Traición en la Dulzura del Embarazo

 


Era una mañana de finales de primavera en Buenos Aires, con el sol filtrándose perezoso por las cortinas de la casa en Belgrano, una de esas residencias de dos pisos con jardín trasero y parrilla que Juan había comprado con el sudor de diez años en la constructora. Juan, un tipo de treinta y cinco años, fornido por el gimnasio matutino y con una barba incipiente que lo hacía parecer más rudo de lo que era, se ajustaba la corbata frente al espejo del dormitorio. Su esposa, Jazmín, yacía en la cama king-size, una diosa de curvas amplificadas por el embarazo de ocho meses. A los treinta y dos, su cuerpo era un templo de fertilidad: senos hinchados hasta la copa DD, venosos y pesados, que se desbordaban del camisón de algodón blanco; una panza redonda y tensa, marcada por estrías plateadas como rayas de tigre, que se elevaba como una colina suave bajo las sábanas; caderas anchas que prometían partos fáciles y noches salvajes, y un coño que, aunque él no lo había tocado en meses, palpitaba con necesidades reprimidas.

"Amor, me voy. Hoy hay junta con los arquitectos hasta tarde", murmuró Juan, inclinándose para besar su frente sudorosa. Jazmín, con el cabello negro revuelto sobre la almohada y ojos cafés que brillaban con una mezcla de cansancio y anhelo, le sonrió débilmente, una mano posada en su vientre donde el bebé pataleaba como un futbolista en miniatura. "Está bien, cuidate. Traé algo rico para la cena, ¿sí? El pibe me tiene con antojo de empanadas." Juan rio, palmeando su panza con afecto paternal, pero sus ojos evitaron los senos expuestos por el escote del camisón. Desde que el embarazo entró en el tercer trimestre, el sexo se había evaporado como humo: "No quiero lastimarte, Jaz. Sos demasiado frágil ahora", decía él, y ella, frustrada, se masturbaba en la ducha con el agua caliente, dedos hundidos en su coño empapado, imaginando pollas que no eran la de su marido.

Juan salió con su maletín en mano, el motor del Toyota ronroneando en la entrada, y la casa quedó en silencio, roto solo por el tic-tac del reloj en la cocina y el zumbido distante de la heladera. Jazmín se incorporó despacio, la panza pesándole como una promesa dulce, y se miró en el espejo del armario: pezones oscuros y erectos, visibles a través de la tela fina; muslos gruesos rozándose con cada movimiento, un rastro de humedad traicionera entre ellos. "Joder, Juan, me dejás ardiendo", susurró para sí, pero el timbre la sacó de su trance. Se cubrió con una bata ligera –que apenas cerraba sobre sus curvas– y bajó las escaleras con paso torpe, el bebé dando patadas como si aprobara la interrupción.

Abrió la puerta y allí estaba Kevin, el mejor amigo de Juan desde la secundaria: treinta y seis años, alto y atlético, con piel morena de fines de semana en la Costa Atlántica, cabello rapado y una sonrisa lobuna que siempre había hecho que Jazmín se mordiera el labio en secreto. Vestía jeans ajustados que marcaban un bulto prometedor y una remera negra que se pegaba a su pecho definido. "¡Ey, Jaz! Juan me dijo que viniera a chequear si necesitás algo. Traje facturas de la panadería de la esquina, y... bueno, para el pibe, un regalito." Levantó una bolsa de papel y una caja envuelta en azul, pero sus ojos devoraron su silueta: los senos desbordando la bata, la panza expuesta en un triángulo de piel suave, las caderas que gritaban "fóllame".

"Pasá, Kevin. Justo estaba sola y... hambrienta", respondió ella, voz ronca por el calor que subía desde su entrepierna. Lo guio a la cocina, donde el sol matutino iluminaba la mesa de roble, y sirvió café en tazas desparejas. Se sentaron frente a frente, y el aire se cargó de electricidad: Kevin no podía apartar la vista de sus tetas, que se mecían con cada sorbo, pezones endurecidos rozando la tela. Jazmín, sintiendo el poder de su cuerpo preñado, cruzó las piernas para calmar el pulso en su clítoris. "Gracias por venir. Juan está tan ocupado... y desde que estoy así", palmeó su panza, "no me toca. Ni un beso abajo, nada. Me siento como una vaca lechera, no como una mujer."



