Eliana embarazada de 8 meses

 


En la tranquilidad de su hogar, Eliana y Ernesto decidieron explorar nuevas dimensiones de su sexualidad. Con una mezcla de curiosidad y excitación, acordaron dar un paso más allá en su intimidad y experimentar el emocionante mundo del voyeurismo.


Un día, mientras compartían confidencias con su amigo Martin, surgió la oportunidad perfecta para llevar a cabo esta aventura. Martin, intrigado por la propuesta y dispuesto a participar como espectador, aceptó encantado la invitación a presenciar un encuentro íntimo entre Eliana y Ernesto.


La atmósfera en la habitación se cargaba con una energía palpable cuando Martin llegó a la casa del matrimonio. Un aire de expectación se extendía por cada rincón, y los latidos del corazón de Eliana y Ernesto se aceleraban con anticipación. Los tres se acomodaron en el acogedor espacio, creando una atmósfera cómplice y llena de complicidad.

Ernesto, con manos firmes pero delicadas, se acercó a Eliana con una mirada cargada de deseo y ternura. Sin apresurarse, comenzó a desvestirla lentamente, desatando el lazo de su bata con movimientos precisos y cuidadosos. Cada nudo deshecho era una oportunidad para acariciar suavemente la piel de su amada.


Sus manos recorrían su espalda con suavidad, deslizándose con delicadeza sobre la tela de la bata mientras dejaban al descubierto la suave curvatura de sus hombros. Ernesto saboreaba cada momento, disfrutando de la intimidad compartida y de la visión de la piel desnuda de Eliana que se revelaba lentamente.


Con un gesto seductor, Ernesto deslizó sus manos por los brazos de Eliana, deslizando la bata por sus antebrazos hasta dejarla caer al suelo. Sus ojos se encontraban, conectando en un lenguaje silencioso de pasión y complicidad. La luz tenue de la habitación resaltaba la hermosa figura de Eliana, resplandeciendo con la plenitud del embarazo.


Con cada prenda que se desvanecía, Ernesto admiraba la belleza de su esposa. Con movimientos pausados, desabrochó los botones de su blusa uno a uno, revelando gradualmente su escote y el suave contorno de sus pechos. Cada vez que sus dedos rozaban su piel, se generaba una corriente eléctrica que alimentaba el deseo compartido.


Ernesto, apreciando la belleza de cada centímetro de su cuerpo, se inclinó ligeramente para besar suavemente el hueco de su cuello, deslizando sus labios con ternura hacia su hombro. Sus manos continuaron su travesía hacia la cintura de Eliana, desabrochando el botón de su pantalón y deslizando la cremallera con destreza.


Con movimientos sutiles, Ernesto hizo descender los pantalones de Eliana, revelando sus piernas esculpidas y la exquisita curva de su vientre. Cada roce de sus manos era una caricia cargada de deseo, acariciando suavemente la piel sensible de su amada mientras la desvestía por completo.

Ernesto, con manos hábiles y llenas de anticipación, deslizó sus dedos por el contorno de la cintura de Eliana, desabrochando el botón de su pantalón y bajando lentamente la cremallera. Con delicadeza, hizo descender los pantalones hasta que reposaron suavemente en el suelo.


Con un movimiento lleno de intención, Ernesto colocó sus manos en los costados de la cintura de Eliana y deslizó suavemente su ropa interior hacia abajo. El suave roce de la tela contra su piel dejó una estela de excitación en su camino.


Ahora, Eliana estaba completamente desnuda frente a Ernesto, sus curvas maternales realzadas por el resplandor de la luz que filtraba por las cortinas. Su cuerpo, con cada detalle y cada centímetro de piel expuesta, era una obra maestra que invitaba a ser admirada y explorada.


Ernesto se tomó un momento para apreciar la visión de su amada esposa desnuda, su vientre redondeado mostrando el milagro de la vida que llevaba dentro. La adoración brillaba en sus ojos mientras dejaba que su mirada recorriera cada curva, cada pliegue de piel, llenándose de deseo y admiración.


