Traición en la Dulzura del Embarazo
Era una mañana de finales de primavera en Buenos Aires, con el sol filtrándose perezoso por las cortinas de la casa en Belgrano, una de esas residencias de dos pisos con jardín trasero y parrilla que Juan había comprado con el sudor de diez años en la constructora. Juan, un tipo de treinta y cinco años, fornido por el gimnasio matutino y con una barba incipiente que lo hacía parecer más rudo de lo que era, se ajustaba la corbata frente al espejo del dormitorio. Su esposa, Jazmín, yacía en la cama king-size, una diosa de curvas amplificadas por el embarazo de ocho meses. A los treinta y dos, su cuerpo era un templo de fertilidad: senos hinchados hasta la copa DD, venosos y pesados, que se desbordaban del camisón de algodón blanco; una panza redonda y tensa, marcada por estrías plateadas como rayas de tigre, que se elevaba como una colina suave bajo las sábanas; caderas anchas que prometían partos fáciles y noches salvajes, y un coño que, aunque él no lo había tocado en meses, palp...