20 DE ABRIL DEL 90



20 DE ABRIL DEL 90.

Los tres amigos habían salido a las siete de la mañana con la intención de llegar a Andorra sobre las dos de la tarde. La primera parte del camino la había hecho Pablo. Se había pasado conduciendo tres horas y media hasta que pararon a desayunar justo antes de entrar en Zaragoza. Para la segunda parte del trayecto fue ELLA quién se ofreció, cosa que Pablo agradeció. Por el contrario Eva iba en plan “reinona” en el asiento trasero.


Pararon en la estación de servicio El Cisne. Al salir del coche sintieron la diferencia de temperatura entre la calefacción del coche y el frío de la calle. Así que los tres corrieron hacia el interior del restaurante. Les apetecía mucho un buen desayuno. Pidieron zumo de naranja, café con leche y cortado y tostadas con aceite jamón y tomate. Bueno, menos Pablo que se pidió un Cola-Cao con magdalenas. Las dos amigas se rieron e hicieron comentarios jocosos sobre la petición del hombre:


-Así nunca vas a crecer Pablito –comentó Eva pasándole cariñosamente la mano por la espalda.


Tras el reconfortante desayuno volvieron a la carretera. Esta vez Eva había pasado al asiento del copiloto para dejar que Pablo pudiese echar una cabezadita. Ya en marcha decidió que ya estaba bien de oír a Madonna y al no encontrar ningún CD de su agrado en la guantera se puso a buscar alguna emisora de música. Lo primero que encontró el autorradio fue el dial 97.1 que era Cadena Dial. Se oyeron los acordes de la canción de Celtas Cortos “20 de abril del 90” y Eva dio un suspiro que llamó la atención de los otros dos:


-Ah, qué recuerdos me trae esta canción –comentó Eva melancólica.


-Anda hija, cómo a todo el mundo -dijo Pablo tirado en los asientos traseros con los ojos cerrados.


-Bueno, ya. Pero es que yo perdí la virginidad el 21 de abril del 90


-¡COÑO! –Se sorprendió ELLA.


-Cuenta, niña cuenta. –Pablo muy curioso se incorporó y se colocó entre los dos asientos delanteros.


Eva siendo el centro de atención de sus amigos dio comienzo a su relato: 


“De pequeña, vivía con mis padres y mi hermana Inés, dos años mayor que yo en un chalet del Parque del Conde Orgaz. Como podréis imaginar la situación económica era bastante buena. Mis padres eran abogados y trabajaban en un buen bufete. Mi hermana era una auténtica Barbie, rubia, alta, ojos azules, de sobresaliente en todas las asignaturas. Vamos el orgullo de mis padres. Hoy ha evolucionado a la estética de las “puretas” del PP. Casada con su novio de toda la vida y por supuesto el único que tuvo. Juan Luís De Remedal Salguero, El Juanlu. –Eva dijo esto con cierto desprecio hacia su cuñado. –También pepero de manual. En aquella época militante de Nuevas Generaciones. Estatura media, ojos y pelo negro, muy peinado, con su raya  a un lado. Siempre con pantalones de pinzas, camisas Burberry´s a cuadros, chalecos Lacoste en una amplia gama de colores y zapatos náuticos.


A grandes rasgos esta era la estampa de una familia acomodada en los años 90. Pero como no hay nada perfecto, allí también estaba yo. Desde la adolescencia ya empecé a dar muestras de que no me gustaba aquel plan de vida. Siempre chocaba con mi hermana. No me caía bien el Juanlu, discutía mucho con mi madre y aunque adoro a mi padre también tuve roces con él. Con dieciséis años mi mejor amiga era Isa otra oveja negra como yo. A esa edad la explosión hormonal nos hacía estar calientes todo el día. Siempre estábamos hablando de sexo y tíos.


Como os he dicho vivíamos en una urbanización de Conde Orgaz. Cada chalet estaba ubicado en una parcela y todas ellas pertenecían a una misma comunidad con piscina y pistas deportivas. Nuestra calle era en cuesta de manera que los chalets estaban a distinto nivel unos de otros. Lo cual no tendría más importancia si no fuera por un pequeño detalle. Desde la segunda planta del chalet superior era visible el chalet inferior.