Kevin tragó saliva, su polla endureciéndose bajo los jeans, el bulto evidente ahora. "Joder, Jaz, eso no puede ser. Juan es un boludo. Vos estás... preciosa. Embarazada te ponés como una diosa, con esas tetas que podrían alimentar un ejército." Sus palabras fueron un detonante: Jazmín se levantó, la bata abriéndose lo justo para revelar un atisbo de su coño depilado, labios hinchados por el deseo reprimido. "Vení", susurró, tomándolo de la mano y llevándolo al sofá de la sala, donde las cortinas filtraban la luz en rayos dorados. Se arrodilló frente a él, manos temblorosas desabrochando su cinturón, el zipper bajando con un zumbido obsceno. "Necesito sentirme deseada, Kevin. Solo hoy. Por favor."



La polla de Kevin saltó libre: gruesa como una lata de cerveza, venosa y curvada hacia arriba, unos veintidós centímetros de carne morena con glande ancho y rosado, ya perlado de precum que goteaba como miel. Jazmín jadeó, su panza rozando los muslos de él mientras se inclinaba, labios carnosos envolviendo el glande en un beso húmedo. "Dios, qué rica... más grande que la de Juan", murmuró, lengua plana lamiendo el frenillo, saboreando el salado almizcle que la hacía salivar. Kevin gruñó, enredando los dedos en su cabello negro, guiándola: "Chupala, Jaz. Como una puta ansiosa. Tragá mi verga hasta el fondo." Ella obedeció, boca estirándose alrededor del eje, garganta relajándose para tomarlo profundo, arcadas suaves que la hacían gemir vibraciones contra su carne. Saliva goteaba por sus tetas, empapando el camisón, mientras succionaba con avidez, cabeza subiendo y bajando en un ritmo felino, bolas pesadas lamiéndolas con la lengua en cada pausa. "¡Sí, joder! Sos una experta, embarazada y todo. Juan no sabe lo que se pierde."



Kevin la dejó chupar hasta que sus bolas se tensaron, pero la detuvo con un tirón suave: "Ahora yo. Quiero probar ese coño preñado." La levantó con facilidad –su cuerpo pesado pero liviano en sus brazos– y la recostó en el sofá, bata y camisón cayendo como hojas secas, exponiendo su desnudez gloriosa: senos rebotando libres, pezones oscuros y gruesos como uvas maduras; panza curva elevándose como una ola; coño abierto, labios mayores hinchados y rosados, clítoris protuberante asomando como un botón de placer, jugos transparentes goteando por el perineo hasta el ano fruncido. "Mírate, Jaz. Empapada como una fuente. El embarazo te pone cachonda, ¿eh?" Se arrodilló entre sus piernas abiertas, panza rozando su pecho, y hundió la cara en su entrepierna, lengua ancha lamiendo desde el ano hasta el clítoris en una pasada larga y lenta.

Jazmín aulló, manos clavándose en su nuca rapada, caderas empujando hacia su boca. "¡Oh, mierda, Kevin! Lameme más... chupá mi clítoris, haceme acabar en tu cara." Él succionó el botón hinchado, labios sellando alrededor, lengua girando en círculos rápidos mientras dos dedos gruesos se hundían en su coño, curvándose para masajear la pared frontal, rozando el punto G que la hacía squirtar gotas calientes contra su barbilla. Alternaba: lamía el ano, lengua punzando el anillo muscular mientras dedos follaban su vagina; luego volvía al clítoris, mordisqueando suave hasta que ella gritaba, tetas rebotando con cada espasmo, leche materna perlando sus pezones por la excitación. "Sabés a miel, Jaz. Tu coño preñado es el paraíso. Juan es un idiota por no comértelo todos los días." Ella se corrió primero en su lengua, un orgasmo que la dejó temblando, chorros de squirt empapando su rostro y el sofá, panza contrayéndose como si el bebé aplaudiera el éxtasis.

Aún jadeante, Kevin se levantó, polla palpitante goteando precum sobre su vientre. "Ahora, tus tetas. Quiero follarme esas ubres lecheras." Jazmín, con ojos vidriosos de placer, se incorporó lo justo, juntando sus senos pesados alrededor de su verga, el valle profundo y cálido envolviéndolo como un coño de terciopelo. Leche materna goteaba de sus pezones, lubricando el paizazo natural. Kevin embistió, caderas empujando, glande emergiendo entre las tetas para rozar su barbilla, donde ella lamía el precum con la lengua. "¡Joder, qué tetas! Más grandes que nunca, Jaz. Apriétalas más, haceme acabar entre ellas." Ella obedeció, senos comprimiendo su polla en un túnel apretado, pezones rozando el eje venoso, mientras él follaba el surco con gruñidos animales, bolas golpeando la curva inferior de su panza. El ritmo se aceleró, piel contra piel resonando como palmadas obscenas, hasta que Kevin rugió, pero se contuvo: "No... quiero llenarte el coño primero."

