Chantaje a la madura amiga de la familia

 


Tomás tenía veinte años, pero su cuerpo era el de un semental en potencia: alto y atlético por las tardes en el gym del barrio, con hombros anchos que tensaban las camisetas hasta romperlas en el calor del verano porteño, cabello negro revuelto que le caía sobre la frente sudada, y una polla que medía diecinueve centímetros cuando se ponía dura como una barra de hierro, venosa y gruesa con un glande morado que goteaba precum espeso como si rogara por un coño apretado. Vivía con su madre en un departamento modesto de Belgrano, Buenos Aires, un lugar donde el aire siempre olía a café quemado y a secretos familiares. Su madre, Laura, era una divorciada de cuarenta y cinco que trabajaba de secretaria en un estudio jurídico, y sus amigas eran un desfile de MILFs que lo dejaban pajeándose en el baño: tetas pesadas, culos maduros y coños que imaginaba chorreando experiencia.

Entre ellas, Carla era la reina: cuarenta y dos años, amiga de Laura desde la secundaria, una contadora casada con un boludo cornudo que pasaba más tiempo en viajes de negocios que en su cama. Carla era un pecado andante: curvas generosas que llenaban vestidos ceñidos como si fueran hechos para ser arrancados, tetas de copa DD que rebotaban libres bajo blusas de seda, pezones oscuros y gruesos que se marcaban como balas cuando el aire acondicionado la rozaba, caderas anchas que terminaban en un culo redondo y alto que tensaba las faldas hasta el límite, y un coño depilado con labios carnosos y experimentados que, según las charlas ebrias de las amigas de su madre, "había visto más vergas que un burdel en fin de semana". Su melena rubia teñida caía en ondas hasta los hombros, ojos verdes que brillaban con una picardía que ocultaba su insatisfacción matrimonial, y una risa ronca que hacía que la polla de Tomás se endureciera cada vez que venía de visita, trayendo tortas caseras y anécdotas que siempre terminaban en "tu madre y yo en la juventud, follando como locas".

Tomás la había espiado siempre: desde la puerta entreabierta de la cocina, viendo cómo se inclinaba para sacar algo del horno, falda subiéndose para exponer el surco de sus nalgas enfundadas en medias de red, imaginando hundir la cara allí para lamer su ano fruncido hasta que chorree. Pero el detonante fue un jueves de tormenta, cuando Laura lo mandó a buscar papeles en el estudio de Carla –"Es amiga, Tomás, no seas boludo, entrá y salí rápido"–. La casa de Carla era un nido de lujo discreto en Recoleta: muebles de cuero, cuadros abstractos que parecían coños abiertos, y un estudio con computadora abierta porque ella había salido a comprar algo. Tomás entró sigiloso, el corazón latiéndole en la polla semi-dura al oler su perfume –jazmín y almizcle maduro–, y vio la pantalla: fotos. No inocentes. Carla desnuda en un motel de la ruta, tetas expuestas con pezones mordidos por un amante anónimo, coño abierto de piernas con un vibrador grueso enterrado hasta las bolas falsas, ano dilatado goteando lubricante, y más: videos borrosos de ella a cuatro patas, gritando "¡Fóllame el culo más duro, cabrón!" mientras un tipo sin cara la sodomizaba, semen rebosando de su recto como crema en un pastel sucio.

"¡Joder, Carla... qué puta escondida!", murmuró Tomás, polla endureciéndose fully en los jeans, glande presionando la tela hasta doler mientras copiaba todo a su teléfono con manos temblorosas, el vídeo reproduciéndose en loop: su gemido ronco "¡Llename el coño de leche, papi!", squirt salpicando la cámara. Salió antes de que ella volviera, pero el chantaje era inevitable. Esa noche, le mandó un mensaje anónimo desde un número burner: "Sé lo de tus videos, Carla. El motel de la ruta, tu coño chorreando con ese vibrador... y el ano abierto para semen. Mañana, a las 3 PM en tu casa. Vení sola, o se lo mando a tu marido y a Laura. Traé lencería roja. Tomás."

Carla llegó puntual, el timbre resonando como un veredicto en la casa vacía –su marido en un congreso en Córdoba, Laura en el trabajo–. Vestía un abrigo largo que ocultaba un conjunto rojo de encaje: portaligas mordiendo sus caderas anchas, tetas desbordando el sujetador push-up, coño ya húmedo bajo el tanga que se pegaba a sus labios hinchados por el nerviosismo y el miedo traicionero. Tomás la abrió, polla dura presionando los pantalones de chándal, ojos azules devorándola como un lobo a una oveja madura. "Pasá, Carla. O mejor, 'tía Carla', como te dice mi vieja. Sabés por qué estás acá... desvestite. Quiero ver esa puta de los videos en carne y hueso."

Carla palideció, abrigo cayendo al piso con un susurro de tela, revelando su cuerpo maduro y pecaminoso: tetas DD rebotando libres al desabrochar el sujetador, pezones oscuros y gruesos erectos por el aire fresco y el terror, caderas anchas enfundadas en ligueros rojos que mordían su piel blanca, tanga empapado marcando el surco de su coño depilado, labios carnosos asomando rosados y jugosos. "Tomás... por favor, borrá eso. Soy amiga de tu madre... no hagas esto. Te doy dinero, lo que sea." Su voz era un quiebro ronco, acento de clase media alta que tropezaba en la súplica, pero sus ojos verdes bajaron a la polla que tensaba sus pantalones, un bulto venoso que la hizo tragar saliva, coño contrayéndose involuntariamente bajo el encaje.

