Las Vecinas Insaciables
Ana y Carla vivían puerta con puerta en un edificio antiguo de Villa Crespo, Buenos Aires, uno de esos con balcones que se miraban como ojos curiosos y paredes tan finas que los gemidos de una se colaban en los sueños de la otra. Ana, veintiocho años, era una diseñadora gráfica freelance con un cuerpo que parecía tallado para el pecado: rubia platino teñida con raíces oscuras que le daban un aire salvaje, melena corta y desordenada que enmarcaba un rostro pecoso con ojos azules que brillaban con malicia, tetas firmes de copa C que rebotaban libres bajo tops cropped, pezones rosados y puntiagudos que se endurecían con solo una brisa fresca, abdomen plano marcado por horas de pilates, y un coño depilado con labios mayores hinchados y rosados que se abrían como pétalos húmedos al excitarse, clítoris protuberante y sensible que la hacía squirt como una fuente si la lamían bien, ano rosado y fruncido que palpitaba rogando atención. Su culo era atlético y redondo, perfecto para ser azo...