Jovencita Manoseada en el Autobús hasta el Orgasmo
Era una mañana soleada y calurosa cuando María, una joven estudiante de 18 años, se dirigió a la parada de autobús para ir a la universidad. Llevaba una falda corta y una blusa ajustada que resaltaba su figura juvenil y atractiva. Sin saberlo, su destino estaba a punto de tomar un giro inesperado.
Mientras esperaba en la parada, un hombre de mediana edad se acercó a ella. Su mirada intensa y su sonrisa pícara hicieron que María se sintiera incómoda. El hombre, llamado Juan, comenzó a hablarle con una voz suave y seductora.
"Hola, bonita. ¿Vas a la universidad? Yo también soy estudiante, aunque un poco mayor que tú", dijo Juan con una sonrisa traviesa. María, nerviosa, no sabía cómo responder. Su corazón latía con fuerza y su cuerpo estaba en alerta.
El autobús llegó y ambos subieron. María se sentó en un asiento vacío, tratando de ignorar a Juan, quien se sentó a su lado. Pero Juan no tenía intención de dejarla en paz. Con una mano, comenzó a tocar suavemente su pierna, haciendo que María se estremeciera.
"No te preocupes, pequeña. Solo quiero hacerte sentir bien", susurró Juan con una voz seductora. María, aunque asustada, no podía resistirse a la sensación de sus manos en su cuerpo. Sus dedos expertos se movían por su pierna, subiendo lentamente hacia su muslo.
María, con los ojos cerrados, se dejaba llevar por la sensación. Sus pezones se endurecían bajo su blusa, y su respiración se aceleraba. Juan, con una sonrisa satisfecha, continuó su camino hacia su objetivo.
Con una mano, Juan comenzó a masajear la entrepierna de María, haciendo que su falda se levantara ligeramente. Sus dedos se deslizaban por su piel, tocando su vagina a través de la tela. María gimió suavemente, sintiendo una oleada de placer.
"Oh, así, más fuerte. Me gusta, me gusta", susurraba María, sin poder controlar sus gemidos. Juan, con una mirada intensa, aceleró sus movimientos. Sus dedos se movían con habilidad, haciendo que María se contorsionara en el asiento.
La gente en el autobús comenzaba a notar la situación, pero nadie decía nada. María, con los ojos cerrados, se dejaba llevar por la sensación de placer y vergüenza. Sus tetas, aunque no eran muy grandes, estaban firmes y tentadoras, y Juan no podía resistirse a tocarlas.
Con una mano, Juan comenzó a acariciar sus pechos, haciendo que María arqueara su espalda. Sus dedos se movían por sus pezones, haciendo que un gemido escapara de su boca. "Oh, sí, así, no pares", gemía María, sintiendo una mezcla de excitación y miedo.
Juan, con una sonrisa perversa, continuó su camino hacia su objetivo final. Con una mano, se deslizó por la falda de María y tocó su vagina directamente. Sus dedos se introdujeron en su humedad, haciendo que María gritara de placer.
"Oh Dios, sí, así, más profundo. Siento que voy a explotar", gritaba María, sintiendo una oleada de éxtasis. Juan, con una mirada intensa, aceleró su ritmo, haciendo que María se moviera en el asiento, buscando más contacto.
El autobús se detuvo en una parada, y la gente comenzó a bajar. María, con los ojos cerrados, seguía sintiendo la mano de Juan en su vagina. Sus dedos se movían con habilidad, haciendo que su cuerpo se contorsionara en un orgasmo intenso.
"Oh, sí, sí, sí", gritaba María, sintiendo una explosión de placer. Juan, con una sonrisa satisfecha, se retiró lentamente, dejando a María en un estado de éxtasis.
María, con la respiración agitada, se dio cuenta de lo que había sucedido. Se había dejado llevar por la sensación de placer, y ahora se sentía avergonzada y confundida. Pero también no podía negar la intensidad de su orgasmo.
El autobús continuó su camino, y María, todavía aturdida, se dio cuenta de que Juan ya no estaba a su lado. Se había bajado en una parada anterior, dejando a María con una mezcla de emociones.
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