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Mostrando entradas de diciembre, 2025

Las Vecinas Insaciables

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  Ana y Carla vivían puerta con puerta en un edificio antiguo de Villa Crespo, Buenos Aires, uno de esos con balcones que se miraban como ojos curiosos y paredes tan finas que los gemidos de una se colaban en los sueños de la otra. Ana, veintiocho años, era una diseñadora gráfica freelance con un cuerpo que parecía tallado para el pecado: rubia platino teñida con raíces oscuras que le daban un aire salvaje, melena corta y desordenada que enmarcaba un rostro pecoso con ojos azules que brillaban con malicia, tetas firmes de copa C que rebotaban libres bajo tops cropped, pezones rosados y puntiagudos que se endurecían con solo una brisa fresca, abdomen plano marcado por horas de pilates, y un coño depilado con labios mayores hinchados y rosados que se abrían como pétalos húmedos al excitarse, clítoris protuberante y sensible que la hacía squirt como una fuente si la lamían bien, ano rosado y fruncido que palpitaba rogando atención. Su culo era atlético y redondo, perfecto para ser azo...

La Rendición Final: el culo

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Habían pasado diez años desde que Elena y Javier se dijeron "sí, quiero" en esa capilla de San Telmo, con el sol de Buenos Aires filtrándose por las vidrieras como un presagio de pasión eterna. Elena, ahora de treinta y cinco años, era una mujer que el tiempo había moldeado en curvas pecaminosas: tetas pesadas de copa DD que rebotaban libres bajo camisones de seda, pezones oscuros y gruesos que se endurecían con solo un soplido caliente, caderas anchas que terminaban en un culo redondo y alto que tensaba las faldas de oficina hasta el límite, y un coño depilado con labios carnosos que se hinchaban al primer roce, chorreando jugos espesos como miel cuando la follaban bien. Su melena castaña caía en ondas desordenadas hasta los hombros, ojos verdes que brillaban con una mezcla de ternura maternal y lujuria reprimida, y una risa ronca que hacía que Javier se corriera solo de oírla. Pero en la cama, Elena era un enigma: una diosa vaginal que cabalgaba su polla como una amazona, s...

Chantaje a la madura amiga de la familia

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  Tomás tenía veinte años, pero su cuerpo era el de un semental en potencia: alto y atlético por las tardes en el gym del barrio, con hombros anchos que tensaban las camisetas hasta romperlas en el calor del verano porteño, cabello negro revuelto que le caía sobre la frente sudada, y una polla que medía diecinueve centímetros cuando se ponía dura como una barra de hierro, venosa y gruesa con un glande morado que goteaba precum espeso como si rogara por un coño apretado. Vivía con su madre en un departamento modesto de Belgrano, Buenos Aires, un lugar donde el aire siempre olía a café quemado y a secretos familiares. Su madre, Laura, era una divorciada de cuarenta y cinco que trabajaba de secretaria en un estudio jurídico, y sus amigas eran un desfile de MILFs que lo dejaban pajeándose en el baño: tetas pesadas, culos maduros y coños que imaginaba chorreando experiencia. Entre ellas, Carla era la reina: cuarenta y dos años, amiga de Laura desde la secundaria, una contadora casada co...

Trío en el Balcón de Palermo

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  Trío en el Balcón de Palermo (Versión con Diálogos Sucios Intensificados) El departamento en Palermo era un nido de intimidad caótica y sudorosa, un tercer piso con balcón que daba a la avenida Santa Fe, donde el bullicio de Buenos Aires se colaba como un amante indiscreto: bocinas lejanas que parecían gemidos ahogados, risas de bares que sonaban a orgasmos compartidos, y el aroma a choripán quemado de la calle mezclándose con el humo dulzón de los porros que Mateo y Sofía fumaban en las noches de insomnio, cuando el deseo los dejaba con coños y pollas palpitantes. Mateo, veintinueve años, era un arquitecto freelance con el cuerpo de un tipo que corre por el Rosedal los domingos para quemar la frustración de no follarte el culo cada hora: alto, hombros anchos que tensaban las camisetas hasta rasgarlas en el calor del momento, y una polla que medía veinte centímetros cuando se ponía cachondo como un animal, venosa y gruesa como una tubería de plomo, con un glande morado y bulboso...

El Juego de las Sombras: La Rendición Completa

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 El Juego de las Sombras: La Rendición Completa Era una noche de viernes bochornosa en el departamento compartido de Alex y Nico, en uno de esos pisos altos de Palermo que olían a libertad urbana y a secretos que se cocinaban a fuego lento. El balcón abierto dejaba entrar el rumor distante del tráfico de la avenida Córdoba, un pulso caótico que se mezclaba con el humo dulzón del porro que pasaban de mano en mano, y el aroma terroso del Malbec que habían destapado para "bajar el estrés" después de una semana de mierda en el laburo de marketing digital. El living era un desastre organizado: sofá de cuero negro hundido por noches de maratones de Netflix y pajas solitarias, mesa baja cubierta de latas de cerveza vacías y un cenicero improvisado con una tapa de CD, y las luces tenues de una lámpara de pie que proyectaban sombras alargadas sobre las paredes pintadas de un gris industrial, como si el departamento mismo estuviera conteniendo la respiración ante lo que se avecinaba. A...

Herencia Prohibida

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Acto 1: La Semilla de la Tentación La mansión de Don Ernesto se erguía como un centinela decrépito en las afueras de Buenos Aires, un relicto colonial de paredes encaladas que el tiempo había agrietado como la piel de su dueño, rodeada de viñedos marchitos que susurraban promesas de cosechas pasadas bajo el sol implacable de diciembre. A sus ochenta años, Ernesto era un fósil viviente de la era de los caudillos: alto aún, aunque encorvado por el peso de las décadas, con una espalda que se curvaba como un sauce viejo, piel apergaminada surcada por arrugas profundas como surcos de arado en tierra seca, y manos temblorosas donde las venas azules protuberantes serpenteaban como ríos enfurecidos bajo una superficie que olía a tabaco rancio y loción de afeitar barata. Su barba blanca, rala y desprolija, enmarcaba un rostro anguloso donde los ojos grises –fríos como el acero de un cuchillo de carnicero– aún conservaban un brillo depredador, el último vestigio de un hombre que había follado a ...