El Placer del Cornudo
Pedro es un hombre apasionado y dedicado, enamorado de su esposa, Ana. Ana es una mujer de curvas generosas y atractivas, con un cuerpo que pedía ser explorado y adorado. Su cabello largo y oscuro cae en ondas seductoras sobre sus hombros, enmarcando su rostro angelical. Sus ojos, de un tono avellana, reflejan una mezcla de inocencia y deseo.
Ana tiene un busto generoso y firme, con pezones rosados que se ponen erectos ante la menor brisa. Su cintura, estrecha y definida, conducía a un abdomen plano y sensual. Sus caderas, amplias y redondeadas, dan forma a unas piernas largas y tonificadas. Su piel, suave como la seda, invita a ser recorrida con los labios y las manos.
Un día, Ana compartió con Pedro su deseo de experimentar con otro hombre. Pedro, aunque inicialmente se sintió celoso y desconcertado, decidió apoyarla y explorar una nueva faceta de su vida sexual. Ana encontró a un amante, un hombre joven y viril llamado Juan. Pedro aceptó la situación y acordó que Juan visitaría a Ana en su casa mientras él estaba en el trabajo.
Mientras Pedro esperaba en un bar cerca de su apartamento, imaginaba a Ana en los brazos de Juan. Visualizaba a Ana de rodillas, con su cuerpo desnudo expuesto a la vista de Juan. Imagina a Juan deslizando sus manos por las curvas de Ana, acariciando su cabello y sus senos con deseo.
En el interior del apartamento, Ana y Juan se entregaban a una pasión ardiente. Juan era un amante experimentado y apasionado, y Ana se dejaba llevar por su deseo. Pedro imaginaba a Ana en diferentes poses, sintiendo la firmeza de Juan en su interior.
Finalmente, Ana y Juan se entregaron a un apasionado encuentro sexual. Juan comenzó a penetrar a Ana por el ano, con una diligencia y una suavidad que la hizo sentir placer. Ana se dejó llevar por la fuerza de Juan, sintiendo como su pene le iba rompiendo el ano. Pedro, aunque físicamente ausente, sentía la excitación en su cuerpo al imaginar a su esposa siendo poseída de esa manera tan intensa.
Ana gimió con placer, sintiendo la dilatación de su ano con cada embestida de Juan. Pedro imaginaba a Juan tomando el control, penetrando a Ana con fuerza y dominación. La mujer se dejaba llevar por la pasión, sintiendo el poder de Juan en su cuerpo.
Finalmente, Juan no pudo más y eyaculó dentro de Ana, llenándola de su esencia masculina. Ana, satisfecha y exhausta, se recostó en la cama, sintiendo la calidez del semen en su interior.
En ese momento, Pedro recibió un mensaje de Ana. Ella le pedía que volviera a casa, que tenía algo especial preparado para él. Pedro, con una sonrisa pícara, pagó la cuenta y se dirigió hacia su apartamento.
Al llegar, Pedro encontró a Ana desnuda y radiante en la cama. Su cuerpo aún llevaba la huella de Juan, su ano ligeramente dilatado y su intimidad húmeda. Ana lo recibió con una sonrisa seductora, sabiendo lo que su marido deseaba.
Pedro se acercó a Ana, con una mirada intensa en sus ojos. Comenzaba a lamer su clítoris con suavidad, saboreando su intimidad con delicadeza. Ana gemía suavemente, sintiendo la lengua de Pedro en su clítoris.
Pedro lamía con avidez, saboreando cada centímetro de la intimidad de Ana. La mujer se movía con suavidad, gozando de la sensación de la lengua de Pedro en su clítoris. Él la miraba con una sonrisa pícara, sintiendo el poder de su habilidad.
Finalmente, Ana no pudo más y comenzó a eyacular, llenando la boca de Pedro con su placer. El hombre tragaba con gusto, sintiendo el sabor salado de su semen. Ana se relajaba, sintiendo la satisfacción de haber complacido a Pedro.
Pero Pedro no estaba satisfecho, él quería más. Quería explorar cada centímetro del cuerpo de su esposa, especialmente su ano, que había sido tan intensamente estimulado por Juan.
Pedro se acercó a Ana y began a lamer su ano con suavidad, saboreando su intimidad con delicadeza. Ana gemía suavemente, sintiendo la lengua de Pedro en su ano.
Pedro lamía con avidez, saboreando cada centímetro de su ano. La mujer se movía con suavidad, gozando de la sensación de la lengua de Pedro en su intimidad. Él la miraba con una sonrisa pícara, sintiendo el poder de su habilidad.
Finalmente, Pedro introdujo un dedo en el ano de Ana, dilatándolo con suavidad. La mujer gemía con más intensidad, sintiendo la invasión en su intimidad. Pedro continuaba con sus lametones, haciendo que Ana se contorsionara de placer.
Ana no pudo más y comenzó a eyacular, llenando el ano de Pedro con su placer. El hombre se relajaba, sintiendo la satisfacción de haber complacido a su esposa.
Y así, Pedro y Ana continuaron su aventura, explorando los límites de su relación y descubriendo nuevas formas de placer. Pedro había aceptado el deseo de su esposa, y ahora disfruta de una vida sexual intensa y excitante, donde la pasión y la entrega son los protagonistas.
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