Señorita Stratton

 

Daniela era recepcionista en un hotel, el cual se decia habia sido comprado por un importante empresario hotelero, y temía que su puesto corriera peligro con esta nueva administración. También se decia que el nuevo dueño tenia por costumbre, cada vez que adquiría un nuevo hotel, alojarse allí de incógnito para ver como trabajaban los empleados, antes de hacerse cargo de la administración del hotel.

Daniela estaba decidida a descubrir cuál de sus huéspedes era el misterioso nuevo dueño. Su lista de sospechosos estaba encabezada por Jamie Rivera, un tenista famoso.

En poco tiempo se le dio la oportunidad que buscaba para encontrar las pruebas que necesitaba. El Sr. Rivera solicitaba que le llevaran la comida a su habitación, y allí fue Dani con el carrito a ver si averiguaba algo.

La puerta se abrió pocos segundos después, y Dani se quedo de piedra. De pie en el quicio estaba el famoso tenista, casi desnudo. Solo lo cubría una pequeña toalla con las iniciales del hotel.

– ¡Esto si que es un servicio rápido! Pense que tendría tiempo de darme una ducha y vestirme antes de que llegara.

Dani, recelosa, se pregunto si aquello era una especie de desafío.

– ¿Quiere que me quede y le sirva la comida, señor ? –le pregunto, sintiéndose menos segura.

– Eh, ¿por qué tan formal ? –bromeó Jamie.

Comenzó a acercarse, pero se detuvo de repente: se le habia resbalado la pequeña toalla. Atleta o no, sus reflejos no eran demasiado rápidos, y el improvisado taparrabos cayó.. Jamie alcanzó a cogerla y se cubrió los genitales, pero su bien formado y bronceado trasero quedó totalmente al descubierto.

– ¡Vaya!– protestó Jamie con aire travieso, pero Dani observó que no hacía nada para cubrirse–. Será mejor que me vista. ¿Por qué no prepara entretanto los cocteles? –Tras decir esto, se marchó sin ninguna prisa, las firmes nalgas al descubierto.

«Todos los hombres son iguales», penso Dani apretando los dientes. «Cree que todo lo que tiene que hacer para que yo caiga rendida a sus pies, es mostrarme su bonito culo»

El problema era que la visión del espléndido y viril trasero de Jamie la habia afectado. Eso, y la manera como se le marcaban los músculos cuando caminaba.

Era una comida sencilla y muy saludable, y solo le llevo un instante servirla. Cuando todo estuvo listo Dani decidió que era hora de investigar un poco.

Dani buscaba en silencio, pero cuando cogió el ultimo dossier la sobresalto un ruido en el baño e hizo un movimiento torpe, y el maletín cayó hacia un lado. Lo cogió a tiempo y descubrió la causa de la inestabilidad. El maletín estaba encima de una gran pila de revistas de cubiertas brillantes y resbaladizas. Las revistas no eran tan manejables como el maletín, y toda la pila se derrumbó sobre la alfombra. Dani contempló atónita sus portadas y se apresuró a recogerlas, pero volvió a dejarlas caer cuando una fuerte mano se apresuró a ayudarla.

– ¿Tiene problemas? –preguntó Jamie, y su voz sonó amenazadora.

Dani reaccionó de inmediato. Había detectado en el tono de Jamie más miedo que ira, y cuando miró más detenidamente las revistas, advirtió el motivo de ese temor. Jamie Rivera tenía tanto o más que ocultar que ella, y esto le sirvió a Dani para recuperar la compostura.

Jamie respiró hondo y luego sonrió resignado.

– Muy bien, de modo que ha descubierto mis revistas –dijo encogiéndose de hombros–. De acuerdo, me confieso culpable. Soy igual que el noventa y nueve como noventa y nueve por ciento de los hombres de este planeta: un poco pervertido.

– Todo el mundo tiene algo que esconder –murmuró, preguntándose si podría sacarle algún provecho a lo que acababa de descubrir.
El chantaje era algo reprochable, pero si Jamie era el dueño del hotel, necesitaba todas las ventajas que pudiera conseguir.