Tomás rio, un sonido gutural y joven que llenó la sala como un trueno, y sacó el teléfono, reproduciendo el vídeo en volumen alto: su gemido "¡Sodomízame más profundo, cabrón! Llená mi ano de leche caliente!" resonando en las paredes. "Dinero? Nah, Carla... quiero tu coño y tu culo. Ese que chorreaba en el motel, que gritaba por semen. Arrodíllate y chupame la pija, puta. Si lo hacés bien, quizás no se lo mando a tu marido para que vea qué zorra casada sos." Carla tembló, lágrimas brotando, pero el tabú la excitó traicioneramente –sus pezones endureciéndose más, jugos empapando el tanga hasta goteo por sus muslos–. Cayó de rodillas en el piso de parquet, manos temblorosas bajando sus pantalones, polla saltando libre: gruesa y venosa, glande morado goteando precum espeso que colgaba como una lágrima de lujuria joven.

"Joder... es grande... Tomás, no... oh, Dios." Pero su boca se abrió, labios carnosos envolviendo el glande ancho, lengua plana lamiendo el frenillo salado, saboreando el precum amargo que inundó su paladar como un afrodisíaco prohibido. Tomás gruñó, enredando dedos en su melena rubia, empujando su cabeza: "Chupala bien, Carla... tragá mi verga hasta las bolas, como la puta de los videos. Sentís cómo late por tu garganta madura? Ordeñame con esa boca de MILF infiel." Ella succionó con avidez forzada, garganta convulsionando alrededor del eje, arcadas suaves que la hacían toser saliva goteante por las bolas peludas de él, tetas rebotando contra sus muslos mientras lamía venas protuberantes, lengua girando en el glande hasta que él embistió brutal, follándole la boca como un coño: "¡Eso es, puta! Ahogate en mi pija joven... tu marido nunca te folla así, ¿verdad? Decime 'soy tu zorra, Tomás, chupame la leche'."

Carla gimió alrededor de la carne, lágrimas rodando por sus mejillas maquilladas, pero su coño traicionero chorreaba, tanga empapado cayendo solo, labios hinchados expuestos goteando jugos por el piso. "Soy... tu zorra... chupame la leche, Tomás... oh, joder, tu verga sabe a juventud prohibida." Él eyaculó en su garganta, chorros espesos y calientes inundando su paladar, semen salado bajando en tragos convulsionados, exceso goteando por su barbilla hasta sus tetas. "Buena puta... ahora, al sofá. Quiero ver ese coño maduro abierto para mí."

La arrastró al sofá de cuero negro, tirándola de espaldas con piernas abiertas, tanga arrancado de un tirón exponiendo su coño: labios mayores hinchados y rosados separados por jugos transparentes, clítoris protuberante rojo rogando atención, ano fruncido debajo palpitando con lubricante natural. "Mírate, Carla... chorreando como una adolescente por la pija de mi hijo de amiga. Abrí más, puta... quiero lamer ese coño infiel antes de follártelo." Su lengua joven se hundió, lamiendo desde el ano hasta el clítoris en pasadas largas, saboreando el almizcle maduro salado, succionando el botón hinchado con labios sellados mientras dos dedos se hundían en su vagina, curvándose para masajear el punto G. "¡Lameme el clítoris, Tomás! Meté la lengua en mi coño... oh, joder, sos mejor que mi marido... haceme squirt, cabrón joven!"

Ella explotó, squirt chorreado empapando su cara, chorros calientes que él bebió como un sediento, lengua invadiendo su ano para capturar el residuo. "Tu squirt sabe a puta casada... ahora, mi polla en tu coño." Embistió, glande abriendo sus labios en un thrust brutal, coño tragando cada centímetro venoso hasta las bolas, chapoteo húmedo resonando. "¡Tomá mi verga, Carla! Sentís cómo te estiro el coño maduro? Te voy a follar hasta que ruegues por mi semen en tu útero infiel." Ella gritó, uñas clavándose en su espalda, caderas empujando: "¡Fóllame más duro, Tomás! Tu pija joven me parte... oh, Dios, rozá mi cervix, llename de leche caliente como a tu madre nunca le diste!"

Aceleró, thrusts profundos que golpeaban su cervix, bolas chapoteando contra su culo, mano bajando para frotar su clítoris mientras la sodomizaba vaginalmente. "¡Córrete en mi verga, puta! Chorreá tu jugo maduro mientras te follo como a una zorra de cuarenta." Ella se vino, coño convulsionando ordeñándolo, squirt salpicando su pubis. Él eyaculó dentro, semen inundando su útero, rebosando en hilos blancos por sus muslos. "¡Lleno tu coño de mi leche, Carla! Sentís cómo rebosa? Ahora, el culo... abrí tu ano para mí."

La volteó a cuatro patas, untando su glande con el semen de su coño, presionando el anillo fruncido hasta ceder con un pop quemante. "¡Sodomízame, Tomás! Estira mi ano casado con tu verga gruesa... oh, joder, duele pero métela hasta las bolas!" Entró centímetro a centímetro, ano tragando su carne, paredes apretando como un vicio. Embistió brutal, bolas golpeando su coño chorreante: "¡Tu culo me ordeña, puta! Apretá más, Carla... voy a llenarte el recto de semen joven hasta que gotee por días." Ella gritó, mano bajando a masturbar su clítoris: "¡Rómpeme el ano, cabrón! Tu pija me folla el alma... córrete dentro, haceme tu puta familiar!"

Eyaculó en su recto, semen caliente rebosando por sus nalgas, y ella squirtée de nuevo, chorros empapando el sofá. Colapsaron, su polla aún en su ano, besos sucios con semen en sus labios. "Mañana repetimos... y traé a otra amiga de mamá. Quiero más coños maduros para chantajear." Carla gimió, adicta: "Sí, Tomás... soy tu zorra ahora. Mi ano y coño son tuyos." El chantaje había florecido en obsesión, un secreto que la mansión familiar guardaría con placer.

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