Hacía dos años que nuestro vecino inferior era Marcos. Un médico de treinta y dos años buenorro. No era muy alto, pelo castaño claro, ojos marrones, imberbe. Era guapo y tenía cara de bueno. A mí siempre me dio mucho morbo. Pensaba que tras esa imagen de yerno perfecto había algo más. Desde que llegó a la urbanización, Marcos se había convertido en el sex symbol. Durante los meses de verano, cuando se abría la piscina todas las maris buscaban poner sus toallas cerca de la suya. Su torso lampiño y sus bien marcados abdominales hacían furor. En aquella época no se llevaba lo metro sexual y los hombres de la urbanización tenían pelo en el pecho y michelines. Al no estilarse tampoco los gimnasios, el cuerpo trabajado del Dr. Marcos Salguero rompía moldes. Lógicamente Isa y yo no éramos inmunes al encanto de mi vecino y estábamos enamoradas de él.


Una tarde las dos estábamos en mi habitación, como siempre oyendo los cuarenta principales y hablando de sexo, aunque nuestras experiencias no pasaban de los morreos y algún que otro rozamiento. De repente, nos dimos cuenta que desde la ventana y aprovechando el desnivel se veía encendida la luz del baño de Marcos. Permanecimos mirando con la esperanza de poder identificar su silueta a través de aquella ventana cerrada. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando adivinamos la sombra de Marcos acercándose y abriendo la ventana. De repente pudimos ver como una nube de niebla salía de aquel baño, desalojando el vaho provocado por el agua caliente. Vimos a Marcos desnudo de cintura para arriba. Al girarse y darnos la espalda para dirigirse al espejo pudimos verle entero. Nos quedamos atónitas y babeando cuando vimos aquel culo, para nosotras, perfecto del hombre perfecto. La imagen pasó de inmediato a ser el centro de nuestras fantasías. Una espalda ancha con hombros fuertes y en forma triangular descendía por los dorsales hasta un culo redondo y prieto de atleta coronado por dos pequeños hoyos en la zona lumbar.


Durante los meses siguientes empezamos a controlar sus horarios y sus rutinas. Marcos estaba casado con Mari Carmen hija de unos socios del bufete de mis padres. La mujer era una preciosidad de ojos claros y carita angelical que formaba con él la pareja ideal.


Mari Carmen llevaba un año preparando unas oposiciones a notaria, en un pequeño piso que sus padres tenían en el centro. Salía por la mañana, sobre las ocho y volvía al chalet sobre las diez de la noche. De lunes a viernes. Marcos en cambio trabajaba en un hospital en turnos de ocho horas. Cada semana cambiaba de turno. El de mañana era el bueno, ya que volvía a casa sobre las tres de la tarde, y luego jugaba al tenis o iba al gimnasio y volvía a ducharse a casa sobre las siete de la tarde. Cuando trabajaba de noche no solía hacer ejercicio de día y cuando descansaba por la mañana estábamos en clase.


Nosotras seguíamos observándole mientras se duchaba y pese a nuestras precauciones para no ser vistas, él se dio cuenta que lo hacíamos. No sabemos en que momento fue pero lo supo. Su comportamiento empezó a ser más exhibicionista, eso sí sin mostrarnos nada más que su exquisito culo. Se recreaba más ante el espejo de espaldas a la ventana que abría justo después de la ducha, tardaba más en salir del baño.


Todo este comportamiento derivó en “una paja mental” mía, por lo qué, sí sabía que yo le miraba y seguía dejándose ver era porque yo le gustaba. Entonces quizá podría tener algo con él. Un día tras mucho meditarlo y plantearme mil dudas, le comenté a Isa que había decidido perder la virginidad. Ella me preguntó muy intrigada que con quién, a lo que yo guardé un evidente silencio:


-Tú estás loca, tía. –Me dijo casi gritando dando por hecho que Marcos era mi elección para el gran momento.


-¿Por qué? –pregunté yo ofendida.


-Porque está casado y no se va a complicar la vida por unas niñatas de dieciséis años. –La contestación me resultó tan lógica como hiriente. Por más que tuviera razón no me convenció y yo seguí madurando un plan de ataque.


Todo se cuadró a la perfección el 21 de abril del 90. Era sábado, mis padres estarían fuera ya que tenían que visitar a un cliente del bufete en La Coruña y aprovecharon para pasar allí el fin de semana. A su vez mi hermana aprovechó para escaparse con el Juanlu a su casa de la sierra. Y por último y más importante, Mari Carmen se examinaba de las oposiciones el domingo veintidós y pasaría toda la noche estudiando en el piso de sus padres. A Isa le dije que no iba a salir, que tenía un poco de fiebre. Isa no me creyó:


-Estás loca tía –me dijo –mañana me cuentas.