– Si quiera aprovecharse de esto, Dani, podría venderlo a un periódico –le dijo, sosteniendo su mirada–. Yo soy noticia para cierta prensa. Algunos de esos periodicuchos sensacionalistas pagarían una fortuna por una cosa así –continuó, y señalo las revistas.

Sonreía, pero en sus ojos azules había una mirada sombría.

Dani no dijo nada por unos instantes, disfrutando de la tensión de Jamie. El trataba de aparentar calma, pero estaba claro que se sentía inquieto. En el mundo de los deportes había escándalos todas las semanas, pero Jamie Rivera había salido relativamente indemne… hasta ahora.

– No –dijo por fin Dani–. No pienso hacer nada por el estilo, pero usted puede hacer algo por mí.

La expresión de inquietud volvió a la cara de él, tan repentina y dramática que Dani sintió una puntada de excitación. La sensación de tener a un hombre tan carismático a su merced era embriagadora, y corrió por su bajo vientre como una ola de calor.

– ¿Qué es? –preguntó el.

– Que responda a una pregunta –contestó Dani con serenidad.

– ¿Qué pregunta?

Dani volvió a hacer una pausa, esta vez para calibrar si Jamie realmente conocía lo que ella iba a preguntarle. El atractivo rostro de tenista mostraba una expresión de desconcierto. ¿Realmente no sabía nada, o era un consumado actor?

– ¿Es usted el nuevo propietario de este hotel? –preguntó por fin la joven, y cruzó los dedos.

Jamie frunció el ceño y luego sonrío. Su sorpresa no era fingida.

– No, claro que no –respondió, y se mesó el pelo, aún parecía desconcertado–. Pero ojalá lo fuera –añadió, y en sus ojos azules volvió a aparecer una mirada traviesa.

Una extraña mezcla de emociones embargó a Dani mientras Jamie recuperaba su aplomo. Se había equivocado. Había hecho las cosas muy mal. Ese hombre podía hacer que la despidieran, pero en lugar de sentirse asustada Dani experimentó regocijo. Y también una excitación muy sensual.

– En realidad, usted no necesita ser el dueño del hotel para hacer que me despidan –observó Dani tras un largo sorbo de coctel.

– ¿Y por qué iba yo a querer algo así? –dijo el con una mezcla de burla e inocencia.

– Yo… –Reconocer su juego hubiera sido admitir su culpabilidad. Dani sintió que se ruborizaba y que el corazón le latía deprisa. Se habia pasado de lista y ahora tendría que afrontar las consecuencias. Aquel hombre era un estratega consumado, ¿como demonios iba ella a superarlo?

– Dani, yo soy el culpable de todo –dijo Jamie inesperadamente–. Yo la invité a mi habitación, la hice beber… usted no está en falta. –La miró a los ojos–. Yo soy el que merece ser castigado.

Dani se sintió confusa por un instante, como si estuviera interpretando un papel sin conocer su parte. Jamie le estaba dando pie para que continuara, pero ella no sabía que decir.

En ese momento, como por ensalmo, la pila de revistas comenzó a deslizarse al suelo. Dani las miró, y cuando una de ellas se abrió por la página central, toda su confusión se desvaneció como la niebla bajo el sol.

Bueno, casi toda… aún había algo que no cuadraba del todo.

Dani se levantó y cogió una revista. Estudió su esotérico contenido por un instante y luego sonrío. Ella nunca había hecho lo que mostraban en la foto, pero lo había simulado cuando posaba como modelo.

Dani volvió junto a Jamie y desplegó la revista sobre las rodillas de ambos.

– Esto es lo que le gusta a usted, ¿verdad? –preguntó.

– Me temo que sí –respondió el con tristeza, mirando las grandes y coloridas fotografías.

Unos años antes, cuando estaba en el peldaño más bajo de su carrera de modelo, Dani había posado para revistas especializadas en “disciplina”. Había aparecido en diversas posturas, más o menos ridículas, y en todas las ocasiones interpretaba un papel similar: una secretaria desobediente, o una estudiante rebelde, o una camarera traviesa. La ropa que vestía variaba según la ocasión, pero la fotografía final siempre era la misma: ella, de espaldas y con el culo desnudo, inclinada sobre sillas, mesas y escritorios. O sobre las rodillas de hombres o de mujeres. En realidad nunca la habían zurrado, pero más de una vez, cuando vió el producto final, había deseado que lo hubieran hecho. Cuando la fotografiaban no sentía nada, pero las imágenes –entonces y ahora– eran definitivamente excitantes.

