Eliana sumisa embarazada
Eliana se encontraba en el octavo mes de su embarazo, su cuerpo se había transformado en una hermosa y curvilínea obra de arte de la maternidad. Ernesto, su esposo, la admiraba con devoción y deseo cada vez que veía su creciente vientre.
Una noche, en la comodidad de su hogar, Eliana y Ernesto decidieron explorar nuevas formas de conexión y placer. Ernesto, quien siempre había sentido una atracción natural por el dominio, propuso un juego de dominación y sumisión consentida, donde él sería el dominante y Eliana la sumisa.
El ambiente en la habitación era tenue, con velas encendidas y una suave música de fondo que creaba una atmósfera de intimidad y erotismo. Ernesto se encontraba de pie frente a Eliana, quien estaba recostada en la cama, expectante por las órdenes que estaba a punto de recibir.
Ernesto se acercó lentamente a su esposa, su mirada llena de deseo y autoridad. Con voz firme pero cargada de sensualidad, le susurró al oído de Eliana: "Eres mía, mi preciosa sumisa. Hoy te guiaré en un viaje de placer y entregarme a tus deseos más profundos".
Eliana, con los ojos cerrados y entregada a su esposo, respondió con una voz suave y sumisa: "Sí, mi amor, soy tuya. Guíame hacia el éxtasis".
Ernesto sonrió satisfecho ante su respuesta y comenzó a darle instrucciones con su voz seductora y persuasiva: "Cierra los ojos y déjate llevar por las sensaciones. Imagina cómo mis manos recorren cada centímetro de tu piel, despertando tus sentidos y llevándote al borde del placer".
Eliana obedeció, cerrando los ojos y permitiendo que su mente se sumergiera en las fantasías que Ernesto le había sugerido. Sentía cómo su cuerpo se volvía más receptivo, la piel erizada ante la expectativa de lo que vendría a continuación.
Ernesto continuó con sus órdenes, su voz resonando en la habitación: "Siente mis labios acercarse a tu cuello, suaves y cálidos. Deja que mi aliento roce tu piel, despertando cada uno de tus sentidos. Siente cómo mi lengua traza círculos sobre tu suave dermis, dejando un rastro de deseo a su paso".
Eliana se estremeció al sentir los labios de Ernesto en su cuello, siguiendo las instrucciones que él le había dado. Sus manos, acariciando su propio cuerpo, exploraban cada curva y cada lunar, imaginando que eran las manos de su esposo las que la tocaban.
Ernesto, viendo el efecto que sus palabras tenían sobre Eliana, decidió intensificar la experiencia. Se colocó de rodillas al borde de la cama, acercándose al vientre redondeado de su esposa. Su voz tomó un tono más dominante: "Abre las piernas lentamente, mostrándome tu intimidad, tu deseo. Quiero ver cómo te entregas por completo".
Eliana, obedeciendo la orden de Ernesto, separó sus piernas lentamente, revelando su feminidad en todo su esplendor. Sus labios íntimos estaban hinchados y goteando de excitación, reflejando su ansia por el placer que Ernesto le proporcionaría.
Ernesto, sin dejar de mirarla con intensidad, continuó con su dominio verbal: "Tócate, Eliana. Explora tu propia sensualidad mientras yo observo y dirijo tu placer. Quiero que te entregues por completo a tus propios deseos".
Eliana, con los ojos cerrados y siguiendo las órdenes de su esposo, comenzó a acariciar su cuerpo con delicadeza y pasión. Sus manos se deslizaron suavemente por sus senos hinchados, acariciando sus pezones erectos, mientras sus dedos se adentraban lentamente entre sus muslos, explorando su humedad creciente.
La respiración de Eliana se volvió más profunda y entrecortada a medida que sus caricias se intensificaban. Siguiendo las órdenes de Ernesto, ella se permitió perderse en el éxtasis de su propio tacto, entregándose por completo al placer que estaba experimentando.
Ernesto, observando a su sumisa esposa entregada a sí misma, no pudo resistir la tentación de unirse a ella en su viaje erótico. Se despojó de su ropa rápidamente y se colocó a horcajadas sobre Eliana, sus ojos ardientes de deseo.