Toda ésta “alineación de los astros” permitía a Marcos y a mi estar solos un sábado y de noche. Era ahora o nunca.


Aprovechando la buena temperatura me puse una minifalda azul que me hacía un culito muy mono y una camiseta blanca ceñida que marcaban mis tetas, me solté el pelo y me quedé en mi habitación a esperar a que se duchara. Sin preocuparme en ser vista estuve observándole como lo había hecho en los últimos meses. Antes de que terminara salí corriendo escaleras abajo, me aseguré de coger las llaves de casa y cerré la puerta. En la calle, la urbanización estaba tan solo iluminada por las farolas, seguí corriendo hasta su cancela para que nadie me pudiera ver ya que en esa época muchos vecinos salían a pasear.


Tras pasar la mano por los barrotes abrí el cerrojo y aceleré el paso por el camino de losas negras hasta que llegué justo hasta la puerta de su chalet, donde por unos segundos permanecí parada recuperando el sosiego y recomponiendo mi pelo alborotado. Después de tocar el timbre dos veces seguidas me invadió una especie de angustia ya que ahora no había marcha atrás. Recordaba las palabras de Isa, diciendo que estaba loca y que para él solo éramos unas niñatas. Temí que tuviera razón y mi vecino me tomará por una calientapollas mal criada. Me empecé a ruborizar.


De repente se abrió la puerta y ya no tuve tiempo de plantearme otra cosa que soltar la parrafada en forma de excusa que justificaba mi presencia allí. Pero durante unos segundos esto me resultó imposible y permanecí callada y mirándole. 


Ante mí tenía la imagen de Marcos con el pelo mojado y peinado hacia atrás recién afeitado, oliendo a after shave Gillette Sensor y vestido con un albornoz blanco anudado a la cintura. Me miraba fijamente con media sonrisa en la cara y una ceja levantada. Demandándome una explicación o mejor una excusa porque creo que desde que abrió la puerta sabía a lo que yo había ido:


-Qué… eh… si… que como estás solo podíamos… –no acertaba a hilvanar una frase completa.


-Pasa anda –dijo sonriendo y facilitando una situación que por momentos me parecía ridícula.


Pasé a un recibidor cuadrado en el que pude ver un gran espejo desde el techo hasta el suelo, a través de un arco de medio punto accedimos a un salón un poco más amplio que el de mi casa.


Yo seguía a Marcos que andaba descalzo sobre el parqué que cubría todo el suelo. Me invitó a sentarme en un sofá negro de cuero que estaba frente a la televisión. Se disculpó un momento y subió a cambiarse por algo más cómodo. Me quedé sola observando cada rincón de aquella estancia. El salón estaba dominado por un fuego que dado la época del año permanecía apagado. A la derecha y sobre un mueble modular negro una televisión de 55´´. Cuadros abstractos decoraban de manera minimalista todas las paredes blancas en contraste con el mobiliario totalmente negro. Una amplia colección de cintas de video de cine clásico bajo el módulo que soportaba el televisor. Desde mi asiento ladeé la cabeza para leer algunos títulos. Cuando los pasos de mi anfitrión me hizo girar la cabeza para observarle.


Marcos se había cambiado, llevaba unas bermudas de baloncesto John Smith y una camiseta de manga corta negra que le quedaba muy bien sobre su cuerpo musculado:


-Bueno, ¿pedimos algo de cenar? –preguntó él haciendo llevadera la tensión.


-Vale –solo pude contestar yo mientras le observaba moverse con soltura por el salón.


-¿Te apetece pizza? –y cogió el teléfono sin esperar respuesta.


El médico preparó la pequeña mesita auxiliar. Colocó un mantel de tela rojo. De la cocina trajo un paquete de servilletas de papel y unas tijeras para cortar la pizza. Yo estaba inmóvil en el sofá observando los movimientos de él:


-¿De beber? ¿cerveza o refresco? –preguntó Marcos desde el frigorífico.


-No puedo tomar alcohol. Soy menor –me excusé.


Marcos sacó la cabeza por la puerta de la cocina:


-Venga Eva –dijo él con desdén –eres menor. ¿A quién quieres engañar?


-Bueno cerveza –dije un poco avergonzada por mi mal disimulada mojigatería.


El hombre apareció con un par de botellines de Heineken. Justo antes de sentarse sonó el timbre, era el chico de la pizzería. Tras pagarle, puso la caja sobre la mesa:


-¿Qué tipo de música te gusta?


