La Rendición Final: el culo
Habían pasado diez años desde que Elena y Javier se dijeron "sí, quiero" en esa capilla de San Telmo, con el sol de Buenos Aires filtrándose por las vidrieras como un presagio de pasión eterna. Elena, ahora de treinta y cinco años, era una mujer que el tiempo había moldeado en curvas pecaminosas: tetas pesadas de copa DD que rebotaban libres bajo camisones de seda, pezones oscuros y gruesos que se endurecían con solo un soplido caliente, caderas anchas que terminaban en un culo redondo y alto que tensaba las faldas de oficina hasta el límite, y un coño depilado con labios carnosos que se hinchaban al primer roce, chorreando jugos espesos como miel cuando la follaban bien. Su melena castaña caía en ondas desordenadas hasta los hombros, ojos verdes que brillaban con una mezcla de ternura maternal y lujuria reprimida, y una risa ronca que hacía que Javier se corriera solo de oírla. Pero en la cama, Elena era un enigma: una diosa vaginal que cabalgaba su polla como una amazona, s...