La maestra dormida (Capítulo 2)
El protagonista secuestra a una mujer durmiéndola con cloroformo. Mientras ella duerme, él se aprovecha para abusar sexualmente de ella.
Me pasé lo que quedaba de la tarde refaccionando el jardín, por lo que al caer el sol estaba completamente sucio de tierra y sudor. Fui derecho a la cocina a comer algo, y mientras disfrutaba de mi cena escuché unos ruidos en la pieza. Me levante y me dirigí a donde había dejado a mi bella durmiente, que ahora ya estaba despierta y forcejeando con sus ataduras. La pobre, desnuda, boca arriba sobre la cama, intentaba librarse de las sogas que la sujetaban de pies y manos a las cuatro esquinas de la cama. Cuando me acerqué a ella se quedó inmóvil, sin duda desconcertada al escuchar mis pasos, puesto que no podía verme por la venda que tenía puesta en los ojos, ni hablarme por la mordaza que le había puesto. Tomé el frasco de cloroformo que había dejado en la mesita de luz, y empapé un trapo que llevaba en el bolsillo. Cuando se lo apoyé con firmeza en la nariz volvió a forcejear, pero unos segundos más tarde ya estaba dormida nuevamente.
Procedí entonces a desvestirme por completo, ya que iba a seguir jugando con mi maestra dormilona. La liberé completamente de las ataduras que le había impuesto, y le quité la venda y la mordaza, pues ya había medido los efectos del cloroformo y entendía que aún le quedaban varias horas de profundo sueño. Me arrodillé sobre ella, sentándome en su pecho, y entreabriéndole los labios le introducía la pija en su boca, sintiendo el roce de su lengua sobre la cabeza del pene. Su respiración se hacía más agitada, como quien quiere dormir pero algo lo molesta, y su aliento me llegaba hasta los pendejos calentándome aún más. Mientras le restregaba la pija por la cara, estiré mi mano libre hacia atrás, para tocarle la concha. Con mis dedos exploraba el exterior de esa conchita húmeda y peluda, que mi presa dormida no intentaba negarme sino todo lo contrario: mientras yo le hundía uno de mis dedos en su interior ella descansaba tranquilamente, y con la cabeza hundida en la almohada su rostro mantenía una expresión angelical al mismo tiempo que mis dedos entraban y salían de su vagina.
Tenía ganas de jugar un rato a meterle cosas, por lo que fui hasta la cocina y volví con algunos elementos, no sin antes lavarlos correctamente para evitarle infecciones futuras. Me senté en la cama, apoyándome en el respaldo de la misma, con las piernas extendidas sobre el colchón, y la recosté boca abajo sobre mi pija, perpendicular a mi cuerpo, de manera que su cola estaba a mi completa disposición. Tomé una barra de manteca que había traído para lubricarla, y se la pasé una y otra vez entre las nalgas, para que se derritiera sobre sus agujeros. Agarré una gran zanahoria, más grande que mi pene, y muy gruesa, y muy lentamente le metí la punta del vegetal en el orto. Ella, dormida como estaba, no acusaba recibo, y pude introducírsela casi por completo, sin que se despertara ni perturbara en forma alguna su sueño. De a poco le fui metiendo un dedo en la concha, y luego otro, y hasta cuatro, dejando el pulgar afuera con el que empujaba hacia adentro la zanahoria que le había metido en el culo. Con mi mano libre le acariciaba las tetas, y ya me había exitado en tal forma que con mis manos, sin dejar de masturbarla y de amasarle las tetas, la movía hacia atrás y adelante, masturbándome yo con el contacto de su cuerpo sobre mi poronga. Para completar el juego había traído un pepino. Era bastante grande, pero sin duda iba a entrarle en la cajeta a esa mujer que descansaba sobre mí cuerpo sin saber que era lo que yo le estaba haciendo. De a poco se lo fuí metiendo, sin haberle sacado la zanahoria del culo, y cuando entró por completo, con una mano guiaba la zanahoria entrando y saliendo de su culo, y con la otra el pepino, entrando y saliendo de la concha. De pronto ella empezó a gemir y a moverse espasmódicamente, y entre sueños tuvo un orgasmo muy veloz, y continuó durmiendo. Yo ya estaba listo para darme el gusto de penetrarla, y le quité los vegetales que le había introducido para poder recostarme en la cama y ponerla arriba mío. Le puse las manos en el orto y mientras con mis dedos jugaba con el dilatado agujero del ano, introduje mi poronga en el interior de su concha, y movía su cuerpo al compás del mío, hasta inundarle la concha de leche. Como no corría peligro de que despertara, y yo estaba bastante cansado, me quedé dormido debajo de ella, sin sacarle la pija de adentro, y recién desperté un par de horas más tarde.
Era ya entrada la noche, y quería deshacerme de ella. No me convenía que se quedara en casa mucho tiempo más, por lo que la vestí, con mucho cuidado y disfrutando mucho al hacerlo, y la cargué en el baúl del auto. La llevé a la ruta donde la había encontrado, y la dejé durmiendo entre los yuyales. Volví a mi casa y me acosté a dormir, para poder disfrutar del mundo de los sueños…
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