Ernesto, incapaz de resistirse más, se unió a ella en la cama, su cuerpo se acopló al suyo. Con una mano aún en el pecho de Eliana, y la otra agarrando suavemente su cadera, comenzó a moverse en perfecta sincronía con sus caricias.
La sensación de estar completamente llena y al mismo tiempo estimulada en su centro más sensible llevó a Eliana al borde del éxtasis. Sus músculos se tensaron, su respiración se volvió entrecortada y sus gemidos se intensificaron a medida que se acercaba al clímax definitivo.
Eliana: (jadeando) Oh, sí... no puedo contenerme más. Siento que voy a estallar de placer.
Ernesto: Déjate llevar, mi amor. Siente cada sensación intensa que recorre tu cuerpo, acércate cada vez más al clímax definitivo.
Eliana: (gimiendo) ¡Oh, Ernesto! No puedo... ¡No puedo resistirlo más! Estoy a punto de...
Ernesto: Sí, Eliana, déjate llevar. Permíteme llevarte al límite y más allá. Quiero verte desatada en un mar de puro éxtasis.
Eliana: (gritando de placer) ¡Ahí voy! ¡Ahí voy...! ¡Síííííí!
Y finalmente, en un estallido de placer abrumador, Eliana se dejó llevar por las olas de orgasmo que la envolvieron por completo. Su cuerpo se convulsionó en espasmos de pura satisfacción, y sus gemidos de éxtasis llenaron la habitación mientras su esencia se liberaba.
"Mírame, Eliana", ordenó Ernesto con voz firme pero cargada de pasión. "Quiero ver cómo tu cuerpo se arquea de placer mientras te tocas para mí".
Los ojos de Eliana se abrieron, encontrándose con la mirada lujuriosa de su esposo. Sus manos no se detuvieron, sino que se movieron más rápido y con mayor intensidad, acariciando su clítoris y deslizándose en su interior en busca de la máxima satisfacción.
Los ojos de Eliana se abrieron de par en par, encontrándose con la mirada lujuriosa y ardiente de su esposo. La intensidad del momento la embargó por completo, y sus manos, lejos de detenerse, aumentaron su ritmo y presión sobre su cuerpo.
Con movimientos expertos y sensuales, Eliana acariciaba su clítoris con la punta de sus dedos, sintiendo cómo la excitación se acumulaba dentro de ella. Sus gemidos se volvieron más audibles, llenando la habitación con el sonido de su placer incontenible.
Ernesto, embriagado por la visión de su esposa en éxtasis, no pudo resistir la tentación de unirse a su juego. Con una mano, acarició suavemente los senos de Eliana, sintiendo la textura y la turgencia de sus pechos mientras se inclinaba para capturar uno de sus pezones entre sus labios.
Eliana arqueó su espalda en respuesta a las sensaciones duales que la inundaban. El éxtasis se apoderó de ella cuando Ernesto continuó su estimulación oral, su lengua trazando círculos alrededor del pezón mientras su mano libre acariciaba su muslo interno, acercándose peligrosamente a su centro de placer.
La combinación de las caricias y los besos de Ernesto desencadenó una ola de placer incontrolable en el cuerpo de Eliana. Sus caderas se movieron en busca de más contacto, buscando satisfacer esa necesidad abrasadora que la consumía.
Ernesto, consciente de la necesidad de Eliana, dirigió sus órdenes con voz ronca y cargada de deseo: "Sigue tocándote, mi sumisa. Siente cómo tu cuerpo responde a mis caricias y a tus propias manos. No te detengas hasta que alcances el clímax".
Siguiendo sus órdenes, Eliana continuó acariciándose sin descanso. Sus dedos se deslizaron dentro de ella, encontrando su punto más sensible y acariciándolo con precisión y ritmo. Cada movimiento la acercaba más al borde del abismo del placer.
Ernesto, incapaz de resistirse más, se unió a ella en la cama, su cuerpo se acopló al suyo. Con una mano aún en el pecho de Eliana, y la otra agarrando suavemente su cadera, comenzó a moverse en perfecta sincronía con sus caricias.
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