La penetró sin preámbulos, levantándola contra el respaldo del sofá, sus piernas alrededor de su cintura –panza presionando contra su abdomen, un roce íntimo y prohibido. El glande ancho abrió sus labios vaginales, hundiéndose centímetro a centímetro en su coño empapado, estirándola hasta el fondo, útero rozado por la punta curvada. "¡Ah, sí! Llename, Kevin... tu verga es tan gruesa, me parte en dos." Él embistió con fuerza controlada, considerando su estado, pero profundo: thrusts largos que golpeaban su cervix, bolas chapoteando contra su culo, mientras manos amasaban sus tetas, exprimiendo leche que chorreaba por sus costados. Jazmín clavó las uñas en su espalda, panza rebotando contra él con cada embestida, coño contrayéndose en espasmos que ordeñaban su polla. "Follame más duro... hacé que el pibe sienta cómo me cogés. Juan nunca me hace acabar así."

Kevin aceleró, sudor goteando de su frente al valle de sus senos, polla saliendo cubierta de jugos cremosos para volver a hundirse, rozando su clítoris con el pubis en cada thrust. "Sos mi puta embarazada, Jaz. Tu coño me aprieta como un guante... córrete en mi verga, chorreá para mí." Ella lo hizo, un clímax devastador que la dejó gritando, paredes vaginales convulsionando alrededor de su carne, squirt empapando sus bolas y el piso de madera. El bebé pataleó fuerte, como si aprobara la follada, y Jazmín rio entre gemidos, "¡Siente eso! El pibe sabe que me estás rompiendo."

Kevin se retiró en el último segundo, masturbando su polla furiosamente sobre su panza expuesta. "Tomá mi leche, Jaz... pintá esa panza de semental." Eyaculó en chorros potentes: el primero salpicando su ombligo, semen blanco y espeso formando un charco en la curva de su vientre; el segundo y tercero cubriendo la piel tensa, hilos viscosos goteando hacia sus tetas. Ella lo miró con adoración, dedos untando el semen en su panza como loción, lamiendo uno de sus dedos con un gemido satisfecho. "Delicioso... gracias, Kevin. Me sentía muerta por dentro."

Él se vistió rápido, besándola en los labios con lengua posesiva, un último roce de su polla semi-flácida contra su muslo. "Esto queda entre nosotros. Volveré cuando Juan no esté." Salió por la puerta trasera, el jardín tragándoselo como un secreto, dejando a Jazmín jadeante en el sofá, semen secándose en su piel, coño palpitante y satisfecho.

Horas después, el sol del atardecer teñía la sala de naranja cuando Juan entró, maletín en mano y una bolsa de empanadas en la otra. "¡Amor, ya llegué! Traje las de carne que te gustan." Jazmín, ya duchada y vestida con un vestido holgado que ocultaba las marcas de pasión –moretones sutiles en los muslos, pezones aún sensibles–, lo recibió en la puerta con una sonrisa radiante, panza prominente rozando su pecho en el abrazo. Él la besó en los labios, un beso casto y rápido, oliendo a su perfume de siempre, ajeno al aroma residual de sexo que flotaba en el aire.

"¿Cómo te fue, Jaz? ¿El pibe te dio tregua hoy?" preguntó, guiándola a la cocina, mano en su espalda baja sin bajar más. Ella se sentó, sirviendo empanadas en platos, el semen de Kevin ya lavado pero el recuerdo latiendo en su coño como un pulso secreto. "Bien, amor. Dormí una siesta larga, y Kevin pasó un rato, me trajo facturas. Me mimó un poco, el divino." Juan rio, mordiendo una empanada caliente, jugos goteando por su barbilla. "Ese boludo, siempre pensando en vos. Mi día fue un quilombo: el arquitecto se mandó una cagada con los planos, pero lo resolvimos. ¿Y vos? ¿Antojos nuevos?"

Jazmín sonrió, mano en su panza donde el semen había marcado su piel horas antes, el bebé pataleando como si guardara el secreto. "Solo antojo de vos, pero ya pasó. Contame más de la junta, amor." Conversaron así, risas y anécdotas inocentes, mientras el sol se ponía, la casa envolviéndolos en su rutina dulce. Pero en los ojos de Jazmín brillaba un fuego nuevo, uno que Kevin había avivado, y que Juan, en su ceguera amorosa, nunca vería arder.

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