La ropa interior de Eliana, abandonada en el suelo, era un testimonio fugaz de la sensualidad que los envolvía. Susurros de encaje y seda, una promesa de placer que ahora se fundía con la atmósfera cargada de deseo y pasión.

Ernesto, lleno de una excitación juguetona, extendió su mano hacia Martin y le entregó la ropa interior de Eliana. Sus ojos se encontraron, cómplices en su deseo compartido. Martin recibió la prenda con una sonrisa traviesa, comprendiendo el papel que se le asignaba en ese momento.


Con la ropa íntima de Eliana en sus manos, Martin sintió un cosquilleo de anticipación recorrer su cuerpo. Observó detenidamente cada detalle de la prenda, maravillándose con el encaje delicado y los sutiles bordados que adornaban la tela. Era un tesoro íntimo que había sido entregado a él, un testigo silencioso de la pasión que estaba por desatarse.


Martin, sin perder un segundo, se acercó a Eliana, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y respeto. Con movimientos suaves y reverentes, colocó la ropa interior sobre el regazo de Eliana, como si estuviera presentando un obsequio sagrado. Sabía que su participación en aquel momento era una invitación a explorar y elevar el placer compartido.


Ernesto, observando la escena con una mezcla de excitación y satisfacción, acarició suavemente el rostro de Eliana y susurró al oído de Martin: "Es momento de que nuestra bella Eliana sea adorada en todos los sentidos". Las palabras resonaron en el aire, cargadas de promesa y complicidad.


Los ojos de Eliana se iluminaron con una mezcla de nerviosismo y deseo mientras sentía las miradas de Ernesto y Martin posarse sobre ella. Era consciente de que aquel momento se convertiría en una experiencia intensa y liberadora, una exploración de su sensualidad en manos de aquellos que tanto la deseaban.


El contacto de la ropa íntima sobre su piel desnuda despertó sensaciones nuevas y excitantes en Eliana. La suavidad del encaje acariciaba su piel, recordándole el placer que vendría después. Cerró los ojos, permitiéndose entregarse por completo a las manos de Ernesto y Martin, quienes estaban dispuestos a adorarla con la devoción de verdaderos amantes.

Martin, sintiendo el poder y la responsabilidad de su rol en aquel encuentro íntimo, dirigió su mirada hacia Ernesto con una expresión de autoridad mezclada con deseo. Sin perder tiempo, tomó la iniciativa y pronunció sus órdenes con voz firme y seductora.


"Ernesto, quiero que te arrodilles frente a Eliana", dijo Martin, su tono de voz resonando con una mezcla de mando y complicidad. Ernesto, obedientemente, se posicionó frente a su esposa, hincándose ante ella, su mirada llena de adoración y entrega.


Martin continuó con su instrucción: "Ahora, acércate lentamente y comienza a besar sus piernas, desde los tobillos hasta los muslos. Quiero que la hagas sentir deseada y adorada". Las palabras de Martin llenaron la habitación con un aire de anticipación y excitación.


Ernesto, siguiendo las órdenes de Martin al pie de la letra, comenzó a besar suavemente la piel de Eliana, sus labios trazando un camino de fuego ascendente. Sus besos eran una promesa ardiente de placer y devoción, su lengua acariciando con delicadeza cada centímetro de sus piernas mientras ascendía lentamente hacia su zona más íntima.


Eliana, presa de la excitación y la expectativa, se mordió el labio inferior, sus ojos llenos de lujuria y anhelo. "Sí... sí, Ernesto", susurró, su voz cargada de pasión. "Sigue... no pares".


Martin, disfrutando del espectáculo visual que se desplegaba frente a él, se aproximó aún más, permitiéndose acariciar con su mano libre el cuerpo de Eliana. Sus dedos rozaron suavemente su cuello y descendieron por su espalda, creando una corriente eléctrica de placer en su camino.