-Sobretodo española, Hombres G, La Guardia, Radio Futura,… ah y Mecano.


-Bueno no digo que sean malos. Pero pondremos a Queen ¿qué te parece?


-Vale, también me gusta.


La siguiente hora la pasamos hablando y riendo. Después de tres cervezas cada uno, a mí me empezaba a pasar factura:


-Oye, ¿no estarás intentando emborracharme para algo? –pregunté yo con los ojos entornados.


-¿Yo? ¿Para qué iba a hacer tal cosa? –contestó el médico bastante sobrado mientras sostenía un botellín de cerveza con los dedos.


-No sé para aprovecharte de mi o algo.


-Vamos guapa, ¿no te querrás aprovechar tú de mí? –dijo esto con un voz grave y mirada inquisidora.


-¿Yooo? –el alcohol hacía que hablase en un tono más alto del habitual –¿por qué? Porque estás buenísimo. –Dije con una sinceridad delatora.


-Ya sé que tú y tu amiga me espiáis desde tu habitación. Menuda dos estáis hechas.


-¿Te has dado cuenta? –dije algo sorprendida.


-Todavía os falta experiencia a la hora de marcar a vuestra presa sin ser vistas… –comentó Marcos con cierta suficiencia. Encendió un cigarro y tras darle una calada me lo pasó.


-Y qué pasa, ¿qué no te gusta? –pregunté de manera inocente mientras inspiraba fuerte el humo del Chester.


-Sí, sobretodo me gustas tú. Más que tu amiga. –Me dijo al tiempo que me quitaba el cigarro y lo apoyaba en un cenicero cuadrado de alabastro blanco.


Me ruboricé al instante:


-Tú también me gustas –le dije notando como un calor interior se apoderaba de mi cuerpo. Mis pezones se endurecieron y noté como mi clítoris comenzaba a latir.


Los dos nos mirábamos fijamente, Marcos se lanzó a besarme. Lo hacía de maravilla, nada que ver con los besos de los chicos de mi edad. Me acariciaba las piernas sin dejar de besarme. Trataba de abarcarlo con mis brazos. Estábamos totalmente pegados y empecé a notar que el paquete de él crecía en su entrepierna y en la mía la vulva me ardía y latía como no lo había sentido nunca.


El médico me tumbó en el sofá y fue subiendo la mano por mis piernas cada vez más arriba. Al llevar la minifalda me sentía toda expuesta. Con él encima se me hacía imposible zafarme así que decidí entregarme a la situación. Noté las manos de él llegar hasta las bragas que para entonces ya tenían que estar tan mojadas como mi coño. Hizo presión y gemí con los ojos cerrados y embriagadas por el aroma de su colonia. De repente paró, nos incorporamos y Marcos se quitó la camiseta dejando a la vista su musculatura. Era una maravilla. 


Yo hice lo mismo y me quité la camiseta quedándome solo con el sujetador. Me daba un poco de vergüenza. Estaba ante un tío bastante mayor que yo, casado y que tenía un cuerpo de escándalo. Y yo con un sujetador blanco “princesa” con una pequeña rosa bordada entre las dos copas que sujetaban dos pechos duros de adolescente recién desarrollada. Me sentía excitadísima pero no sabía bien como actuar y sobretodo temía no saber hacerlo.


Marcos recorrió con besos todo mi cuerpo, desde el cuello hasta mi ombligo para luego morderme los pezones a través de la tela del sujetador. Éstos se me pusieron duros como piedras. Se retrorcían sobre sí mismos de manera casi dolorosa. Pasando la mano derecha por detrás de mi espalda me desabrochó el sujetador con un simple movimiento de dedos. Liberando por fin unas tetas que le desafiaban. Me las besó, me las mordió, me las lamió con su ardiente lengua y me las amasó haciéndome llegar casi al orgasmo. Su erección era cada vez mayor. Yo me dejaba hacer, era la primera vez que estaba con un tío en serio. Hasta ese momento lo único que había hecho era algún toqueteo de paquete y algún morreo que otro. Estaba entregada a mi vecino que me doblaba la edad. Tan excitada por la situación que aquel tío podía haber abusado de mi. Haber hecho conmigo lo que hubiese querido.