Las fotografías de las revistas de Jamie eran muy buenas. El fetichismo estaba de moda, y no ahorraban dinero para rodearlo de un halo de glamour, pero el tema era el mismo que en las revistas cutres de su pasado: culos y muslos desnudos azotados por manos, cinturones, fustas…

Y si este era el pecadillo de Jamie, Dani veía una manera de salir bien parada de la situación. Podía abandonar la habitación sin que nada amenazara su trabajo… aunque su cuerpo tuviera que sufrir algo a cambio.

– ¿Y alguna vez lo ha hecho de verdad? –se atrevió a preguntar, volviendo la pagina y cruzando mentalmente los dedos.

Este era un momento muy delicado, ofrecerse demasiado abiertamente sería peor que no ofrecerse.

– No, no lo he hecho –respondió Jamie con voz baja y tensa, como si el también caminara por la cuerda floja–. Muchas veces he tenido ganas… pero es el mismo problema de siempre. Soy un personaje público, y la prensa podría destruirme.

– ¿Y si alguien lo ayudara? –insinúo Dani, deslizando la punta de un dedo por las desnudas nalgas de una modelo que estaba echada de bruces sobre las rodillas de otra mujer, y con las bragas de seda bajadas hasta los tobillos–. Una persona que no se lo contara a nadie –dijo, y alzo la cara y miró a Jamie a los ojos.

– Seríia algo muy tentador –dijo el, y miró otra vez la fotografía–. Creo que diría que si… Pero antes tendría que aclarar algo con esa persona, algo que a ella quizá no le gustara… –Se removió incomodo en el sofá.

Dani movió apenas la revista e inspeccionó los pantalones cortos de Jamie. El tenista tenía una erección, y Dani, de repente, como si hubiera tenido una iluminación, comprendió lo que el quería decir.

– Vaya, vaya, eres un chico muy desobediente –dijo. Hizo una pausa, deslizo sus dedos sobre la revista y luego siguió por la bronceada pierna que la sostenía–. ¿Y sabes una cosa? Creo que te mereces un castigo.

La pierna se estremeció bajo sus dedos, Dani intuyó que aquel hombre se sentía dichoso. ¿Que se sentirá cuando uno sabe que esta por cumplirse su fantasía más querida y mas secreta?, se preguntó la joven. De solo pensarlo se le humedeció el sexo, y eso que no se trataba de su fantasía. ¿En que estado se encontraría Jamie?

Lo único que la inquietaba ahora era que su actitud no lo satisfaciera. Dani nunca habia azotado a nadie, tampoco la habia zurrado a ella. ¿Sabría ser severa? ¿Podría ser dominante? ¿Sus golpes serían lo bastante fuertes? Solo había una manera de descubirlo.

– Jamie ¿Quiéres ponerte de pie? –dijo con todo de maestra de escuela.

El niño mimado de las pistas de tenis se puso de pie con los ojos bajos, y un aire dócil y respetuoso.

– James –continuó Dani, y descubrió que la formalidad hacia las cosas mas fáciles–, veo que has estado leyendo unas revistas muy desagradables. Ese tipo de literatura no es nada conveniente para un jovencito bien educado. Lo que has hecho no tiene perdón. ¿Tienes algo que alegar en tu defensa?
Jamie pestañó y se mordió el labio inferior.

– ¡Responde, muchacho! –siseó Dani, y se puso de pie y comenzó a pasearse por la habitación–. Háblame de esa repugnante costumbre que tienes, James. Dime cuando lees esas revistas sucias… y cuéntame lo que haces después.

Jamie estaba extasiado. Tenia la cara encendida, los ojos cerrados, y jadeaba. Y su polla parecía a punto de reventar las costuras de los pantalones cortos.