"Ernesto", dijo Martin con voz autoritaria, "continúa explorando su cuerpo con tus labios, pero esta vez, hazlo más intensamente. Deja que sienta tu deseo y pasión en cada beso". La orden de Martin resonó en la habitación, infundiendo un nuevo nivel de ardor y entrega.


Ernesto obedeció sin vacilar, llevando sus besos más profundos y apasionados, dejando que su deseo se transmitiera a través de cada roce de sus labios. Eliana, abrumada por las sensaciones abrazadoras que la envolvían, gimió de placer, sus dedos aferrándose a las sábanas.


"Más... más fuerte", imploró Eliana, sus palabras saliendo entrecortadas. "Hazme sentir... todo el deseo que arde en ti". Su voz era un susurro desesperado, una petición de entrega total.

Martin se acercó a Eliana, sus labios rozando los suyos con pasión y lascivia. Sus manos recorrieron el cuerpo de Eliana con una mezcla de suavidad y firmeza, explorando cada curva, cada centímetro de su piel.


Eliana gemía y suspiraba, sintiendo el éxtasis y el deseo inundando cada parte de su ser. Las manos de Martin se deslizaron hacia su pecho, acariciando sus senos hinchados y sensibles con cuidado y devoción. Los dedos de Martin encontraron sus pezones, los acariciaron, los pellizcaron suavemente, provocando oleadas de placer en el cuerpo de Eliana.

Ernesto, con manos temblorosas pero llenas de deseo, comenzó a acariciar las piernas de Eliana, subiendo lentamente hacia su zona más íntima. Sus dedos encontraron la humedad que la embargaba y comenzaron a acariciar su clítoris con suavidad y precisión.


Eliana arqueó la espalda y soltó un gemido de placer, sintiendo cómo el deseo se intensificaba con cada movimiento de las manos de Ernesto y las atenciones de Martin. La sumisión y el poder se entrelazaban en una danza sensual que los envolvía a los tres.


"Más", susurró Eliana, su voz llena de anhelo. "No puedo resistirlo más. Quiero sentir su deseo en mi interior".


Martin tomó el control una vez más, dirigiendo la situación. "Ernesto, penetra a Eliana", ordenó con voz firme y autoritaria. "Hazla tuya y siente el placer que compartimos".


Ernesto obedeció sin dudar, guiando su miembro hacia el interior de Eliana, sintiendo la calidez y estrechez que lo envolvía.

Con voz ronca y cargada de deseo, Martin se acercó a Eliana y le susurró al oído: "Eliana, quiero que me des placer. Quiero sentir tu boca y tus manos explorándome, satisfaciendo mi deseo".


Eliana, llena de excitación y dispuesta a obedecer, giró su cuerpo hacia Martin, sus ojos brillando con lujuria. Sin decir una palabra, acarició suavemente el pecho de Martin, deslizando sus manos hacia abajo hasta llegar a su entrepierna.


Con una sonrisa seductora, Eliana tomó el miembro de Martin en su mano, acariciándolo con suavidad. Martin cerró los ojos y dejó escapar un gemido de placer, sintiendo cómo su cuerpo respondía a las atenciones expertas de Eliana.


Con movimientos lentos y precisos, Eliana comenzó a masturbar a Martin, aumentando gradualmente el ritmo y la intensidad. Su boca encontró su cuello, dejando una estela de besos húmedos y ardientes a medida que sus manos continuaban su danza sensual.


Ernesto, que había estado observando la escena con admiración y excitación, se unió nuevamente a la acción. Se acercó a Eliana por detrás y comenzó a acariciar su espalda y sus nalgas, aumentando el nivel de excitación y placer que ella experimentaba.


Eliana, completamente entregada al deseo y a las órdenes que recibía, continuó su tarea con dedicación. Su lengua jugueteó con el lóbulo de la oreja de Martin mientras su mano aceleraba el ritmo de sus caricias, llevándolo al borde del éxtasis.


