Juan, mi secretario y esclavo sexual 3

 



Mientras me posiciono al frente de la imponente sala de conferencias, siento la mirada de todos sobre mí. Soy Vanesa, una ejecutiva de renombre en esta importante empresa, conocida por mi habilidad para liderar con autoridad y cautivar a cualquier audiencia. La reunión se desarrolla con la seriedad y profesionalismo que se espera en este entorno corporativo, pero bajo la superficie, arde una pasión prohibida entre Juan, mi atractivo asistente, y yo.


Nuestras miradas se entrelazan en momentos fugaces, llenos de significado. Pequeños gestos cargados de deseo pasan desapercibidos para los demás, pero nuestra conexión es innegable. A medida que avanzamos en las discusiones de negocios, la tensión entre nosotros se vuelve insoportable. Cada encuentro, cada intercambio de palabras, está impregnado de una electricidad sensual que amenaza con desbordarse.


A pesar de mi posición como líder, no puedo evitar sentir una atracción magnética hacia Juan. Sus ojos oscuros y penetrantes despiertan en mí una pasión intensa y prohibida. En cada momento de descanso entre las reuniones, nuestras miradas se encuentran en secreto, como si compartiéramos un lenguaje silencioso que solo nosotros entendemos.


Es un juego peligroso que jugamos, pero la pasión nos consume y nos impulsa hacia el borde de lo prohibido. Las responsabilidades laborales nos separan, pero en cada instante robado, nuestros corazones laten al unísono. Somos conscientes de las consecuencias, de los riesgos que conlleva involucrarse en una relación tan íntima en un entorno laboral.

Pero en ese mundo de negocios y poder, donde el control y la competitividad son moneda corriente, descubro que también existe un deseo intenso y salvaje que anhela ser liberado. A medida que la reunión llega a su fin, nuestros destinos se entrelazan en un juego seductor de deseo y poder. Ahora, que todos los empleados se retiran, más que nunca, estoy dispuesta a explorar los límites de esta pasión prohibida y dejarme llevar por la intensidad del deseo que nos consume.

Con una mirada intensa, me acerco sigilosamente a Juan, acorralándolo sutilmente contra la pared. Nuestros rostros están a centímetros de distancia, y puedo sentir el calor de su respiración agitada en mi piel.


"Juan", susurro con voz firme y seductora, "hoy quiero que experimentes el placer de la sumisión. Quiero que te entregues por completo a mis deseos y satisfagas cada una de mis fantasías". Mi tono autoritario y dominante despierta una chispa de excitación en sus ojos.


Él traga saliva nerviosamente, pero su expresión revela una mezcla de anticipación y deseo. "Sí, Vanesa", responde con voz ronca y sumisa. "Estoy dispuesto a complacerte en todo lo que desees".


Mi mano se desliza suavemente por su pecho, acariciando suavemente cada músculo tenso. "Entonces, comienza por arrodillarte ante mí, como un verdadero sumiso", le ordeno con autoridad. Él obedece de inmediato, cayendo de rodillas frente a mí, sus ojos fijos en los míos, llenos de una devoción intoxicante.


A medida que asumo el control, mi voz se vuelve más firme y dominante. "Ahora, besarás cada centímetro de mis piernas, mostrando tu sumisión y adoración", le indico con voz suave pero inquebrantable.


Juan, obediente y ansioso por satisfacer mis deseos, acerca sus labios a mi piel, dejando un rastro de besos ardientes a lo largo de mis piernas. Cada roce de sus labios me envía una corriente de placer y poder, y mi control se fortalece aún más.


"Muy bien, Juan", murmuro con satisfacción. "Has demostrado tu entrega. Ahora, es hora de que experimentes el placer de ser dominado". Mis manos se deslizan con autoridad hacia su cabello, tomando un suave pero firme control sobre él.


Con un movimiento rápido, inclino su cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello vulnerable. Mi aliento cálido acaricia su piel mientras susurro en su oído: "Estás a mi merced, Juan. Haré contigo lo que desee y te llevaré al límite del éxtasis".

Con cada trazo de mis uñas sobre su piel, una corriente de electricidad recorre su cuerpo, haciéndole temblar de anticipación y placer. Su respiración se acelera mientras mis marcas temporales de posesión y entrega embellecen su piel.


Observo con satisfacción las huellas rojizas que dejo a mi paso, cada una de ellas un recordatorio tangible de nuestro juego de sumisión y dominación. Esas marcas hablan de nuestra conexión íntima y de su rendición incondicional a mis deseos más oscuros.


"Mmm, Vanesa...", murmura Juan entre gemidos, su voz cargada de excitación y deseo. "Cada trazo de tus uñas enciende un fuego en mí. Me haces sentir tuyo por completo".