Marcos se incorporó para quitarme la minifalda azul y me dejó tan solo con unas bragas blancas de algodón que hacían juego con el sujetador y que ahora delataban la raja de mi vagina con una mancha de humedad un poco más oscura. El médico me miraba y sonreía haciéndome sentir deseada. Yo inocentemente me llevé el pulgar de la mano derecha a la boca y lo mordía dándole una imagen de Lolita aún más virginal si cabía. Me bajó las bragas dejando al aire una pequeña mata de rizos negros que cubrían mi monte de Venus aún por desflorar:


-Qué cosa más rica. Eres preciosa Eva. –Decía elevando mi excitación y mi libido.


Yo no podía aguantar más y me incorporé y le besé:


-Tócame Marcos. Necesito que me lo toques. –Le pedí ansiosa al tiempo que tome su mano y la dirigí hacia mi coño.


-Tranquila que te voy a llevar a la gloria. –Él, mucho más experto se tomaba el asunto con calma. 


Y efectivamente, Marcos se inclinó sobre mi entrepierna, me abrió las piernas y comenzó una comida que en pocos segundos y debido a mi excitación acabó en un orgasmo. Yo, por vergüenza me tapé la boca con las dos manos para no gritar y trataba de cerrar las piernas aprisionando la cabeza del médico. Pero el placer era inmenso. Era la primera vez que me llevaban al orgasmo. Antes tan solo lo había conseguido con la masturbación yo sola.


Marcos terminó de beberse todos mis jugos antes de bajarse las bermudas y quedarse completamente desnudo ante mí. En lo primero en que me fijé fue en lo grande que la tenía. Por un momento sentí miedo de me hiciera daño con aquello. 


Se acercó a mí y se la toqué. La tenía ardiendo. Se le marcaban unas venas azules a lo largo del tronco y su glande era muy grueso con una piel tirante y suave. Rojo, casi violeta. La volví a agarrar con toda la mano. Comencé a subir y bajar la piel. Hacía fuerza en torno a ella. El líquido pre seminal comenzó a salir. Ignorante de mí pensé que se estaba corriendo:


-Tranquila, despacio –me dirigía él –Para, que me pongo un condón.


Con cuidado desenrolló el anillo de plástico a lo largo de su verga. Se colocó entre mis piernas y se dispuso a penetrarme:


-Con cuidado, Marcos, soy virgen todavía y la tienes enorme.


-Lo sé. No te preocupes.


Puso la punta de su polla en la entrada de mi vagina y con cuidado comenzó a empujar. Yo notaba que no me iba a caber y comencé a respirar entrecortada mientras él no paraba. Sentía que los labios no daban más de sí y una presión que se transformaba en dolor:


-Para que me duele mucho. –Me quejaba, un tanto frustrada por no estar a la altura de mi amante.


-Tranquila que sé lo que hago.


Se detuvo un momento y comenzó a besarme. Yo me sentí un poco más relajada, suspiré, cerré los ojos y aguanté un poco más el dolor. Marcos continuó con la penetración. Noté como la entrada de mi coño cedía a la fuerza de aquel trozo de carne y como se deslizaba abriendo mi interior hasta el fondo. Se detuvo unos segundos para luego dar un puntazo fuerte y clavármela más adentro. Mi vecino buenorro, médico, mucho mayor que yo y casado me acababa de desvirgar. Me agarré fuerte a la espalda de mi “ejecutor”.


Durante unos minutos él siguió con un constante bombeo sobre mí que abierta de piernas trataba de agarrarlo entero. Su constante vaivén estaba haciendo que me incrustara contra el asiento del sofá. El dolor inicial se había transformado en una sensación de excitación casi indescriptible. La fricción inicial se había ido reduciendo por el abundante flujo que manaba de mi sexo. Me sentía totalmente llena y húmeda. La fuerza con que me embestía, la manera en la que bufaba Marcos sobre mí, la forma de sudar de su cuerpo. Todo esto me estaba llevando a la gloria como me había dicho. Todo su cuerpo se endureció, le cogí su maravilloso culo que lo tenía duro como una roca y con un tremendo grito se corrió. En ese momento hubiera deseado que no llevase condón para sentir su semen caliente inundando mi vagina y mojando mis rizos negros.


Sobre las doce de la noche salí hacia mi casa con una sonrisa de oreja a oreja que no podía aguantar y que delataba lo que me pasaba.


A la mañana siguiente, al levantarme me dolía el coño y vi con cierta preocupación que tenía manchas de sangre en las bragas, pero no dije nada para no tener que dar explicaciones. La mujer de Marcos aprobó las oposiciones y un par de meses después se trasladaron a vivir a otra ciudad. Nunca dijimos nada ni él ni yo.