– Me repugnas, Rivera –le espetó Dani como una consumada actriz– Eres un gusano desobediente y repulsivo –continuó, entusiasmada– Rozó la erección de Jamie con el dorso de la mano y fue recompensada con un gemido y un gesto de él adelantando la pelvis–. ¿Acaso no has aprendido a dominarte?

Jamie no contestó, Dani prosiguió con todo imperioso.

– ¿No piensas responder? –le preguntó con voz severa, los ojos fijos en el sonrojado y cabizbajo Jamie.

– Si… yo…

– Si, señorita Stratton. Y cuando yo te hablo, mírame a la cara.

– Si, señorita Stratton –respondió el con voz apenas audible.

– ¿Si, qué? Aun no he oído tu confesión.

– Leo con frecuencia esas revistas, señorita Stratton –susurró Rivera, con los brazos caídos y los puños apretados–. Las leo y después me acaricio.

– ¿Y qué parte de tu cuerpo acaricias?

– La polla.

– ¡La polla! ¡Por favor, Rivera, que palabras usas delante de una señora! Creo que también tendré que castigarte por eso.

– Lo… lo siento, señorita Stratton –balbuceó el tenista.

– Quiero todos los detalles.

– Me llevo las revista a la cama. Y cuando las he mirado un rato, me abro la cremallera, saco el pene y lo acaricio hasta que…

– ¡Repugnante! –mintió–. Realmente horrible. No estoy dispuesta a tolerar hábitos tan malsanos.

Ahora había una mancha oscura en la entrepierna de los pantalones cortos de Jamie, allí donde su pene lloraba espesas lagrimas de alegría. Dani decidió que ya era hora de que ella lo viera desnudo.

– Bájate los pantalones, James. –Su voz sonó baja y serena. –Vamos, deprisa, no tenemos todo el día –dijo con severidad al ver que Jamie no se movía.
El tenista, después de respirar hondo dos o tres veces, se llevo las manos temblorosas al elástico de los pantalones. Respiro una vez mas y se los bajo lentamente. Jamie Rivera sofocó un gemido cuando su verga se irguió libre, sin la restricción de la ropa.

– Ya esta bien –ordenó Dani cuando el pantalón bajó hasta las rodillas. Jamie, con expresión de desesperación, tuvo que abrir las piernas para que no siguieran resbalando.

– Será mejor que te pongas boca abajo sobre mis rodillas –dijo Dani en tono frío y displicente y haciendo que su lenguaje corporal fuera igualmente frío.
Jamie ocupó su lugar con bastante dignidad. El tenista tenía nalgas bronceadas y muy firmes, y Dani percibía su sexo duro como un bastón contra sus muslos, pero aun así, Jamie permaneció inmóvil. Ni siquiera se movió cuando ella tocó con la punta de los dedos los globos de las nalgas, para comprobar la firmeza de sus masculinas carnes.

La grupa de Jamie era realmente hermosa, dorada por el sol, perfectamente formada, y tan dura y brillante como madera de roble. La joven respiró hondo mientras exploraba las formas perfectas de Jamie, aspirando el perfume cítrico de su colonia, mezclado con el olor del miedo y la excitación sexual.
«Ahora o nunca», penso Dani mientras levantaba la mano y la descargaba con fuerza sobre la estremecida nalga izquierda.

El ruido de azote fue sorprendente, más fuerte de lo que ella esperaba. Dani se preguntó si lo había golpeado con demasiada fuerza. Claro que él no había gritado, ni protestado. ¿O acaso el golpe había sido muy débil?

Golpeó la otra nalga para poder comparar, y vió como adquiría un intenso tono rosado.

Su víctima seguía sin emitir sonido, y tampoco se retorcía o intentaba liberarse. El único indicio de lo que sentía era su respiración jadeante.

Dani le dio otros dos azotes. Hubiera querido saber como se hacían esas cosas, Jamie le caía bien, y deseaba gustarle y darle aquello que anhelaba y necesitaba con tanta urgencia.

«¿Cuantos golpes tendré que darle? ¿Donde esta el limite entre el placer y la crueldad?», se preguntaba Dani, mientras le daba uno, dos, tres golpes mas, sin estar segura de si lo hacía con la fuerza apropiada. Calculó mal el azote siguiente y golpeó la parte inferior de la nalga, casi en el borde con la pierna.

