lo es, he sido iluminada por la gracia de la Virgen.
En contra de la inocente opinión de Jorge, yo no tenía tan claro que esa muchacha no estuviera mintiendo. Era cierto que resultaba muy creíble, pero cualquiera confiaría a ciegas en una joven tan hermosa que decía estar a punto de aportar esperanza a la humanidad, especialmente en un pueblo pequeño con tradición religiosa.
Tras hablar con ella ya solo me quedaba esperar. El pueblo cada vez recibía a más periodistas de diferentes medios, incluso ya habían llegado reporteros de canales de televisión relativamente importantes. Por suerte, seguía siendo el único al que le habían permitido hablar con Graciela, aunque eso no seguiría siendo así durante demasiado tiempo.
Antes de perder esa exclusividad y convertirme en uno más, decidí tratar de sacar información extra. La única manera era vigilar la iglesia, saber si de allí entraba o salía gente, si había algún movimiento sospechoso. Pasaba horas escondido en los alrededores, hasta bien entrada la noche. Gracias a eso descubrí algo bastante interesante.
Una madrugada, mientras el pueblo entero dormía, Graciela salió de la iglesia y, tras asegurarse de que no había nadie, se dirigió a una de las casas más cercanas. Llamó a la puerta y un chico que debía tener más o menos su edad la recibió con un beso en la boca. Me pareció lo suficientemente interesante como para acercarme y tratar de espiar por la ventana.
Debieron pensar que no corrían peligro, que era demasiado tarde como para que alguien estuviese espiando, por eso no corrieron la cortina. Esa imprudencia me permitió verlos echando un polvo. Los menudos pechos que escondía bajo la túnica no me dijeron gran cosa, pero tenía un culazo carnoso y bien redondo que ya no la hacía parecer tan angelical.
- Jorge, despierta.
- ¿Qué pasa?
- Tu ángel se folla a un chaval del pueblo.
- ¿Qué?
- Graciela se escapa de madrugada para acostarse con un chico.
- Nunca ha dicho que pretenda ser monja ni nada parecido.
- Entonces ¿por qué lo hace a escondidas de todo el pueblo?
- No lo sé, supongo que para evitar habladurías ahora que está tan expuesta.
- Aquí sigue habiendo algo que no me cuadra.
- ¿Te importa si lo hablamos mañana?
- Claro, descansa.
Si esa chica decía la verdad yo solo sería uno más cubriendo la información, pero podía ganar mucho si era el que descubría la mentira. Le rogué a Jorge que hiciera todo lo posible para que me permitiesen hablar de nuevo con Graciela. Aunque le costó bastante, ya que el cura no era partidario de que repitiera con los mismos periodistas, finalmente accedió.
No tenía nada nuevo que preguntarle, no pensaba en como darle con lo de su supuesto novio, y ella tampoco me dijo nada que resultase novedoso, pero mi misión no era esa. A pesar del férreo marcaje del cura, pude aprovechar una distracción para dejar un micro en esa habitación. Después me dediqué a presionar un poco, para darles algo de lo que hablar cuando me fuese.
El cura, cada vez más alterado, me invitó con falsa amabilidad a que me fuera y yo corrí al sitio en el que me escondía todas las noches. Desde allí traté de escuchar lo que decían, tenía una oportunidad de oro para descubrir antes que nadie si aquello era una gran mentira o no. Puede que hasta ese momento solo hubiese cometido errores, pero sabía que mi instinto no me engañaba.
- No tendrías que haber permitido a ese periodista entrar de nuevo.
- Me lo ha pedido Jorge, sabes que tengo muy buena relación con sus padres.
- En España ya solo se habla de mí y pronto seré noticia en todo el mundo.
- Dijiste que haríamos mucho dinero con esto, Graciela, pero no es así.
- Calma, cuando revele la misión nos caerán billetes del cielo.
- ¿Qué piensas decirles a esos pobres estúpidos?
- Todavía no lo sé.
- Nos estamos arriesgando demasiado.
- No tendría que haber recurrido a ti, cura desagradecido.
- Mientras más tiempo pase será más fácil que cometamos un error y nos pillen.
- Pues mantén la boca cerrada y todo irá bien.
- Cierra tú las piernas.
- ¿Cómo dices?
- Sales de aquí para pecar con mi sobrino, te acabarán descubriendo.
- No se darían cuenta ni aunque lo hiciese a plena luz del día.
- Aun así...
- Silencio. No pienso dejar de follar porque tú seas un cobarde.
