Viaje de egresadas

 


La mayoría de las chicas del Instituto venían de familias de plata. Por eso no tuvieron inconvenientes para pagarles el viaje de egresadas, ni los correspondientes profesores particulares para que alcanzaran realmente esa condición. Sin embargo, las familias de Lau, Pau, Caro y Romi no se encontraban en la misma situación. En la cafetería del colegio, las cuatro alumnas intentaban sobrellevar sus amarguras:

—Che, ¿los viejos de ustedes saben las notas que se sacaron?— Dijo Laura.
—¿Estas loca? Si les digo me matan.— Contestó Romi.
—Yo no sé que hacer, mi viejo nunca las supo pero a mi vieja ¿qué le digo?
—No le digas nada, Pau. Decile que perdiste el boletín.
—No, se va a dar cuenta. ¿Qué te crees?
—¿Y vos, Caro que nota te sacaste?
—Un dos, igual que ustedes.
—Chicas, no puede ser este bajón. Tengo una idea.— sentenció Laura —vayámonos de viaje de egresadas.

Las chicas al principio no aceptaron la propuesta pero al salir del café la huida ya estaba planificada. El día elegido Laura iría al colegio con el coche del hermano, lo estacionaría a la vuelta de la escuela y así lo hizo. A la salida las amigas se encontraron ahí y zarparon con destino incierto. Cuando oscureció ya hacía varias horas que estaban viajando y sus estómagos empezaron a quejarse, entonces pararon en un Mac. Donal’s. Estaban sentadas charlando cuando de pronto se quedaron heladas. Una imagen de las cuatro en el televisor denunciaba acerca de unas estudiantes desaparecidas buscadas por sus padres. Tomaron sus bolsos y tratando de pasar lo más desapercibidas posible abandonaron el lugar. Todas llevaban aún sus uniformes y eso las delataba pero, con el apuro, no se habían podido cambiar. Laura maniobraba tratando de encontrar un baño donde hacerlo, pero sin éxito.

—¡Hay!, chicas— balbució Carolina —m’estoy haciendo pis— Las vejigas de sus compañeras también estaban llegando a su limite.
—En serio, no aguanto mas— insistió.
—Ya va, espera un poquito.
—¡Hay, hay! por favor.
—¡Ya vamos, espera!
—No puedo más, me hago— En ese momento una estación de servicio apareció y las amigas se sintieron salvadas. Con el coche todavía en marcha, Carolina salió corriendo al baño. Romina la siguió. Paula y Laura no, puesto que esta última debía apagar el auto y cerrarlo.

—¡Dale Lau! apurate— le decía mientras retorcía hasta el último músculo de su cuerpo tratando de evitar un accidente. Instantes después corrían tras sus compañeras. Cuando llegaron encontraron con horror que todos los gabinetes estaban ocupados.
—¿¡Caro, estas ahí?!
—Si, ya va.
—¡Dale, che!
—Para, ya va— De pronto uno de los gabinetes se desocupó y Paula entró desesperada. Cerró la puerta, se bajó la bombacha y se arrojó en el inodoro justo antes de que una violenta descarga de orina se le escapara del cuerpo. Lentamente sintió que volvía en sí mientras escuchaba aliviada un fluir continuo e inagotable. Ya recuperada, se acomodó la prenda rosada y salió del compartimento. El resto de las integrantes del grupo estaban desnudando sus jóvenes y hermosas figuras, cubiertas por ínfimas bombachas, para vestirse con ropas más acordes al momento, entonces ella comenzó a hacer lo mismo. Con la premura, Laura se había olvidado de traer su bolso, por eso decidió dejar para otro momento su cambio de ropa.

Al rato se habían subido al vehículo de nuevo y emprendido el viaje. Romina había tomado el volante y cuando la luna le mostró la ruta sintió mucho sueño. Paró la marcha y adoptó el camino empezado por las otras pasajeras que roncaban hacía largo rato.

El sol entró por la ventana iluminando los muslos dormidos de Laura. Trató de mejorar inútilmente su posición pero el coche era demasiado chico. Los rayos descubrieron el pedacito de género celeste que apenas cubría sus apetecibles glúteos. Afuera, el roció humedecía la inmensidad del campo y el cantar de los pájaros despertó a Carolina. Despacio trató de incorporarse mientras trataba de entender como se encontraba en ese lugar. Antes de lograrlo, notó que sus necesidades fisiológicas la reclamaban nuevamente. Estiró el brazo, que la obedecía a duras penas, y tratando de no molestar abrió la puerta y salió. Se detuvo un instante pero no pudo evitar distraerse.
Dió unos pasos y empezó a desabrocharse el cinturón con el que trataba de disimular los kilitos de más de su panza. Luego de una ardua lucha consiguió vencerlo. Se empezó a desabotonar y sin haber terminado se bajó los vaqueros y la bombacha amarilla, se agachó y lentamente pero sin pausa regó la tierra por abajo suyo. Desde un bosquesito vecino, una mirada furtiva observaba detenidamente la acción. La chica, una vez que hubo terminado, se dio cuenta de que no había agarrado papel higiénico. Refunfuño un poco y se dirigió al coche con la ropa interior a la altura de las rodillas. Abrió la puerta del auto e intentó sacar su mochila para conseguir lo que buscaba. Al hacerlo despertó a sus compañeras. Una vez levantadas, Laura se percató de que aún conservaba el uniforme. Miró para todos lados y creyó no ver a nadie. Sacó de su bolso la ropa y se quitó la pollera. Sus muslos estaban con piel de gallina a causa del frío de la mañana y rápidamente los enfundó en sus pantalones. Con el último botón fue sorprendida por una voz que dijo:

—Hola, chicas.
Las aludidas se sobresaltaron. Un robusto muchacho apareció detrás de ellas.
—¿De donde saliste!— Le inquirio Laura.
—Disculpen, no las quise asustar. Me llamo Fausto y estoy viajando a dedo al Bolsón. Me quedé sin puchos y pense que…
—No nos asustaste, vení tomá.— Laura metió la mano en el bolso y saco un atado de cigarrillos. Sacó uno para ella y ofreció otro a Fausto. Luego de la aceptación por parte de él lo hizo con sus compañeras.
—Che, ¿así que vas para el sur?— curioseó Caro mientras le ofrecía fuego.
—Si, ya lo conozco y me encanta. ¿Ustedes estuvieron?
—No, es la primera vez— Laura envió una mirada de alarma a Caro pero no la percibió.
—Ah, les va a encantar, van a ver.

Los cigarrillos se fueron consumiendo y las chicas no habían desayunado, entonces emprendieron la marcha guiadas por Fausto que conocía un lugar en la ruta para tomar algo. Finalmente llegaron y se sentaron los cinco delante del televisor. Mientras tomaban el café con leche Laura observaba la pantalla cuidadosamente.
Caro continuaba sus averiguaciones sobre el varón del grupo.
—¿Y donde vivís?
—Viajo mucho sabes, no me detengo nunca, eso no es para mí.
—¿Y no trabajas?
—Si, hago un poco de todo, estoy escribiendo unos artículos para una revista de turismo.
—¡Vamos!— ordenó Laura al ver en la pantalla que su búsqueda se intensificaba.

Romi tomó nuevamente el volante, Lau se ubicó a su lado y atrás entraron Caro, Fausto y Pau. Con el correr del tiempo el viaje se torno aburrido y las chicas se empezaron a adormecer. Caro acomodo la cabeza en el hombro de su compañero, que también dormía. Luego le pasó un brazo por la espalda y el muchacho pasó el suyo por la cirtura de la chica. La escena era vigilada por Laura a través del espejo pero pronto fue vencida también por el sueño. Al poco tiempo Caro y el pasajero se habían enredado entre besos, caricias y atrevimiento. Por la noche, Fausto en agradecimiento, pagó la pizza y las cervezas. Pero pronto se quebró la armonía debido a que Lau empezó a objetar la cantidad de cerveza bebida por Caro.

—No seas hincha Lau, no tomé tanto.
—Boludaa, cortala, tomaste un montón.
—En serio, che, dejala ¿que tiene un par de birritas?— Intercedió Fausto.
—No, ¿sabes que pasa?, con lo pillona que es, ya veo que a la noche vamos a tener que parar en el medio del campo porque se mea_
Pero el alcohol les comenzó a hacer efecto a todos, que quedaron profundamente dormidos en el coche, entre las cajas de la pizza.
—Lau ¿a donde vas?— pregunto Romi en mitad de la noche.
—Tengo unas ganas de mear que m’estoy muriendo.
—Hay, yo también, te acompaño.— Las dos salieron sigilosamente del auto y caminaron unos metros en la noche. La primera en bajarse los pantalones fue Laura.

Mientras sentía como su vejiga volvía a su tamaño normal miraba como la luna hacía resplandecer la bombacha blanca de Romina que recuperaba su sonrisa lentamente.
—Nunca más vuelvo a tomar cerveza— Las dos amigas se miraron y rieron juntas sabiendo que ninguna de las dos podría cumplir esa promesa pero sintiéndose profundamente aliviadas. Se acomodaron la ropa y regresaron. Entraron en el auto y se volvieron a dormir. De todas maneras la noche se vio interrumpida otra vez. Paula se vio obligada a desenredarse de su compañero para despojarse del liquido que había bebido. Fausto se despertó y decidió acompañarla.

Hicieron unos pasos fuera del coche abrazados y besándose apasionadamente. Él condujo a su amada hasta un árbol y la colocó de espaldas al tronco. Ella cruzaba las piernas con fuerza. Fausto mientras la seguía besando le desabrochó el cinturón, luego los botones del jeen. La adolescente, entonces descruzó las piernas con la respiración contenida y él le bajó los pantalones y la ropa intima. Aferrándola con fuerza la sostuvo mientras ella agachada fluía interminablemente. Una vez que el fluir se hubo detenido, Fausto desabrochó su propio cinto, luego el cierre relámpago. De inmediato sintió la mano de la muchacha que se internaba buscando su sexo. Para evitar excesiva humedad alzó a su pareja y la llevó al otro lado del árbol, la acostó sobre la tierra y la lanzó profundamente. Jadearon al mismo ritmo y esta vez fue él quien fluyó incontenible.

Ghito

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