El golpe seguramente ganó impacto a causa del ángulo, porque Jamie gimió en voz alta, y se retorció en las rodillas de Dani por primera vez.

– ¿Demasiado fuerte? –preguntó ella.

– ¡No, en absoluto! –jadeó Jamie, restregando el pene contra la pierna de Dani–. ¡Sigue, por favor, sigue!

«¿De modo que un poco mas de crueldad es mejor?» penso Dani, y le asestó otro par de golpes. La zona enrojecida era ahora más extensa, y Dani supuso que sería más doloroso si golpeaba donde había golpeado antes, y en consecuencia le proporcionaría a Jamie más placer.
Pero todavía no se sentía muy cómoda en su papel de castigadora, y le costaba zurrarlo con ganas. «Y si imaginaba que estaba golpeando a otra persona» Quizás entonces le fueramás fácil ser verdaderamente severa. Y se puso a pensar en el resto del personal del hotel…

¡Plaf! De repente, el hombre que estaba sobre sus rodillas ya no era Jamie sino Mich, con su vigoroso cuerpo tenso y estremecido.

“¡Cerdo!” –pensó Dani y le sacudió sin contemplaciones–. ¡Hijo de perra! ¡Te has burlado de mí, me has metido mano… y siempre con tus sonrisitas, y haciéndote el chico listo… y también te azotare por guapo!” ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf!

Jamie comenzó a lloriquear, dolorido, y su identidad volvió a cambiar. Esta vez era Lois quien recibía su merecido de manos de Dani…
“¡Zorra! ¡Toma esta! –pensaba Dani, y lo zumbaba con verdadera furia–. Eres una engreída… me tratas como a una criada… eres deshonesta y sarcástica y despectiva…”, y la mano de Dani asestaba otra tanda de golpes.

Después Lois se convirtió en Richard, débil y despreciable. Y luego en Cass, perversa y deliciosamente tentadora, con un trasero que parecía hecho para recibir los besos del dolor.

Más tarde le toco el turno a Pandora Barrie, por remilgada y coqueta, se merecía una buena tunda.

Tras esta última lluvia de golpes, Dani se dio cuenta de que lo había hecho muy bien. Jamie gimoteaba sin cesar se restregaba contra su rodilla. Las piernas del tenista se sacudían espasmódicamente con cada golpe, y el movimiento subía la falda de Dani. Ella sentía ahora el pene de él contra sus piernas, y el fino nylon de sus medias estaba mojado.

– Eres un jovencito indecente –lo reprendió con dureza–. ¡Me estas ensuciando! –Y alzando el brazo lo golpeó con tanta fuerza que le dolió la mano.
Jamie levantó la cabeza y gritó. Sujetándose en Dani y el sofá, se irguió y luego volvió agacharse, restregando la pelvis contra el muslo de Dani y acariciándola frenéticamente con la polla. Dani sentía la humedad, los estremecimientos del pene y la aspereza del vello púbico contra su piel, y cuando aquella gruesa polla le lleno la pierna de semen, Jamie dejó escapar un prolongado gemido de pasión y de alivio.

– ¡Dani! ¡Dani! –sollozó mientras se corría y ella seguía golpeándolo. Las palmadas guardaban perfecta sincronía con los chorros de esperma, y cuanto más lo golpeaba más parecía gozar Jamie.

Cuando por fin ella apoyó su enrojecida mano en la piel morada y ardiente del trasero de Jamie, este siguió gimiendo dulcemente, como si canturreara. ¿Era un llanto de dolor o de regocijo? Dani lo ignoraba, solo sabía que también ella necesitaba desesperadamente satisfacción.

Apartó amablemente a Jamie de sus rodillas, lo sostuvo cuando este se deslizó al suelo y lo besó cuando él, dolorido, se quejó. Cuando se separaron sus bocas, el la miró con ojos llenos de gratitud… y una inmensa, casi abyecta necesidad de gustar.

Solo hizo falta una sutil insinuación, y él comprendió de inmediato lo que ella quería. Y cuando Dani se echó en el sofá, con la falda recogida y las piernas abiertas, sintió que el tibio aliento de Jamie acariciaba su sexo ardiente.

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