Lo tenía todo grabado, estaba en disposición de desmantelar el caso más mediático de los últimos años. Pude haberlo hecho de inmediato, pero mi instinto me decía que todavía podía conseguir algo más grande. Por eso volví a quedarme allí escondido, esperando a que Graciela fuese al encuentro de su amante para contarle lo que había descubierto.
Esa golfa mentirosa e insaciable volvió a la carga aquella misma noche. Vestida con su túnica blanca, comenzó a recorrer el camino hasta la casa de su novio pensando que nadie la veía. Esperé a que estuviera a punto de llegar para cruzarme con ella y ponerla a prueba, quería saber cómo reaccionaba al ser pillada.
- Buenas noches, Graciela.
- Por dios, qué susto me has dado.
- ¿Qué haces en la calle tan tarde?
- Me gusta pasear bajo las estrellas.
- Con estas nubes lo veo bastante complicado.
- ¿Y tú por qué estás despierto a estas horas?
- Voy en busca de la noticia.
- ¿De noche?
- Podría toparme con lobos cazando ovejas o una joven en busca de su amante.
- Esas cosas no ocurren en este pueblo.
- ¿Estás segura?
- ¿Qué quieres, Boni?
- Lo he descubierto todo.
- Sí, claro...
- Escucha con atención.
Graciela se quedó pálida al escuchar su conversación con el cura. El terror se reflejó en sus ojos, sabía que estaba en mi mano terminar con toda aquella farsa y hacer que ese pueblo que tanto la adoraba la acabase repudiando. En vez de decir nada, la muchacha me agarró por el brazo, tiró de mí hasta la casa de su novio y llamó a la puerta.
Tras decirle al muchacho que los había descubierto, me pidió que la acompañara hasta la habitación en la que los había pillado la noche anterior. Una vez allí, me ofreció un porcentaje de sus ganancias a cambio de silenciarme. Era tentador, pero sabía que ganaría mucho más a cambio de destapar esa historia, no solo dinero, también el deseado prestigio.
- No seas idiota, pronto estaremos forrados.
- Estás jugando con la fe de mucha gente.
- No se sentirán engañados si te callas.
- Mi deber como periodista es contar la verdad.
- ¿Qué quieres a cambio? Te daré lo que sea.
- No insistas, Graciela.
- Lo digo en serio, te ofrecería hasta mi virginidad si aún la conservara.
- Deja de decir burradas, niña.
- Por favor.
- Quizás...
- ¿Qué?
- ¿El sobrino del cura te ha dado por detrás?
- ¿Cómo dices?
- Que si has dejado ya que te la meta por el culo.
- No, ni siquiera me lo ha pedido.
- Pues esa es la condición para que me calle, la virginidad de tu ano.
No se lo pensó ni un instante. Graciela se desprendió de la túnica, permitiéndome ver de nuevo su bonito cuerpo, en esa ocasión a escasos centímetros, y se colocó en posición para que se la metiera, se notaba su desespero. Yo no tenía tan claro que fuese a venderle mi silencio, pero no podía desaprovechar una oportunidad como esa.
Antes de romperle el culo sin más le dije que, por su bien, lo mejor sería que primero me la chupase. Tampoco lo dudó. Ella misma me desabrochó el botón de los pantalones y me desnudó de cintura para abajo. Yo ya estaba empalmado, así que solo tuvo que metérsela en la boca y comenzar a tragar. Su habilidad mamando volvía a poner de manifiesto que de ángel no tenía nada.
Lo último que esperaba de aquella noche era que acabara así, pero viendo la lascivia con la que me miraban sus ojitos azules mientras me la chupaba me hizo alegrarme aún más de haber perseverado. Llevaba tanto tiempo sin mantener relaciones de ningún tipo que su pericia estuvo a punto de hacer que me corriera, pero no quería quedarme sino el premio gordo.
- Venga, ponte a cuatro patas.
- No seas muy bruto, que es la primera vez.
- Rézale a la Virgen para que te ayude.
Nunca fui un sádico, menos en el terreno sexual, pero esa muchacha merecía un correctivo. La tenía puesta a cuatro patas sobre la cama, con una vista privilegiada de ese culazo, y no pude evitar abrirle las nalgas para lamerle el ano. Después le di unos buenos azotes con mi propia tranca en sus glúteos, era una delicia.
Finalmente me la sujeté, la dirigí hacia el agujero de su culo y empujé. No lo hice con demasiada fuerza, pero tampoco fui sutil. Graciela dejó escapar un grito de dolor que a mí me pareció de lo más morboso. Aferrado a sus caderas, comencé a bombear en su interior, sintiendo la esponjosidad de sus nalgas contra mi pubis. Iba a ser una noche larga y muy placentera.
VictoriaSG
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