Sonrío con satisfacción, deleitándome en el poder que ejerzo sobre él. Mi voz adquiere un tono más seductor y dominante mientras continúo trazando senderos de pasión sobre su piel. "Eres mi lienzo, Juan. Un lienzo en el que plasmo mi deseo y mi posesión. Cada marca es un recordatorio de nuestra conexión profunda y del placer que solo yo puedo otorgarte".


Las caricias de mis uñas despiertan en él una sensibilidad intensificada, haciendo que cada toque sea un estímulo inolvidable. Su cuerpo se arquea bajo mi dominio, buscando más, deseando ser consumido por la pasión que compartimos.


"¿Te gusta, Juan?", pregunto con voz seductora, mientras mis uñas trazan suavemente un camino ascendente por su torso. "¿Te excita sentir mi dominio sobre ti, ver tus marcas de entrega grabadas en tu piel?"


El deseo en sus ojos es inconfundible. "Sí, Vanesa", responde con voz entrecortada. "Cada marca es un recordatorio tangible de mi rendición a ti, de mi deseo de satisfacer tus deseos más oscuros. Eres mi dueña, y solo anhelo complacerte".


La tensión sexual se intensifica a medida que mis uñas continúan su danza sobre su piel. Cada marca, cada arañazo, es una declaración de nuestro juego de sumisión y dominación, donde el poder y el placer se entrelazan en una sinfonía de éxtasis compartido.


Mis uñas se deslizan más abajo, trazando un camino de pasión y posesión sobre su abdomen. "Recuerda, Juan", susurro con voz seductora, "cada marca es una promesa de placer y entrega. Tu cuerpo es mi lienzo, y juntos creamos una obra maestra de deseo y sumisión".

"Arrodillate Juan"

Mi voz resuena con autoridad y deseo, exigiendo su obediencia. "Arrodíllate, Juan", ordeno con voz firme, mientras clavo mis ojos en los suyos. Es un gesto de sumisión que espera ser cumplido.

Juan se arrodilla ante mí, su expresión llena de entrega y anticipación. Sus rodillas tocan el suelo con suavidad, y en ese gesto encuentro una confirmación de su disposición a complacerme en todos los sentidos.

"Ahora, Juan", continúo, mi tono cargado de dominio, "sé el perfecto sumiso y rinde homenaje a tu dueña". Mis palabras flotan en el aire, alimentando la atmósfera cargada de tensión y deseo.

Con gestos lentos y deliberados, Juan inclina su cabeza hacia abajo, su cabello cayendo sobre su rostro en un gesto de sumisión total. Su postura revela su sumisión, su entrega incondicional a mis deseos y caprichos.

"Estás en tus rodillas, bajo mi control", susurro con voz seductora. "Eres mi sumiso, Juan, y harás todo lo que te ordene". Cada palabra pronunciada refuerza mi autoridad sobre él, alimentando el fuego que arde entre nosotros.

Mis manos acarician su rostro con suavidad, deslizándose por sus mejillas mientras nuestros ojos se encuentran. En ese instante, puedo sentir la energía eléctrica que nos envuelve, la conexión única que solo existe en nuestra dinámica de sumisión y dominación.

"Ahora, Juan", digo con voz ronca, "explora mi cuerpo con tus labios y tu lengua. Rinde homenaje a tu dueña y satisface mis deseos". Las palabras se deslizan entre nosotros, cargadas de deseo y anticipación.

Mis manos se aferran a los bordes de la mesa de conferencias, mis uñas dejando pequeñas marcas temporales en la madera mientras la intensidad del momento se apodera de nosotros. Cada succión, cada roce, me lleva al borde del éxtasis.

El juego de sumisión y dominación se manifiesta en su máximo esplendor mientras Juan se entrega por completo a satisfacer mis deseos. Nuestros susurros de placer llenan la sala de conferencias, creando una sinfonía íntima que solo nosotros dos podemos oír.

En ese instante, todo se desvanece a nuestro alrededor. El mundo laboral y sus responsabilidades se desvanecen, dejando solo espacio para la pasión y la entrega mutua. En este momento, somos dos almas fusionadas en el placer, sin barreras ni inhibiciones.

Y mientras Juan rinde homenaje a su dueña con sus labios y lengua, nos sumergimos en un abismo de éxtasis y satisfacción. El poder, la sumisión y el placer se entrelazan en una danza intensa y adictiva, llevándonos a los límites más profundos de nuestra conexión.

Este juego de dominación y sumisión es un secreto compartido entre nosotros, un escape de la realidad donde podemos explorar libremente nuestras fantasías más osadas. Y juntos, en esta sala de conferencias convertida en nuestro santuario, encontramos la plenitud en la entrega y la satisfacción absoluta.

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