Pasaron cinco años, cuando mi padre nos dijo que Marcos y su mujer venían a vernos durante una semana en verano. Se quedaban en su chalet que solo alquilaban los meses de invierno. Habíamos quedado con ellos en una cafetería cercana. Yo por supuesto le iba a poner a prueba. Me compré a propósito una minifalda azul y una camiseta blanca para ese día. Para entonces yo no era la niña que él desvirgó, tenía muchos más kilómetros.


No nos veíamos desde que se fueron a otra ciudad. Los saludos entre todos fueron muy efusivos. Mis padres, mi hermana, mí cuñado todos tenían mucho aprecio a Marcos y ninguno de ellos se imaginaba nada de lo nuestro. Hubiera sido un escándalo.


Entre nosotros la relación fue de tensión sexual. Durante la merienda yo le daba con el pie a su pierna haciendo que se ruborizara. Nos mirábamos, yo a él con deseo, él a mí con cierto temor. Me lo estaba pasando en grande. Y en el fondo a él le gustaba este juego de riesgos.


Intuyendo cual sería su reacción dije:


-Bueno, yo debo irme. He quedado.


-¿A qué hora has quedado, Eva? –dijo mi padre un poco molesto con mi huida.


-En media hora me viene a buscar Isa.


-¿Y ahora te tengo que llevar? –volvió a decir molesto mi padre.


-No te preocupes que yo te llevo –se ofreció Marcos –tengo que recoger unas cosas de camino.


Según lo que yo tenía previsto, él estaba deseando estar a solas conmigo. Nos montamos en su coche y salimos pitando hacia la urbanización:


-Así, que has quedado, ¿no? –preguntó Marcos insinuando lo inoportuno de mi huída.


-Sí, con mi amiga Isa. ¿Te acuerdas de Isa? –pregunté con ironía.


-Me acuerdo mejor de ti –dijo con media sonrisa –te tendrás que vestir y todo ¿o sales con ese modelito? –Me miró de arriba abajo reconociendo la combinación del vestuario.


-¿Qué pasa? ¿no te gusta? –volvió a salir mi lado más provocativo.


-Me encanta. Igual que me encantó aquella noche –y me miró fija a los ojos.


Paramos junto a su casa. Sin decir palabra yo le seguí. Abrió rápido la cancela y yo detrás. Cruzamos por el pasillo enlosado entre el césped hasta la puerta de la casa. Giró la llave. Entramos. El recibidor cuadrado estaba igual que cinco años antes con el espejo grande desde el techo al suelo. Sin darme tiempo a mirar nada más, Marcos me agarró de la cintura y me acercó hacia él para seguidamente plantarme un beso metiéndome la lengua. Yo le pasé la mano por la nuca apretando contra mí. Estábamos ansiosos de sexo. Me empujó contra la pared metió la mano por debajo de la minifalda y de un tirón me arrancó las bragas. Se metió entre mis piernas y se bajó los pantalones. De un empujón y sin miramientos me la metió. No la recordaba tan gorda y grité:


-Hoy no voy a tener la delicadeza de aquella vez –y volvió a darme muy fuerte.


-Aaahhh, no la necesito. Fóllame bien fuerte, joder.


Marcos seguía empujándome contra la pared. Yo veía nuestra imagen reflejada en el espejo de enfrente. Veía como el maravilloso culo del médico se contraía cada vez que empujaba su cadera hundiendo su tremenda polla en mi coño:


-Aaahhh, sí. Córrete dentro, vamos. –Le animaba yo.


Tras unos minutos de un mete-saca frenético Marcos se corrió dentro y sin condón esta vez:


-Uf... cómo has cambiado, Eva. Cómo has aprendido desde aquella noche. –Alabó mi vecino tras el polvo.


-Si yo te contara... –le contesté insinuando una gran experiencia adquirida desde aquella noche.


En cierto modo me sentí halagada. Recuerdo que la primera vez me comentó que me faltaba aprender a follar, que me quedaba demasiado quieta.


Volví a salir de su casa como la otra vez, sin bragas, con una gran sonrisa en la cara y con otro dolor de coño...

Gracias por leerme. Contesto comentarios en el correo hansberville@gmail.com


Comentarios

Entradas populares de este blog

La Culona Vianey (Testigo de Jehova, Joven Casada Infiel)

Mi mejor amigo embarazo a mi mamá

Mi Primer Experiencia Pegging