Martin, sintiendo que el clímax se acercaba, agarró con fuerza los hombros de Eliana y la miró intensamente. "Ahora, Eliana", susurró entre jadeos. "Déjame sentir tu boca, déjame perderme en el abismo del placer".


Eliana obedeció sin vacilar y se inclinó hacia Martin, tomando su miembro en su boca y comenzando a darle un placer oral intenso y apasionado. Sus labios envolvieron su erección mientras su lengua exploraba cada centímetro con habilidad y deseo.


Los gemidos de Martin llenaron la habitación, mezclándose con los susurros de excitación de Eliana y los suspiros de placer de Ernesto. El trío se sumergió en un remolino de éxtasis y deseo, entregándose por completo al placer compartido.


El clímax finalmente llegó, envolviendo a Martin en una explosión de placer abrumador. Los espasmos de su cuerpo se fusionaron con las convulsiones de Eliana, que continuaba entregada a su tarea hasta el último momento.

El clímax finalmente alcanzó a Martin, y una oleada de placer abrumador recorrió su cuerpo. Sus músculos se tensaron, su respiración se volvió entrecortada y los espasmos del éxtasis se apoderaron de él. Cada sensación era intensificada por la entrega y dedicación de Eliana, quien continuó brindando placer hasta el último momento.


Eliana, sin apartar la mirada de Martin, percibió los signos del inminente clímax y redobló sus esfuerzos para llevarlo al clímax absoluto. Sus movimientos eran fluidos y apasionados, su boca y su mano trabajaban en armonía para proporcionarle el máximo placer.


Los gemidos de Martin llenaron la habitación, mezclándose con los sonidos de sus propios gemidos de éxtasis. Cada succión y caricia de Eliana se volvía más intensa, buscando llevarlo al límite de su placer.


El cuerpo de Martin se estremeció con fuerza, y una explosión de placer lo envolvió por completo. Los espasmos de su orgasmo se fusionaron con las convulsiones de Eliana, quien continuó lamiendo y masajeando su miembro con su boca y sus manos, prolongando su clímax hasta que él se hubo saciado completamente.



Eliana, sintiendo una mezcla de gratitud y conexión con Ernesto, se separó suavemente del abrazo con Martin y se acercó a su esposo. Con una sonrisa cálida y amorosa en sus labios, ella levantó las manos y acarició el rostro de Ernesto con ternura.


Ernesto, aún envuelto en la intensidad del momento anterior, encontró consuelo y afecto en el gesto de su amada esposa. Sus ojos se encontraron, y en ese instante supieron que habían compartido una experiencia que trascendía los límites de lo físico.


Eliana, con el sabor del semen de Martin en su boca, se inclinó hacia Ernesto y depositó un beso suave y dulce en sus labios, transmitiéndole su amor y gratitud. Fue un beso cargado de cariño y complicidad, una expresión de la conexión profunda que existía entre ellos.


Martin, observando este intercambio con una mezcla de respeto y admiración, sonrió y se unió al abrazo, completando la unión entre los tres. En ese momento, supieron que habían creado un vínculo único y especial, una experiencia compartida que había fortalecido su conexión y redefinido los límites de su intimidad.


El beso de Eliana a Ernesto simbolizaba el amor y la complicidad entre ellos, recordándoles que su relación era sólida y basada en el respeto y la confianza mutua. Ese gesto fortaleció aún más los lazos que los unían, permitiéndoles disfrutar de la plenitud de su experiencia y continuar explorando su sexualidad juntos.


El trío se quedó allí, abrazado y en silencio, sintiendo la calidez y la paz que los envolvía. Sabían que habían compartido algo especial, algo que nunca olvidarían. Y juntos, estaban listos para embarcarse en un nuevo capítulo de su relación, lleno de complicidad, aventura y amor.







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